Los curas son las figuras más representativas del catolicismo porque se encargan de predicar la fé. Sin embargo, el número de curas ha ido disminuyendo en todo el mundo desde los años 1930.
En Argentina, la Iglesia perdió un 23% de sus sacerdotes y monjas entre 1960 y 2013 y en Francia y en España el clero también se ha visto fuertemente reducido, disminuyendo en general en Europa el número de sacerdotes un 3,6% solamente entre 2012 y 2015.
Se trata de un trabajo que no está hecho para los tiempos que corren: entre las restricciones sobre la sexualidad y la pérdida del estatus social con el que antaño contaban los sacerdotes, cada vez existen menos seminaristas y, por lo tanto, menos personas en el clero, sobre todo en regiones remotas como el Amazonas donde hay un cura por cada 10.000 católicos.
Para hacer frente a este desafío, el papa Francisco proponía recientemente que la Iglesia permitiera ordenar sacerdotes a hombres casados. Muchos dignatarios de la Iglesia creen que el celibato es la principal razón por la que cada vez menos hombres deciden unirse al sacerdocio, aunque no es la única.
La posibilidad de ver a un cura en matrimonio
El Concilio Vaticano II (1965-68) ya planteó en su momento rediseñar el celibato, pero los defensores para abandonar el voto no consiguieron imponerse. Al igual que muchas otras cuestiones sobre la regulación de los estilos de vida de los miembros de la Iglesia (desde la oposición a los métodos anticonceptivos a prohibir la comunión a personas divorciadas), la deliberación sobre el celibato se dejó a un lado y quedó en el olvido.
En realidad, las recientes declaraciones del Papa no buscan acabar con un pilar histórico de la sagrada institución del sacerdocio, como algunos titulares han indicado de forma imprecisa, sino más bien considerar ciertas excepciones. El pontífice se refería a poder permitir a hombres católicos casados que asumieran ciertas obligaciones de la iglesia en regiones remotas, invocando la figura del viri probati u hombres de fe, virtud y obediencia incuestionables.
En otras palabras, el Papa sugirió algo parecido a una institución que ya existe: el diaconado. Los diáconos son hombres que, después de completar un curso de dos a cuatro años, han sido ordenados para ayudar a sacerdotes y obispos. Pueden bautizar, casar, predicar y administrar la Eucaristía, pero no pueden confesar.
Aunque el concepto es tan antiguo como el cristianismo (la Iglesia lo asocia a los apóstoles), el diaconado ha retomado el interés en los últimos años al verse reducido el número de sacerdotes.
Los diáconos no tienen que cumplir el voto de castidad, pero, al igual que en el sacerdocio, no es algo permitido a mujeres. En agosto de 2016, a petición del Sínodo de los Obispos (el órgano de toma de decisiones más importante de la Iglesia Católica) el papa Francisco creó una comisión para estudiar la posibilidad de crear diáconos femeninos.
De ahí que sus recientes declaraciones sobre la posibilidad de rebajar el requisito del celibato alimenten la idea de que las mujeres podrían ingresar en el diaconado. El hecho de que en un mundo dominado por hombres exista la figura de la mujer diácona no es algo que vaya a cumplir las expectativas de los católicos progresistas que quieren que las mujeres formen parte del sacerdocio, pero no deja de ser un paso en la dirección correcta.
Lo que opina la cristiandad de América Latina
¿Cómo ha sido recibida esta noticia en Argentina, el país de origen del Papa, y en América Latina, donde residen el 40% de los católicos del mundo?
Parafraseando a Émile Poulat, el gran erudito de la Iglesia, el catolicismo es un mundo y en América Latina, al igual que en otros lugares católicos, este mundo se compone de diversos grupos y todos han recibido el mensaje de Jorge Bergoglio de diferentes maneras.
Los católicos latinoamericanos progresistas han sido recelosos de este Papa desde el principio, teniendo en cuenta sus orígenes en la tradición pastoril-teológica conservadora. Cuando era obispo de Buenos Aires, este grupo no tenía una buena relación con el que ahora es el papa Francisco.
Contra todo pronóstico, el pontífice ha logrado con su actitud abierta hacer que cambien un poco de opinión, puesto que el Papa se preocupa sobre la posición restrictiva de la Iglesia en cuanto a la diversidad sexual, el aborto o los criminales convictos. Cuando el Papa era solo cardenal, cuestiones como la idea de las mujeres en el sacerdocio, el voto del celibato y los métodos anticonceptivos no estaban en su agenda.
Por el contrario, su ayuda a los pobres siempre ha sido su punto fuerte. En Argentina el cardenal Bergoglio siempre se volcaba de forma autoritativa con la pobreza, ya fuera dándole la mano a cartoneros en las plazas y estaciones de tren de Buenos aires o realizando trabajos ministeriales en las barriadas.
A los católicos conservadores de América Latina, que celebraron la asunción de Francisco en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, les ha ocurrido lo contrario. Esperaban que el Papa argentino continuaría en la misma línea que hasta entonces: moderado y en constante diálogo con todos los sectores de la Iglesia, así como con el gobierno.
Tal es el carácter del papa Francisco, un hombre refinado e inteligente educado en las aguas turbulentas de las políticas eclesiásticas argentinas, que siempre se ha relacionado con la política nacional. Después de décadas de acrobacias políticas, el Papa ha aprendido un modus operandi que juega con la brecha entre las declaraciones públicas y lo que se dice en privado, entre la piedad generalizada y comprometerse de verdad con el sufrimiento personal.
Un pastor que se ha mostrado astuto
Todo los papados son políticos, pero la política depende de los matices de la escena internacional. El papa Juan Pablo II venía impregnado de un carisma anticomunista (algo que más tarde aceleraría su caída) y el papa Benedicto XVI demostró la latente primacía del pensamiento teológico académico europeo.
Como Papa, Bergoglio, el teólogo pastoral cercano a los fieles y a los marginados, está tratando de materializar su compromiso con los más vulnerables de la sociedad (los inmigrantes, los pobres, los campesinos) sin producir cambios profundos en la Iglesia.
El papa Francisco forma parte del tipo de catolicismo que predomina Argentina desde la década de 1930: plebeyo en sus inclinaciones sociales y con fuertes vínculos con el gobierno. Este tipo de catolicismo no se limita a la creencia personal, sino que es un tipo de catolicismo que tiene algo que decir a toda la sociedad, que está dispuesto a reconocer la modernidad e incluso, a veces, a dialogar.
Como parte de este rebaño, el papa ha sido un pastor astuto con un gran don de gentes sin llegar a realizar cambios estructurales. Argentina está llena de historias sobre las llamadas del Papa: la vez que llamó a una mujer divorciada para consolarla con la posibilidad de que algún día podría volver a recibir la comunión, por ejemplo, o al director de la ONG de derechos humanos con el que el Papa se comprometió a apoyar públicamente en acciones políticas.
Al igual que estas anécdotas, las recientes declaraciones de Francisco sobre los probati viri (curas casados) se tratan más bien de una demostración de su pastoralismo conservador centrado en las personas que de una señal de que se ha vuelto progresivo en cuanto a temas como la moralidad sexual. Este es el tipo de catolicismo en el que se ha educado el Padre Bergolgio y el papa Francisco continúa siendo hijo predilecto.
Autor: Verónica Giménez Béliveau, profesora de Religión y Sociedad en la Universida de Buenos Aires.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.