Cuando pienso en pinturas de guerra una de las primeras que viene a mi memoria es La batalla de San Romano, de Paolo Uccello. Es una obra de grandes dimensiones, un tríptico en el que pintor italiano representó la derrota del mismo nombre, y en la que en cada una de las partes en las que se divide la pintura acontece un hecho distinto. Una de las tablas, la que está en la National Gallery, representa a Niccolo da Tolentino dirigiendo las tropas de la ciudad de Florencia; la segunda, un contraataque; y en la tercera, se muestra la derrota del ejército de Siena.
El tríptico recoge unos maravillosos escorzos y un uso de la perspectiva bastante sorprendente. La capacidad de Uccello para crear la sensación de profundidad es en pintura algo comparable a lo que años más tarde logró Orson Welles en algunos planos de Ciudadano Kane.
Uccello nos muestra tres acontecimientos bélicos inmersos en unos siglos en los que la guerra se libraba cuerpo a cuerpo. La pericia del pintor consiste en dividir la pintura en tres, captando así cada detalle de las armaduras, de las armas e incluso de los sombreros. Si nos fijamos en la tabla derecha, la segunda, veremos a los guerreros esperando el asalto. En la tabla que se conserva en el museo del Louvre observamos al comandante de las tropas dando la señal de ataque: percibimos la tensión en su rostro y la ansiedad del caballo negro.
El ejército empieza su movimiento, la caballería carga contra el enemigo y bajan las lanzas en posición de ataque. De esta manera Uccello crea la ilusión de un ímpetu general dirigido por las lanzas y los caballos. Con esta obra, Uccello, a través del uso de la perspectiva, hace avanzar a la pintura hacia el Renacimiento.
Sin embargo, para Uccello la guerra es una masa irreconocible, una especie de cuerpo que funciona de manera armoniosa, infantería por un lado y caballería por otro. Uccello nos transmite el ímpetu y el frenesí por conseguir la victoria. Aunque la muerte está muy presente en el cuadro, el lienzo apela a lo monumental, a escribirse en la Historia con letras de oro.
El cuadro que lo cambió todo
Casi 400 años más tarde, Goya, que consideraba a los franceses y a sus ideas liberales unos adelantados frente a la superstición española, pintó Los Fusilamientos de Príncipe Pío para denunciar la barbarie de la guerra. André Malraux, que siempre admiró la obra del pintor aragonés, llegó a decir que con este cuadro surgiría la pintura contemporánea. En este lienzo, Goya ya no busca representar la épica ni el frenesí, como hiciera Uccello, sino que intenta mostrarnos los desastres de la guerra a través de figuras individualizadas y los sentimientos que portan.
Toda Europa se levantaba en armas contra el ejército napoleónico, pero fue en España donde surgió una nueva forma de hacer la guerra. Esa guerra pequeñita, a modo de mini batallones que iba minando la moral y los recursos del ejército invasor.
Si en la obra de Uccello había soldados, una gran masa, y se hacía hincapié en los comandantes, el cuadro de Goya es un lienzo hecho para los anónimos, sin nombre pero con sentimientos. El pueblo llano se levanta en armas contra un ejército francés que no tiene rostro, que nos da la espalda. Podría ser cualquier ejército en cualquier parte. Por eso siempre me ha gustado tanto ese lienzo, en el cuerpo a cuerpo siempre se enfrentan los sin nombre.
El hombre frente al pelotón de fusilamiento es un hombre cualquiera, entre él y los soldados que lo apuntan, un farol ilumina toda la escena. Nunca se había visto un cuadro así, y es difícil encontrar precedentes. El cuerpo del hombre absorbe toda la luz que existe en la imagen; esa camisa blanca que a mí me hace pensar en la camisa blanca que llevaba Héctor en la increíble Mamma Roma de Pasolini. En aquella escena donde su cuerpo tendido sobre una mesa, con los brazos también abiertos, recordaba al cristo yacente de Mantegna, casi el mismo escorzo.
Un hombre humilde frente al pelotón de fusilamiento. Podemos sentir su inquietud, su abandono y la asunción de su destino.
Tres grupos bien diferenciados dominan la escena, donde casi podemos percibir una cámara cinematográfica que se pasea, enfocando con detalle a cada uno. Por una parte los soldados de espaldas, apuntando con sus armas, los planos detalle sobre el arco del sable. Vemos el rostro del hombre con los brazos extendidos, y por último, los muertos, dominando la parte baja del cuadro. Si el lienzo está divido en tres grandes grupos, la diagonal de luz que se desplaza por el suelo es todavía más dramática y divide al grupo solo en dos: los que fusilan y los que van a morir.
Muerte, ansiedad, brutalidad y violencia. Si somos capaces de apartar los ojos de la escena que sucede en primer término, a lo lejos veremos el inconfundible perfil de una iglesia y lo que parecen casas. La guerra es tan absoluta que no permite que miremos más allá. Nuestra mirada busca la luz de la escena y lo que hay alrededor, pero si somos capaces, y yo creo que Goya así lo hubiera querido, comprobaremos que, sin pintar ruinas, Goya, allá a lo lejos, evocó fantasmas de pueblos.
Los cuadros que vinieron después
Es ahí, en la mancha, en lo que no está definido en Los Fusilamientos, donde aparece anunciado el impresionismo. Siendo un cuadro que conmemora un hecho histórico es probablemente uno de los más anti-belicistas que se han realizado. Es una obra nueva, su intención era nueva, y es que desde este momento la guerra nunca se pintó ni se miró igual. Tres cuadros son profundamente deudores de Los Fusilamientos que Goya pintara en 1814.
La ejecución del Emperador Maximiliano, de Manet
El pintor francés se inspira en la obra de Goya para denunciar las tropelías del ejército de su país en México. Para esta obra, Manet se basa explícitamente en Los Fusilamientos. Se sabe que se documentó a través de varias fotografías que recogían el hecho histórico. Las figuras al fondo de la imagen podrían haber sido pintadas por el propio Goya, y parecen estar desdibujadas por el humo y la pólvora.
Salida a la guerra, de Hodler
En esta obra el pintor simbolista pinta también un suceso de las Guerras Napoleónicas, pero ya en 1909. En la escena nos muestra un rítmico cuadro de soldados preparándose para la guerra. Los jóvenes se visten con el traje prusiano. La unidad estaba compuesta por estudiantes provenientes de toda Alemania. El ejército tenía graves problemas de financiación, por lo que estos voluntarios tenían que equiparse ellos mismos como podían. El color elegido para el uniforme fue el negro, ya que era el único que podrían utilizar para teñir la ropa civil.
El Guernica y la Masacre en Corea, de Picasso
Otras pinturas que guardan relación con El tres de mayo son el Guernica y Masacre en Corea de Pablo Picasso. Picasso se basó en la obra de Goya para representar la desolación, con las ruinas al fondo. El lienzo intenta transmitir que los Estados Unidos son los únicos responsables de la guerra de Corea.