Hay muchas razones para hacer ejercicio. Cosas como mejorar la salud, pasárselo bien o lucir tipazo en la piscina municipal. Pero hay una cosa para la que no sirve: la depresión. Tal y como suena: ni la actividad física tiene efecto antidepresivo, ni el deporte es una especie de prozac mágico y a buen precio. Eso no quiere decir que no tenga beneficios, sencillamente que tiene los que tiene. Y ni uno más.
Pero si eso se ha dicho siempre. Precisamente eso explica José C. Perales, profesor de psicología de la Universidad de Granada, que hay "algunas cosas muy publicitadas y que han pasado a ser asumidas por la población" que tienen "tamaños de efecto minúsculos o nulos". Es decir que son fenómenos flojos, flojos, flojos. La relación entre la depresión y la actividad física es uno de ellos.
No es un mito infundado: Ni una leyenda urbana. Hay estudios que relacionan la actividad física con la depresión de una forma u otra. El problema es que la evidencia científica que tenemos o es poco concluyente o es de mala calidad y al hacer una regla general de eso hemos liado el asunto.
Mala calidad: Como señalaba Perales, hay dos malas noticias. La primera es que hay una correlación inversa entre la calidad metodológica y el tamaño del efecto. Es decir, cuanto peor hecho está el estudio, el efecto antidepresivo de la actividad física que encuentra es mayor. Como os podéis imaginar esto es una pésima noticia: cuando hacemos estudios sobre un tema, por pura estadística, es esperable encontrar estudios a favor y estudios en contra, pero cuando la calidad no se reparte de forma transversal en ambos grupos de estudios suele haber algo sospechoso.
Los ensayos clínicos no encuentran nada: La segunda mala noticia está relacionada con la primera y es que los dos ensayos clínicos más importantes que se han hecho (el TREAD y el DEMO-II) han dado malos resultados. Los ensayos clínicos aleatorizados son el 'estándar de oro' de la investigación científica actual: lo mejor de lo mejor. Sin ellos, hay poca esperanza.
¿Qué quiere decir esto? Es decir, no parece “probable que la actividad física conduzca a algún beneficio clínico en términos de síntomas depresivos o sea un tratamiento rentable para la depresión”. Se puede decir más alto, pero difícilmente se puede decir más claro. Esa es la conclusión más favorable que se puede extraer de los mejores estudios que tenemos.
Pero no corramos (je). Porque, en realidad, eso no quiere decir que la actividad física no tenga ningún papel en la depresión. Los tratamientos más efectivos contra la depresión tienen que ver con lo que conocemos con la ‘activación conductual’ (AC) y ahí, en la práctica clínica, el ejercicio sí puede tener un papel.
En términos prácticos, la depresión viene a ser un círculo vicioso en que nos vamos retirando de las actividades habituales y nos vamos ‘encerrando’ en otras actividades que solo ahondan el ánimo depresivo. La AC actúa haciendo que las personas "vuelvan a activarse" y ayudarlas a salir de ese círculo vicioso. ¿Cómo? Saliendo con amigos, acudiendo a un cineclub o, efectivamente, haciendo deporte.
Jugar el partido. En ese contexto, sí que puede ser útil la actividad física (aunque, la verdad es que nos faltan estudios serios que lo confirmen)). Tanto para la depresión, como para los “bajones” de la vida cotidiana. Es una actividad que, a medio plazo, es naturalmente reforzarte y satisfactoria: algo que, bien usando, nos puede alejar de los círculos viciosos característicos de la depresión.
Correr es de cobardes, Pero la actividad física también tiene problemas: iniciarse en prácticas deportivas, por ejemplo, puede costar bastante. Sin técnica ni fondo físico, este tipo de cosas pueden convertirse en eventos que retroalimenten la depresión. Hay veces que la cuestión no es hacer o no hacer, la cuestión es hacer con cabeza.
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