A medida que la aceptación de la vacuna ha ido disminuyendo, han empezado a proliferar las historias de personas que rechazaron la inyección y, por ello, terminaban en la UCI y morían. Estas anécdotas pedagógicas son muy llamativas, pero ¿sirve de algo publicarlas o difundirlas?
Si la moralidad humana dependiera únicamente de sumar costos y beneficios, nuestra vida moral sería una simple cuestión de contabilidad. En el lado positivo, si la vacuna salva vidas, cualquier advertencia para persuadir a los no persuadidos debería ser buena, ¿no? En el lado negativo, quizás estas anécdotas tan elocuentes no siempre funcionan. Además, ¿qué efecto tiene para familias en duelo si se presenta a sus seres queridos como víctimas de su propia locura?
De acuerdo con una visión filosófica llamada consecuencialismo, que propone que lo que es moralmente correcto es lo que haga que el mundo sea mejor en el futuro, debemos “hacer las sumas” lo mejor que podamos y verificar que los beneficios superen los costos. Pero las consecuencias, ya sean buenas o malas, son solo una parte de nuestra compleja psicología moral, como lo demuestra una larga historia de experimentos, especialmente los famosos dilemas del tranvía.
Conocemos la historia: un tranvía fuera de control se precipita por un carril que nos conduce hacia una multitud de personas, enfrentándoles a una muerte segura. Hay un interruptor que apartaría de esta senda al coche, salvando a la multitud, pero de ese modo iría a parar a un carril en el que hay una única persona, por lo que, al accionarlo, la mataríamos a ella. ¿Debemos accionar el interruptor?
Aquí, la relación entre costo-beneficio parece clara: ¡hemos de accionar el interruptor! Pero en los experimentos psicológicos se ha demostrado que muchas personas se niegan a tocar el interruptor. No hacer nada significa que morirá un montón de gente, pero quizás no hacer nada no es matar, sino permitir que se desarrolle una secuencia (trágica) de eventos.
Mucha menos gente activa el interruptor en una aguda variación del escenario en la que el tren fuera de control solo se puede parar si nosotros, que nos encontramos en lo alto de un puente bajo el que pasa el tren, echamos a las vías empujando desde lo alto a un transeúnte inocente y pesado que miraba a las vías. Pocas personas quieren empujar a un inocente hacia la muerte, incluso aunque eso supusiera salvar a muchos más. Y seguramente incluso aquellos que juzgan que esto es moralmente correcto, se sientan angustiados e inseguros al hacerlo.
De modo que nuestro malestar moral por informar sobre las muertes de los escépticos de las vacunas no desaparecerá con argüir que el fin justifica los medios. Así que, ¿cuál es exactamente el ingrediente moral que no estamos viendo y que nos hace sentir tan incómodos ante esta tesitura?
Los investigadores de la psicología moral a menudo asumen que nuestra moralidad está gobernada por dos fuerzas. Una es un proceso lento y racional que acumula costos y beneficios. La otra es un proceso emocional rápido que se preocupa principalmente por obedecer las reglas morales (por ejemplo “matar está mal”). Esta forma de plantear las cosas nos lleva a pensar que deberíamos escuchar sólo al sistema racional.
Según esta teoría, el sistema emocional, con su deseo ciego de seguir las reglas, nos estaría alejando de la acción "correcta". Desde este punto de vista, aunque reconozcamos el malestar moral de una situación, deberíamos obviarlo. Si dar a conocer la muerte de los escépticos de las vacunas ayuda a salvar a otros, deberíamos hacerlo, nos sintamos mal con nosotros mismos o no.
Pero hay una tercera tradición filosófica en la ética que los psicólogos han comenzado a considerar recientemente. Esto pone las cosas bajo una luz muy diferente y nos ayuda a comprender los dilemas morales de una manera nueva, pero perspicaz.
Según los enfoques de la ética basados en contratos, las personas no solo se preocupan por las consecuencias y las reglas, sino también por el acuerdo. A grandes rasgos, algo está moralmente bien si la gente lo acepta, o veríamos que están conformes si tuviéramos el tiempo para preguntarles antes de hacer esa acción.
Este punto de vista ayuda a explicar por qué estamos moralmente en conflicto al accionar el interruptor: la persona pulverizada en la vía seguramente no estaría de acuerdo en que la mataran. Por el contrario, no necesitamos el consentimiento de nadie para no hacer nada. No hacer nada es solo la opción predeterminada.
Esto es aún más cierto con el individuo al que tendríamos que empujar del puente. Seguramente, en nuestra imaginación, esta persona protestaría aún más enérgicamente contra la aterradora perspectiva de que le vamos a empujar a muerte, por lo que nos da la sensación de que es moralmente aún menos aceptable.
Desde una perspectiva contractual de la psicología moral, la pregunta crucial es: ¿las trágicas víctimas de COVID habrían aceptado que se denunciara su caso? ¿Y sus familias? ¿Y habrían aprobado el tono con el que hemos contado la historia?
En algunos de los casos sobre los que se ha informado, sus allegados y familias han pedido que se difundan sus historias para advertir a otros. Estos casos se sienten moralmente bien, como sugeriría la visión basada en contratos. En los otros casos, sin embargo, con los que no se ha solicitado ni concedido dicho permiso, nuestro malestar es mayor, especialmente cuando se retrata a esas personas como estúpidos que han arriesgado su vida. Es difícil estar de acuerdo con este tipo de publicaciones tan agresivas.
Hay otro elemento más: nuestra psicología moral también se preocupa por si las personas, y especialmente nosotros mismos, somos virtuosos. Sin embargo, la schadenfreude, el deleite en la desgracia de los demás, es sin duda un vicio a erradicar: es mejor ser amable y compasivo. Sabemos que difundir y prendarse de las trágicas muertes de los escépticos nos invita a complacer este vicio, lo que nos llevará a sentirnos moralmente incómodos.
Esta incongruencia de nuestros sentimientos refleja la complejidad de nuestro yo moral: las consecuencias, las reglas, los acuerdos y las virtudes pueden llevarnos en diferentes direcciones. No existe una fuente única de intuición moral, sino muchas, cada una con profundas raíces psicológicas.
Entonces, ¿cuándo se justifica la difusión de estas historias y cuándo no? La psicología moral solo puede ayudarnos a comprender por qué las personas tienen opiniones diferentes y por qué muchos de nosotros nos sentimos en conflicto. Resolver estos conflictos no es un trabajo de psicología. Es una tarea de las sociedades democráticas y de la conciencia de cada individuo.
Fotos: Sergio R. Moreno, Fabrizio Bensch.
Autor: Nick Chater, Doctor de Ciencias del Comportamiento en Warwick Business School, de la Universidad de Warwick.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
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