Es uno de los trabajos mejor remunerados de la historia; miles de personas han codiciado y codician la vida de los que lo ejercen; es muy probable que, en verdad, el número de horas de trabajo que les exige su puesto sea muy bajo; y entre sus funciones está ostentar y aparentar opulencia. Pese a todo, puede que desde nuestros prejuicios hayamos sobreestimado las ventajas de ser rey.
Un estudio reciente de un investigador de Cambridge ha computado la peligrosidad sufrida por los 1.628 monarcas que ha visto Europa gobernar en sus siglos de mayor influjo, entre el 600 y el 1800, y como han afirmado sus investigadores el regicidio ha pasado excesivamente desapercibido. A lo largo de estos siglos el 14% de todos los que han pisado el trono han sido asesinados, convirtiendo a esta ocupación la más peligrosa de toda la historia de la investigación criminológica.
Para ponerlo en perspectiva, las cifras más precisas que se han alcanzado hasta la fecha indican que no había tantas muertes a manos de otras personas ni entre los soldados. Se estima que había aproximadamente entre un 3 y un 5% de bajas directas (que no en la retaguardia o por enfermedad) entre las milicias de la era romana, y un 5% en las guerras bajomedievales. La Segunda Guerra Mundial tuvo unas bajas totales del 18% de las fuerzas en ambos bandos, pero contando, eso sí, todas las adversidades de la guerra, no sólo el ataque del enemigo.
Así que podemos afirmarlo: haría falta más prevención en riesgos laborales entre los monarcas que entre la infantería ligera.
Es probable que tuviesen también altísimos índices de mortandad otras profesiones de los anales de la historia, del tipo de los balleneros o los cortadores de hielo, o también entre esos empleos de las economías paralelas regidos por sindicatos menos preocupados por la integridad física de sus trabajadores, pero lamentablemente no se han recogido estadísticas firmas al respecto.
Ahora somos menos violentos
Pero, ¿qué ocurre si lo comparamos con los empleos más peligrosos de nuestra era? Que siguen teniéndolo mucho más difícil los borbones o los windsor. Las estadísticas oficiales son elocuentes, de entre los empleos más peligrosos de Estados Unidos (con cifras que son muy similares en todos sus puestos con las de otros países de la OCDE) lo que vemos es que los trabajadores de la industria pesquera y maderera, los de mayor peligrosidad, mueren en su empleo en porcentajes de un 0,1%.
Menores son aún los índices de agricultores, albañiles o conductores de transporte público, entre un 0,07% y un 0,02%. Frente a esto, recordemos, uno de cada siete majestades acabarán siendo envenenados, apuñalados o heridos de bala a lo largo de sus vidas.
Tan interesante como este hallazgo estadístico es el reportaje del que sale, un repaso histórico a cómo y por qué las sociedades hemos abandonado la violencia. Los hombres de apenas seis o siete siglos antes que nosotros tenían más probabilidades de morir asesinados que la que tenemos ahora de fallecer por alguna enfermedad pulmonar. Sin ir más lejos, entre los siglos XIV y XX los homicidios han caído en Londres en un 98%. La media europea en ese mismo período dice que el asesinato de un hombre a otro cayó en un 99%.
Según el texto de Manuel P. Eisner, hay múltiples factores, no necesariamente positivos. En parte se debe a un enorme crecimiento del control estatal, que también habría inculcado una serie de valores de autocontrol entre la población que funcionan como mecanismos de vigilancia social. El bajo índice de criminalidad va unido, claro, a una menor disidencia dentro del sistema.
La parte más interesante que analiza el regicidio es que precisamente la bajada de los asesinatos de los gobernantes ayudó a mejorar la percepción de capacidad y poder de los mismos, aumentando la estabilidad de las sociedades. La monarquía, la serena transición de poderes entre miembros de la misma estirpe sin complots de cámara de por medio, mejoró la vida de los aristócratas haciendo caer su riesgo de morir, a su vez, asesinados.
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