El debate de la tilde en "solo" está resuelto desde 1952. El único problema es cómo funciona la RAE

¡"La RAE rectifica"! ¡"Vuelve la tilde a 'sólo' trece años después"! Con estos titulares se filtraba en ABC el resultado de una votación del pleno de la Academia en la que, siempre según el periódico madrileño, la guerra entre lexicógrafos y escritores se saldaba, por fin, con la victoria de los últimos.

El problema es que todo parece indicar que, en realidad, no ha cambiado nada.

"Evitar rupturas". En 1952, el académico Julio Casares se dio cuenta de que acentuar la palabra 'solo' (cuando podía  sustituirse por solamente) era inconsistente: los casos reales en los que se producía la ambigüedad (sin que el contexto la resolviera) eran raros y rebuscados.

Para la elaboración de la Ortografía de 1959, la Academia lo debatió y pese a que llegó a la conclusión de que Casares llevaba razón ("desde ese año hasta la actualidad la RAE no pone la tilde en solo en sus publicaciones"), lo dejó como opcional para "evitar rupturas", explicaba Salvador Gutiérrez, coordinador de la 'Ortografía de la Lengua Española'.

El "gran pecado" de 2010. Sin embargo, en 2010, las 22 academias de la Lengua Española que hay en el mundo se reunieron en Guadalajara (México) decidieron darle la vuelta a la norma: por un lado, se permitió "prescindir de la tilde [...] incluso en casos de ambigüedad" y, por el otro, "la recomendación general es, pues, la de no tildar nunca estas palabras".

Aunque la intención inicial era eliminar esa tilde para siempre, no se hizo. Es decir, aunque no estaba recomendado, durante estos 13 años se podía seguir acentuando esas palabras si el autor consideraba que había una ambigüedad (y así lo decía claramente la misma Academia). Lo que ocurre es que, lógicamente, la redacción de la Academia invitaba a dejar de usarla y eso no se digirió bien en ciertos círculos intelectuales.

La cruzada solotildista. Académicos como Javier Marías o Pérez-Reverte (pero también Antonio Muñoz Molina, Luis Mateo Díez, Soledad Puértolas, Carmen Iglesias, Mario Vargas Llosa o José María Merino) mostraron su indignación públicamente. Marías llegó a decir que confiaba que algún día se rectificase "por el bien de la lengua española".

Y, de repente, tildar la palabra 'solo' se convirtió en una especie de marca de prestigio para el registro culto que desembocó en una disputa un tanto absurda (porque, recordemos, recogía un consenso entre los especialistas de más de 50 años).

¿Qué se ha aprobado ahora? 13 años han pasado desde aquella reunión de Guadalajara hasta que alguien filtró que "volvía la tilde de sólo". No obstante, la RAE ya ha explicado que lo acordado es sólo "una nueva redacción que se publicará en el Diccionario Panhispánico de  Dudas (DPD), que no modifica la norma sino que la hace más clara".

Resumiendo: se va a convertir ese "se podrá prescindir de la tilde (...) incluso en casos de ambigüedad" por algo del tipo "será optativo en contextos en los que, a juicio del que escribe, su uso entrañe riesgo de ambigüedad". Y, a falta de que se sepa cuál es el texto definitivo, este acuerdo se está vendiendo como una victoria de los escritores de la academia frente a los lexicógrafos de la misma.

Un síntoma de un problema más profundo. Sin embargo, esta "victoria histórica del solotildismo" deja a la Academia en un terreno algo inestable. No debemos olvidar que hablamos de algo que goza del consenso de los especialistas desde, al menos, 1959 y que solo es polémico por la negativa de un sector de la academia a aceptar que "sus costumbres ortotipográficas" no tienen por qué ser el canon del español escrito.

En el fondo, es una confirmación de que no son los criterios científicos (ni siquiera la consistencia de las mismas normas que impone la academia) lo que regula el estándar de la lengua española: es el número de votos en el pleno de una institución que, por lo demás, es privada. Y, ojo, no está mal que esto quede a la vista de forma tan cruda.

La "tilde del solo" es una oportunidad inmejorable para empezar a preguntarnos cuántas de las decisiones de la Academia son, en realidad, imposiciones de unas variedades lingüísticas sobre otras por el mero hecho de que la composición del pleno de la institución es el que es.

Imagen | RAE

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