Conciertos por y para plantas: la larga y fascinante relación entre la música y la botánica

“Bienvenidos al Gran Teatre del Liceu. Por respeto al público y a los artistas, les rogamos apaguen sus teléfonos móviles y no hagan fotografías durante el espectáculo”. Así arrancaba de nuevo este domingo la programación del famoso salón barcelonés en un evento que ha cruzado todas las fronteras. Todos han querido hacerse eco de la acción artística de Eugenio Ampudia, un concierto de seis minutos en el que cuatro intérpretes representaban el Crisantemi de Puccini. La sala, abarrotada: 2.292 espectadores. Ninguno de ellos pertenecientes al reino animal.

Sí, el Concierto del Bioceno de Ampudia estaba pensado para ser escuchado por plantas, sentadas en las butacas tradicionalmente asignadas a personas. A diferencia de los humanos, ellas sí pueden ocupar ahora todo el apretujado aforo sin dejar los 2 metros de distancia. “Cuando sucedió la delicada situación que hemos pasado, miré y saqué mis conclusiones. Y una de ellas es la relación con el resto de las especies que habitan el planeta”. Para el artista estábamos ante una ocasión excepcional para que se produjese un diálogo perfecto entre la crítica situación del momento y cómo los humanos hemos llegado hasta aquí pasando por encima del resto de criaturas.

Al terminar la pieza, las plantas “aplaudieron” a los músicos, ya que los organizadores pudieron una grabación del roce entre las macetas cuando los operarios las colocaron horas atrás en sus asientos. Claro está, se trata, irónicamente, de un aplauso forzoso. Nadie las preguntó, y por tanto los creadores no saben si esas plantas estuvieron conformes con su traslado o si les complació el recital. No sabemos cómo suena el grito agónico de un ficus.

La potente imagen del espectáculo botánico ha consternado a las audiencias de medio mundo, con medios como Thisiscolossal o NPR dando la noticia. El happening les ha llamado la atención por su originalidad. Lo que tal vez no todo el mundo conozca es la larga historia de flirteo entre plantas, museos y artes musicales y conceptuales.

El biofeedback que nació de un hombre insultando a una dracaena

Llevamos desde los años 60 investigando la capacidad de las plantas para recibir señales vibratorias y acústicas del medio, y en segunda instancia también si podemos manipularlas en nuestro interés. Tal vez te suenen experimentos más o menos pop sobre los chicos que le gritaban o daban dulces cumplidos a sus verdosos acompañantes para ver cómo respondían. También recientemente se ha desarrollado la posibilidad de que exista una especie de red neuronal entre las capas de un ecosistema.

Pero antes de todo esto estuvo la CIA. Concretamente Cleve Backster, fundador de la unidad de poligrafía. En 1966 probó a dañar verbalmente a una planta que previamente había conectado a sus instrumentos de medición. Después de gritarla, Backter afirmó que se había producido una reacción electroquímica en su detector de mentiras. Aunque los científicos de la época desecharon sus hallazgos por considerarlos una patraña sin fundamento, había nacido el campo del biofeedback.

La obra matriz de la relación entre música y plantas llegó un poco más tarde, La vida secreta de las plantas, un libro de Peter Tompkins y Christopher Bird publicado en 1973. Este best seller se sigue editando y se considera que, gracias a su labor de divulgación de teorías científicas y exploraciones artísticas sobre la materia (no todas ellas todo lo sólidas como defendían sus autores), los urbanitas no volvieron a mirar de la misma forma su jardín.

Tres años después Mort Garson, ocultista y personaje muy particular, lanzaría su mítico Plantasia, el primer álbum realizado con sintetizadores electrónicos cuyo objetivo era, en teoría, que fuese escuchado por plantas y humanos. La primera música de fondo para que tus suculentas crezcan esplendorosas. Un sonido tecno-lounge futurista que fue odiado en su momento pero que fue recuperado (por los humanoides) décadas después.

Poniendo el oído para el jardín de las delicias

Más extraño es aún el trabajo de Mileece, británica y activista climática, lleva desde comienzos de los 2000 desarrollando su “diseño ambientalista”.

Entre sus inventos está un amplio surtido de tecnologías para sonorizar plantas: coloca electrodos a los tallos, éstos canalizan las emisiones bioeléctricas de cada vegetal y después, micro-voltaje y software mediante, consigue extraer datos que ella convierte en melodías que, según sus oyentes, posee un carácter fractal. Es decir, permite que nosotros escuchemos qué música hacen las plantas, pero en realidad se trata de un producto tecnologizado y antropocéntrico, que produce muy agradables sensaciones, eso sí. Si contases con su talento, podrías crear el jardín, si no más bonito, más armónico de tu barrio.

Dentro de esta categoría también se incluye a todo un pequeño universo de entusiastas de la escucha de las plantas. Gracias a plataformas como Kickstarter ha habido un boom en dispositivos de sonificación de biodatos. No es raro encontrar a gente que ha hecho que sus filodendros se pongan a los mandos de un sintetizados o que una schefflera toque el bajo y un par de dracaenas hagan los arreglos y los efectos.

También en los 70 Richard Lowenberg exploró esta senda. En este caso los datos de sus bananos y monsteras no sólo generaban música en directo, sino también vídeos psicodélicos. Se creaba una simbiosis entre intérpretes, medio y audiencia: la presencia de espectadores y el cambio del tiempo y la luz hacían que fluctuase el CO2, lo que hacía que las plantas consiguiesen producir sonidos más o menos fuertes.

El presente artístico está viviendo en su seno ese cambio de mentalidad por el cual cada día eliminamos más nuestros prejuicios y anulamos los privilegios de raza, género y especie. Como consecuencia, ellas, y no nosotros, son cada vez con más frecuencia las protagonistas de nuestro arte, los sujetos a los que agasajar.

Tras casi 40 años de evolución científica los descubrimientos sobre cómo funciona la recepción sensorial de este reino ha avanzado muchísimo, y ya sí sabemos qué les gusta. Eso buscaba, como hemos visto, el Concierto del Bioceno de Ampudia que ha arrasado en redes sociales, pero también el Concierto para Plantas de José Venditti, tal y como pudieron comprobar los asistentes a La Casa Encendida el año pasado. Venditti ofreció un “concierto entre la composición y la libre improvisación para sintetizador modular, saxofón, y grabaciones de campo trabajado enfatizando estos rangos de frecuencias que afectan a las plantas de manera positiva en su crecimiento”.

La Cara A de su casette, titulada Luz, es pura y llanamente eso, sonidos que no son desagradables para el oído humano pero que deben ser el equivalente a la Quinta Sinfonía de Beethoven para nuestras sedentarias amigas. La B, Agua y Tierra, más próxima a lo que entendemos como melodías escuchables, viene dedicada a El Jardín de las Delicias de El Bosco. Es su forma de referenciar cómo la humanidad se entrelazada con múltiples estructuras naturales y las estéticas que se generan de poner al mundo vegetal en el centro del tablero.

Pero, si nos toca escoger una obra artística de entre todo este forraje intelectual, nos quedamos sin duda con esta del colectivo Data Garden del año pasado en Coachella

Aquí el presentador de la cadena ABC News se acerca a la pequeña instalación floral en lo que parece la parte trasera de algún escenario. Mientras pega un sol de justicia, el desasosegado artista intenta defender su propuesta en mitad de este festival, un monstruo de la industria musical que se nos antoja muy, muy alejado de la espiritualidad que nos evocan las plantas. Sabe que sólo tiene dos minutos de televisión para explicar su idea, así que resume al máximo. De forma frenética nos cuenta que busca saciar ese profundo deseo de "conexión del ser humano con el universo y la naturaleza", grandes palabras para definir lo que se supone que nos tienen que evocar cuatro cactus con electrodos conectados por un tipo que, queriendo o no, parece un pijo californiano. Sin ningún tipo de duda, arte.

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