Mientras medio mundo hacíamos chistes a cuenta del nombre del último tifón en provocar disturbios mundiales, entre 40.000 y 60.000 personas se quedaron en tierra y tuvieron que ser evacuadas de urgencia en el aeropuerto de Kansai, Osaka. Si miraban por la ventana del edificio el panorama era apocalíptico, como diría Piqueras, y con razón: ahí donde debería estar la pista de aterrizaje lo que había era mar revuelto. El agua se había comido la carísima infraestructura. Estaban viendo, lo supieran o no, un augurio de un futuro cada vez más próximo.
La consecuencia del cambio climático que no esperabas leer hoy: además de todo lo que hemos visto anteriormente, la subida de las temperaturas va a tener un impacto muy directo en el bolsillo y las infraestructuras de países de todo el planeta: una cuarta parte de los 100 aeropuertos más frecuentados del mundo están a menos de 10 metros del nivel del mar, según datos de Airports Council International y OpenFlights. Doce de esos, entre los que hay aeródromos de Shanghai, Roma, San Francisco o Nueva York, están a menos de cinco. Sólo la remodelación de las terminales del aeropuerto de Shanghai costaron hace una década 1.670 millones de dólares.
¿Y por qué hemos instalado los aeropuertos al borde del mar? Porque, como tantas cosas, planificamos este tipo de construcciones sin tener en cuenta la previsión climática. Zonas costeras, a nivel del mar, eran idóneas para las pistas y terminales: tenían menos obstáculos naturales, como diferencias bruscas de altura, y había menos probabilidades de molestar a los vecinos. Además, las costas han sido siempre un protector natural de las inclemencias del tiempo: son territorios que aclimatan. Salvo si está a punto de llegar una inundación por lluvias, un huracán o un tifón.
El clima, también: Siendo modestos, y si la tasa de derretimiento de Groenlandia continúa duplicándose cada diez años tal y como se espera en el panorama actual, de aquí a 2100 el mar se elevará 7 metros. Y eso sin contar las crecidas puntuales a causa de tormentas y desastres naturales, como el Tifón Jebi… Pero al igual que los aviones se quedan hoy en día en tierra si hace mal tiempo, también pueden hacerlo por temperaturas extremas. Si el aire se calienta pierde densidad, y hay situaciones (dependiendo de la región, del modelo de avión o el peso de la tripulación) en la que una temperatura superior a 30 grados pueden impedir un despegue seguro, algo tan dañino para los balances de cuentas de las aerolíneas como el riesgo de la crecida del mar para los propietarios de la terminal.
Ya ha pasado, y pasará: En 2012 el famoso huracán Sandy inundó los tres aeropuertos que dan servicio a la ciudad de Nueva York, lo que paralizó los viajes de cientos de miles de viajeros durante días. El tifón Goni cerró las pistas del aeropuerto internacional de Hongqiao, a las afueras de Shanghai, en 2015, lo que obligó a los pasajeros y miembros de la tripulación a esperar en un edificio inundado mientras trataban de despegar. Las peores inundaciones de este último siglo en la India, en la zona de Kerala, mataron a 400 personas el mes pasado, y el diluvio causó que el aeropuerto de Cochin, un centro regional, cerrara durante dos semanas. Todo apunta a que vamos a tener que incorporar previsiones de catástrofes en los planes de construcción de aeropuertos (y ciudades) en el futuro inmediato.
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