"Konzo" significa "piernas atadas" en el lenguaje de los Yaka del suroeste del Congo. Allí fue donde la encontramos por primera vez y donde le pusimos nombre. Era los últimos meses de 1936 o los primeros de 1937. El siguiente brote documentado ocurrió en 1981 en el norte de Mozambique.
El patrón era el mismo. Una debilidad generalizada que desemboca rápidamente en una parálisis súbita y simétrica que vuelve rígidos los pies, las piernas y los tobillos. Aparece en las diminutas aldeas del África rural bajo la mirada de una población que no sabe que la epidemia se la están provocando ellos mismos. Algo muy parecido a lo que, según lo que apuntan algunos datos y cada vez más expertos, está pasando con la depresión. ¿Nos estamos envenenando?
Una pequeña parábola que ayuda a comprenderlo. La yuca llegó a África con los comerciantes portugueses de Brasil ya en el siglo XVI y, poco a poco, fue ganando terreno a cultivos tradicionales como el mijo, el plátano y el ñame. Frente a todas esas especies, la yuca es más resistente a la sequía y se conserva mejor. Eso ha hecho que se convierta en un pieza fundamental de la alimentación africana y la mitad de toda la producción mundial se concentra en el continente.
Solo tiene un problema: el cianuro. La yuca, si no se procesa correctamente, es venenosa. Sobre todo, en dietas que se basan, casi exclusivamente, en ella. Y eso ocurre en África. Como su procesado tradicional requiere abundante agua, justo cuando las dietas pasan a depender más críticamente de la raíz, es cuando peor puede procesarse.
Eso es el Konzo. Una enfermedad "paradójica" porque lo que hace más fuertes es precisamente o que nos hace más vulnerables a la sequía y el hambre. El paralelismo con la nueva epidemia de los trastornos emocionales (ese grupo de trastornos que engloban a la depresión y la ansiedad) no es perfecto, pero sí es sugestivo.
La yuca se cultiva (y se consume) desde hace unos 4.000 años, pero sólo ahora, en tiempos recientes, el Konzo se ha convertido en una epidemia. Algo así, ocurre con los trastornos emocionales: nos han acompañado durante miles de años, pero sólo ahora parece que están adquiriendo una entidad tan grande y complejo como para merecer el calificativo de epidemia. ¿Y si, como en el caso del Konzo, hay algo más?
Historia de una autoimposición
Esa es la tesis que Dima Qato, investigadora de la Universidad de Illinois en Chicago, está tratando de armar. Un día, Qato tomó conciencia de la gran cantidad de medicamentos de uso común que tienen, entre sus efectos secundarios, la depresión y el suicidio. Es una de esas cosas que la gente como ella (doctora en farmacia y profesora de salud pública) saben perfectamente, pero de las que muy poca gente se dedica a hablar.
Los anticonceptivos hormonales, los antihipertensivos, los medicamentos para otros problemas cardiacos, los antiácidos, los analgésicos y un larguísimo etcétera... Hay más de 200 fármacos de uso común que incluyen los trastornos emocionales en su prospecto. Pero lo que realmente llamó la atención a Qato fue darse cuenta de que más de un tercio de estadounidenses que usan de forma habitual estos medicamentos lo desconocen.
"La mayoría de la profesión médica subestima esos efectos" secundarios y, de facto, no se tienen en cuenta a la hora de establecer un diagnóstico de depresión o un programa de prevención del suicidio.
Y es curioso, porque los análisis epidemiológicos que realizó el equipo de Qato, señalaban que existía alguna relación. Se dieron cuenta de que el 15% de los adultos que usaron simultáneamente tres o más de estos medicamentos sufrieron depresión. En contraposición con el 5% de los que no usaban ninguno de esos medicamentos, el 7% de los que usaban solo y un 9% de los que toman dos medicamentos simultáneamente.
La relación permanece (relativamente) robusta incluso cuando sacamos de la ecuación a aquellos medicamentos que pueden sugerir una depresión subyacente, previa y no relacionada. Ahí fue cuando Qato se preguntó si somos conscientes de ese riesgo y si lo estamos monitorizando. Sobre todo, porque el consumo de medicamentos con efectos secundarios de este tipo está creciendo a tasas anuales de más del 30%. La respuesta fue: "no".
Algo sorprendente porque, aunque los estudios epidemiológicos son diseños malos para establecer causas y efectos, no hay duda que estos medicamentos pueden causar depresión y tenemos datos claros que señalan que la interacción entre varios puede aumentar la frecuencia de estos efectos. El problema es cierto, pero no hay soluciones claras, la mayor parte del mundo hace como si ese riesgo sencillamente no existiera.
"Eso es un problema y muy serio", señala Qato. "Bueno, en realidad intuímos que es serio, pero desconocemos el impacto real", no dicen Simon Böttcher, investigador también de salud pública y epidemiología. Fundamentalmente, porque si ignoramos la contribución de los medicamentos comunes al crecimiento de la depresión, la ansiedad y el suicidio de los últimos años, nunca podremos saber su impacto real. Y, por supuesto, no podremos mejorar los tratamientos.
Para los autores, "es evidente que estamos dejando solos a muchísimos pacientes, indefensos ante un problema que ya está virtualmente fuera de control". Sobre todo, porque esto no va de rechazar los medicamentos. Al contrario. Como en el caso de Konzo, no se trata de rechazar la yuca, sino de aprender a utilizarla bien. Redoblar los esfuerzos en la alfabetización sanitaria global.
"Una sociedad sobremedicalizada es el caldo de cultivo perfecto para que crezca la depresión y el suicidio". No porque los medicamentos los provoquen, sino porque nos hacen más vulnerables. Se trata de "entender que no podemos ignorar los problemas, ni olvidar a los pacientes". Y "las señales son cada vez más numerosas": tenemos que afrontar los costes ocultos del sobrediagnóstico, la sobremedicalización y la mala compresión de los polimedicados. Si no, al final, "este será otro frente contra la medicina científica".
Personalmente, tengo sensaciones encontradas. Es cierto que al mirar los datos, hay algo que no encaja. Y, sin embargo, el problema es mucho más complejo. Como dice Richard Layard, "la salud mental es la mayor causa simple de miseria en la sociedad". La sobremedicalización puede ser una causa, pero hay muchas formas de contribuir a esta epidemia que no conllevan usar pastillas.
Imagen: Ben Blennerhassett/Unsplash