En tiempos delirantes, ideas delirantes. Hoy quizás suene a chifladura bélica (o no), pero una época hubo, durante los convulsos y no tan lejanos años de la Guerra Fría, en que Estados Unidos se planteó muy seriamente bombardear la Luna. Y no de cualquiera forma. Lo que se propuso su Fuerza Aérea fue arrojar una bomba nuclear capaz de provocar una deflagración bien visible desde la Tierra.
El experimento ayudaría a ampliar nuestros conocimientos sobre la Luna, pero sobre todo serviría para dos objetivos de talante más simbólico y geopolítico que estrictamente científico: sacar músculo ante la URSS y levantar los ánimos en casa tras los últimos logros de los científicos soviéticos en la carrera espacial.
A semejante propósito lo bautizaron Project A119, un nombre en apariencia anodino y que no aporta demasiadas pistas sobre un plan del que realmente hemos empezado a conocer algunas pinceladas a lo largo de las últimas décadas, tiempo después de que los científicos estadounidenses trabajasen en su viabilidad.
Sacar músculo... a escala cósmica
Para comprender su origen y cómo fue posible una idea semejante viene bien recordar en qué punto estaba la Guerra Fría a finales de la década de 1950, una época no especialmente boyante para Washington en la carrera espacial. Al fin y al cabo, a las puertas de 1958 la URSS había logrado lanzar con éxito el Sputnik 1 —el primer satélite artificial de la Tierra— y EEUU hacía todavía la lenta y agria digestión del fracaso del Vanguard TV-3, bautizado con sorna "Kaputnik".
No solo eso.
Si en 1952 Washington había hecho un alarde de fuerza con Ivi Myke, la primera prueba a gran escala con una explosión termonuclear, apenas tres años después el Kremlin demostraba que no se queda atrás con su bomba RDS-37.
Más allá de hitos históricos, hay una curiosidad que refleja con claridad el ambiente que se respiraba en plena Guerra Fría, como recuerda la cadena BBC: a comienzos de los 50 en EEUU había empezado a distribuir por las escuelas del país una película de dibujos, 'Duck and Cover', en la que una simpática tortuga animada explicaba a los escolares cómo podían protegerse en caso de un ataque nuclear.
Con semejante telón de fondo y entre rumores que apuntaban a que la URSS planteaba bombardear la Luna con una bomba H, la Fuerza Aérea decidió estudiar las posibilidades y efectos de la que sería la demostración de fuerza definitiva para reafirmar su poder: una deflagración atómica en nuestro viejo satélite.
Al frente del proyecto se situó el joven físico Leonard Reiffel, quien contó, entre otros, con el talento de un aún más joven Carl Sagan, futuro divulgador y alma de ‘Cosmos’. Reiffel lo contrató en la Armor Foundation para que realizara un modelo matemático sobre cómo se expandiría la nube de polvo tras una deflagración en el entorno lunar, un cálculo clave si se quería que la explosión de la bomba fuese claramente visible desde la Tierra en general... y el Kremlin en particular.
Como recuerda The Guardian, a finales de la década de 50 todavía se creía que la Luna podía acoger vida microbiana —una posibilidad que seguía muy presente a finales de los años 60 y marcó el retorno de la tripulación del Apolo 11 a casa— y un experimento de semejante calibre podría ayudar a detectar los organismos.
El objetivo de A119 era en teoría explorar los efectos que tendría una explosión atómica en la superficie de la Luna, si bien el propio Reiffel reconocería tiempo después, durante una entrevista concedida en 2000 a The Observer, el trasfondo real del plan: "Estaba claro que el objetivo principal de la detonación era un ejercicio de relaciones públicas y una demostración de superioridad".
"La Fuerza Aérea quería una nube en forma de hongo tan grande que fuera visible desde la Tierra. Obviamente, la explosión sería en el lado oscuro de la Luna y la teoría era que si la bomba explosionaba en el borde, la nube en forma de hongo sería iluminada por el Sol”, reconocía el físico, que explicaba también que la clave del proyecto era que "EEUU se estaba quedando atrás en la carrera espacial”.
Sus declaraciones, claro, llegaron ya iniciado el nuevo siglo, con la Guerra Fría finalizada hacía años y la URSS ya disuelta tiempo atrás. En su día Project A119 era un alto secreto. Tanto, que el trabajo de Reiffel adoptó un titulo que poco tenía que ver con su naturaleza real: "Estudio de vuelos de investigación lunar". Hay incluso quien opina que Carl Sagan pudo violar la seguridad nacional si —como se afirma— tiempo más tarde citó su participación en la solicitud de una beca.
Prueba de que A119 despertaba interés es que al menos entre mayo de 1958 y enero de 1959 Reiffel elaboró ocho informes sobre el plan, material que acabaría destruido en 1987. Por fortuna la idea del bombardeo acabó descartándose, una decisión que se explica con diferentes hipótesis: el temor a que la prueba fallara y la bomba acabase impactando en suelo soviético, la reformulación de los objetivos, que tuviera efectos no previstos o que Moscú también estuviese planteándose llevar una cabeza nuclear a la Luna como parte del proyecto E-4.
Lo más fascinante de A119 es sin embargo que, si las decisiones adoptadas entonces por las autoridades estadounidenses hubiesen sido otras, hoy leeríamos con ojos distintos la crónica de la exploración espacial. El motivo: el proyecto era más que teoría, planes delirantes y un montón de cálculos. Reiffel estaba seguro de que la deflagración nuclear podría haberse llevado a cabo sin problemas.
En 2000 el físico aseguraba que un misil balístico intercontinental habría sido capaz de alcanzar su objetivo en la Luna con una precisión de unos kilómetros y la explosión habría resultado "técnicamente factible". "Dejé claro que la destrucción de un entorno lunar prístino tendría un costo científico enorme, pero la Fuerza Aérea de los Estados Unidos estaba preocupada por cómo se desarrollaría la explosión nuclear en la Tierra”, aseguraba en su charla con The Observer.
A119 quedó relegado así a las anotaciones a pie de página de la crónica de la Guerra Fría o, si se quiere tirar de imaginación, el terreno de los ucronías.
También como un recordatorio de que la humanidad a punto estuvo de estrenar su era de exploración espacial con, ni más ni menos, una deflagración atómica.
Imagen de portada: The Official CTBTO Photostream (Flickr) 1 y 2
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