Probablemente el proceso fuese parecido en el resto de países, pero nosotros vamos a usar de momento el ejemplo español, el que tenemos más cercano. Tanto para la Ley antitabaco de 2006 como la de 2010, por las que se vetaría su consumo en espacios públicos y privados, se hicieron una serie campañas públicas previas a la introducción de la medida.
Anuncios ministeriales y noticias en prensa contextualizaban el cambio de paradigma: ¿por qué se va a coartar la libertad de los ciudadanos? España esgrimió tres argumentos. Porque de estaba luchando contra el tabaquismo (se buscaba una deshabituación tabáquica) que tantas enfermedades y mortandad causan en ese grupo. Porque hay que proteger a los menores. Y, sobre todo, porque los fumadores estaban perjudicando con su consumo a los demás: el tabaco mataba literalmente a miles de fumadores pasivos cada año.
Es decir, que si no podemos recriminarle el riesgo propio a los fumadores habituales, ese 1% (según la OMS) de personas que fallecen injustamente por su vicio se convertía en el símbolo de la lucha. Eran víctimas inocentes.
Dónde están las muertes de fumadores pasivos, que yo las vea
En 2010 El País recogía los descubrimientos del informe elaborado por el Ministerio de Sanidad. En 2004 estimaron en 1.400 las muertes anuales de ciudadanos por las consecuencias indirectas del tabaco.
Viajamos siete años adelante en el tiempo desde que se instaurase aquella medida que eliminó de buena parte de la vida pública el cigarrillo involuntario y los resultados son los mismos, sino más graves: según organizaciones antitabaco como Socidrogalcohol o Semfyc a fecha de 2017 siguen muriendo en nuestro país entre 1.500 o 3.000 personas. 5.000, según las estimaciones más osadas de la agencia norteamericana de protección ambiental de 2010, a causa de esas “4.500 sustancias tóxicas” que dejan los fumadores en el aire.
El Ministerio de Sanidad, sin embargo, nos comunica que no se realizan informes anuales cuantificando oficialmente las estimaciones de estas muertes, y que el dossier que lanzaron en 2010 fue un trabajo puntual como refuerzo a la información que solicitaban los estamentos para lanzar la ley.
A día de hoy, no sabemos cuánto ha mejorado la salud de los españoles ajenos al consumo de tabaco en esta década desde que el consumo empezó a perseguirse en los espacios públicos.
"Helena Miracle": los fumadores nos están matando
Estas conclusiones son similares a las que ha publicado esta semana Slate en un extensísimo trabajo que ha revuelto a la opinión pública. Aunque su análisis iba un poco más allá. Según los controles científicos previos y posteriores a las prohibiciones de consumo de tabaco, el veto en base a los consumidores pasivos, en base a ese problema sanitario mundial, estaba injustificado.
¿La punta de lanza? Helena, la capital de Montana de algo menos de 30.000 habitantes (el doble catorce años atrás). A los seis meses de instaurar su “smoking ban” en puestos de trabajo, casinos, restaurantes y bares, el número de ataques al corazón de la ciudad se desplomó en un 60%. Cuando un juez revocó la norma y el tabaco volvió a los locales también lo hicieron los índices previos de incidencia de ataques al corazón.
El milagro helénico, el descubrimiento de estos resultados estadísticos, se utilizaron como relato ejemplarizante para que el resto de Estados avanzara en su veto al tabaco. Medios como New York Times, The Wall Street Journal o BBC, entre otros, dieron cabida a la historia de Helena entre sus páginas.
Por aquella misma época también circulaban informaciones como “respirar tabaco durante media hora diaria te reportará los mismos efectos que ser un fumador activo”, o treinta segundos de contacto con el humo pueden provocar “que el estado de las arterias coronarias de los no fumadores sean indistinguibles de las de los fumadores”. El simple contacto con el humo del tabaco podría ser letal.
Recoge una muestra local, actúa de forma global
Aunque se encontraron resultados similares a los de Helena en estudios puntuales de pequeñas comunidades como Pueblo, Bowling Green o el Condado de Monroe, a lo largo de estos años en los que han crecido los vetos al tabaco, los analistas no han podido replicar los efectos cuando se han realizado estudios sobre muestras más grandes.
La realidad es que el estudio de Montana, como los otros, no demostraban una correlación entre la prohibición y la mejora de la salud pública, sino que, al tratarse de muestras tan pequeñas, daban más cabida a la aleatoriedad que caracteriza a la incidencia de enfermedades coronarias.
Vamos con otros casos. En Piedmont, región de Italia, el declive en las enfermedades cardiovasculares tras el veto era de sólo un 11%, y sólo había caído entre la población de más de 60 años. Inglaterra, tras implantar el veto a nivel nacional, estudió los efectos a gran escala, y los analistas de allí sólo pudieron determinar una caída en los ataques al corazón de los fumadores pasivos de un 2%. Y estos son los resultados más contundentes de entre los estudios exhaustivos de los últimos años, ya que, en realidad, en la mayoría de ellos no pueden determinar una mejora en la salud pública en absoluto.
Otro estudio de 2008 a nivel nacional en todo el territorio de Nueva Zelanda tampoco encontró efectos significativos sobre los ataques cardíacos o las enfermedades de garganta al año de que se implementara la prohibición. Es más, las hospitalizaciones por ataque al corazón habían aumentado.
En 2006 el análisis más determinante de esta cuestión llevado a cabo por Surgeon General anunció que el riesgo de cáncer de pulmón de los fumadores pasivos es entre un 1,12 y un 1,43 mayor que entre los ciudadanos que no se expongan habitualmente al humo, mientras que ese riesgo es 12 veces mayor entre la gente que sí fuma habitualmente. Fumar te puede llevar a un cáncer de pulmón, respirar el humo del tabaco ya no es tan claro.
El tabaco no mata a (tantos) fumadores pasivos: ahora qué
Jacob Grier, el autor que recopila toda esta información, indica que él mismo recibió donaciones de compañías tabaqueras años atrás (no actualmente), por lo que podría tener un interés por demostrar una persecución desmedida por parte de los Estados. Pero la multitud de estudios a los que alude (y en los que él no participa) son bastante determinantes. Para instaurar las prohibiciones al consumo de tabaco se creó un alarmismo generalizado que se excedió en sus aseveraciones.
Con la información con la que contamos ahora, es cierto que el tabaco es, como mínimo, una de las mayores causas de muerte evitable del mundo, así como que se trata de una sustancia con altos índices de adicción. Prohibir el tabaco ayuda a problematizar su consumo y, tal vez, mover a muchos de sus consumidores a dejar de consumirlo (lo es mucho más la subida de precios, en realidad, y aún así habrá gente que siga fumando pase lo que pase).
Nos excedimos, eso sí, a la hora de achacarle efectos negativos. Como mínimo, no tenemos pruebas para concluir que la influencia indirecta del tabaco mata a suficiente gente como para que sea un problema sanitario de primer orden.
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