Si a algo dedicó tiempo y esfuerzos Adolf Hitler fue a cuidar su aura de líder proverbial. Al fin y al cabo estaba convencido de que tenía una misión mesiánica con Alemania. Y como tal, en calidad de Führer, debía proyectar una imagen casi mística que la propaganda nacionalsocialista se encargaba de encumbra.
De Hitler se decía que no fumaba. Que era abstemio. Y vegano. Que cuidaba su dieta y animaba a sus soldados a hacer deporte a diario. "Es todo genio y cuerpo", presumía uno de sus colaboradores en 1930, antes de insistir en su filosofía vital espartana: "No bebe, casi solo come verduras y no toca a las mujeres".
Lo mismo con las drogas. La ideología nazi alentaba una imagen de gobierno y ejército saludables, así que en 1933 —tras la consolidación de Hitler en el poder— se vetaron los "venenos seductores" y pasó a considerase a quienes los consumían "criminales dementes". Desde la óptica nazi, las drogas eran un problema judío.
Todo esto, claro, de cara a la galería.
Hitler y las drogas. De puertas adentro las cosas eran distintas. Y no solo porque en su refugio de las montañas austriacas el Führer conservase una nutrida bodega con botellas de vino galo. Durante sus últimos años y con el beneplácito de su médico, Hitler consumió un antecesor de la Oxicodona y cocaína, sustancia esta última que inhalaba varias veces al día como un paciente aplicado. El motivo no era sentirse exultante, o esa no era la idea principal, sino tratarse de su sinusitis.
Un enganche en tres actos. La relación de Hitler con las drogas está bien documentada y se basa en registros y las notas de su médico. Una de las personas que más tiempo ha decido a indagar en esa faceta del Führer es es Norman Ohler, escritor alemán que hace ya unos años plasmó sus conclusiones en el libro 'El Gran Delirio'. En su opinión, la relación de "abuso" de Hitler con las drogas pasó por tres etapas, a cada cual más complicada. Igual que un crescendo narcótico.
La primera arranca en 1936, con el nombramiento del venereólogo Theodore Morell como su médico personal. Por indicación suya Hitler empezó a inyectarse un cóctel de vitaminas y glucosa. La segunda empezó cinco años después, hacia el otoño de 1941, coincidiendo con los problemas en la guerra contra Rusia, y estuvo marcada por el consumo de hormonas, esteroides y barbitúricos. "Le inyectaban hormonas de animales, incluyendo cerdos", relata Ohler a la BBC.
Y llegaron las drogas duras. La más relevante es sin embargo la tercera etapa, cuyo inicio Ohler sitúa hacia el verano de 1943, cuando cree que el Führer empezó a consumir "drogas sumamente duras". Y como tales se entiende la coca o Eukodal, la actual Oxicodona. Gracias a sus indagaciones en los archivos y notas del propio Morell, Ohler ha podido recrear parte del tratamiento de Hitler, recabando algunos datos curiosos. Ahora sabemos por ejemplo que llegaron a suministrarle 800 inyecciones en 1.349 días o que acudió a reuniones decisivas colocado.
Cocaína para la sinusitis. Uno de los tratamientos más sorprendentes que recibía el Führer en esa etapa final era el que debía aliviarle de su sinusitis crónica. ¿El motivo? Por consejo de sus médicos y como paciente aplicado que era, el líder nazi se dedicaba a inhalar coca varias veces al día. Lo revela el psiquiatra Jerrold M. Post, quien se dedicó a trabajar durante décadas como analista para la CIA. "Tras el intento de asesinato en julio de 1944, Hitler empezó a recibir un tratamiento diario con cocaína para su sinusitis crónica", comenta.
Tratamientos "placenteros". "La droga, en una concentración del 10%, se aplicaba con frecuencia en las fosas nasales de Hitler y él mismo empleaba dos veces al día un inhalador que contenía cocaína", sigue Post, convencido de que "el consumo de drogas por parte de Hitler fue de proporciones épicas". Hay teorías que apuntan a que, en cierto modo, el líder nazi llegó a sufrir la rivalidad de dos médicos que lo trataban de forma simultánea: Morell y Erwin Giesing, que no compartían información entre ellos de los fármacos que le suministraban.
El propio Ohler ha encontrado pruebas de que el Führer había consumió coca al menos en 15 ocasiones distintas, y no en dosis pequeñas: "Era la sustancia pura que le entregaban las SS. Había ocasiones en que tomaba cocaína y Eukodal durante un período de pocas horas, lo que en jerga se llama Speedball".
En los años 90 el ex analista de la CIA llegó a publicar un artículo en The Washington Post en el que replicaba el testimonio del otorrinolaringólogo de Hitler. En su opinión, si bien el líder nazi "no era un drogadicto común", sí parecía encontrar "placenteros" ciertos tratamientos con drogas, hasta el punto de que el médico temía que acabara convirtiéndose en un "consumidor habitual".
Cocaína... y algo más. La cocaína era solo una parte del botiquín de Hitler. Jerrold M. Post, quien llegó a asegurar que Morell tenía fama de "curandero" y a Hitler lo trataba un "charlatán", sostiene que el dirigente alemán recibió decenas y decenas de fármacos, más de 70, entre los que había estimulantes, barbitúricos y hormonas extraídas de vesículas seminales y próstata de toros jóvenes. Hay quien sostiene que el Führer ingería también pastillas "antigases" a base de estricnina y que su "menú médico" habitual llegó a sumar 28 fármacos simultáneos.
"Además Morell daba diariamente a Hitler sus propias pastillas doradas de Vitamultin. Tras un análisis químico se descubrió que contenían cafeína y Pervitin, una forma de anfetamina. También inyectaba Eukodal (Percodan, un narcótico de potencia equivalente a la morfina) para su dolores abdominales", desliza Post. En su opinión, resulta difícil valorar cómo pudo actuar semejante cóctel químico en el estado mental de Hitler, aunque el estadounidense deja un símil elocuente: "Baste decir que, en la jerga de la calle, consumía simultáneamente coca y speed".
A la cumbre colocado. Otra de las ideas que desliza Ohler es que Hitler llegó a asistir a reuniones clave para el transcurso de la Segunda Guerra Mundial bajos los efectos de las drogas. Según sus pesquisas ocurrió en al menos en una ocasión, en julio de 1943, cuando el Führer tenía la moral por los suelos y debía entrevistarse con el líder de los fascistas italianos. Para sobrellevar el trago, su médico hizo lo que mejor se le daba: rebuscó en su maletín y sacó un fármaco poderoso.
"Mussolini quería abandonar a las Potencias del Eje y Hitler estaba muy deprimido. Ese día Morell usó por primera vez una droga llamada Eukodal, un analgésico opioide semisintético, un primo farmacológico de la heroína, pero que producía un efecto de euforia mucho más potente", relata a la BBC. El resultado fue un Hitler exultante, pletórico y con una verborragia tan incontenible que, asegura Ohler, tras horas de diatribas logró convencer a Mussolini para que cambiase de padecer y mantuviese durante un tiempo su apoyo a Alemania.
Más allá de Hitler. La relación entre la Alemania nazi y las drogas va sin embargo mucho más allá de Hitler u otros lideres nacionalsocialistas que, asegura Ohler, recurrían a fármacos para participar en las agotadoras reuniones que, ya al final de la guerra, se celebraban la Guardia del Lobo, en el búnker de Masuria.
En su ensayo, el autor analiza también el papel del medicamento Pervitin, fabricado en el país y que llegó a considerarse una suerte de "compuesto mágico" al que se recurría para mejorar el rendimiento o el cansancio. Tanto en Berlín, en las oficinas, como en la guerra, en las trincheras. "Se convirtió en la droga de moda, la gente la tomaba como café para mejorar sus niveles de energía", rememora.
Imágenes | Stock Catalog (Flickr) y Wiki 1 y 2
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