No hace tanto publicábamos en esta casa el siguiente artículo: “la depresión afecta más a los países ricos”. Nos sustentábamos en datos recopilados por la OMS, Entre los países con más personas deprimidas eran Francia, Estados Unidos, Bélgica o España. Ni rastro, por ejemplo, en la conflictiva sociedad de Irak o en países del sudeste asiático.
Forma parte de uno de los lugares comunes de la opinión pública y de los profesionales por muchas décadas: depresión y ansiedad son enfermedades y síntomas propios de quienes tienen tiempo para pensar en cosas superfluas de la vida, una consecuencia de la abundancia y degeneración de occidente.
El “sano” salvaje: existe un curioso estudio que ayudó a establecer esta creencia: J.C. Carothers, psiquiatra y consultor de la OMS, publicó en 1953 el informe “La mente africana”. En él se defendía que los habitantes del continente carecían del desarrollo psicológico y del sentido de responsabilidad personal necesario para experimentar la depresión. A esta idea se le han sumado otras, como que la relajada vida sin tantos estímulos o la abundancia de tribus y comunidades arropaban a los africanos y los alejaban de estas dolencias.
Un problema de muestreo: pero en las últimas décadas se está demostrando que esta realidad estaba condicionada por el desarrollo sanitario. No es que occidente sufra más depresión, de la misma forma que hay que tener cuidado a la hora de defender que el número de personas deprimidas crece con los años, sino que la enfermedad se conocía mejor y se diagnosticaba más, hasta el punto que el debate en nuestro contexto es si estamos patologizando en exceso algo tan normal como la tristeza.
Los países pobres se ponen al día: volviendo con lo de antes, las estadísticas más recientes están contrariando las cifras de antaño, mostrando que hay tanta gente deprimida en Estados Unidos como en la India o en Nepal. Pese a todo, sigue habiendo países pobres como Chad, Afganistán o Ruanda donde sólo existe un único psiquiatra para toda la población. Ocurre igual que en Europa en el siglo XIX.
El investigador Vikram Patel lleva 20 años demostrando cómo los diagnósticos por enfermedades mentales son completamente obviados en parte de África y Asia, en buena medida debido al estigma y a una intención de los gobiernos de ignorar el problema. Incluso en muertes claramente condicionadas por la depresión, ésta no aparece en los informes clínicos, alterando los resultados estadísticos.
¿Y qué relación hay entre depresión y pobreza? Aunque la gente pobre es más propensa a sufrir depresión (como también pasa con la obesidad o el asma), la mayoría de los pobres no están deprimidos, así que no es una fuerza causal directa. Sin embargo sí hay diferencias en cuanto a las consecuencias de padecer una depresión entre ricos y pobres: los pobres tienden a haber recibido menos educación informativa y emocional, lo que deriva en una más tardía y peor gestión de esos estadios, lo que puede derivar en más somatización, peor productividad, agravamiento de otras enfermedades y más tensiones sociales y familiares.
No eres tú, es la economía: aún sabiendo que la depresión es un complejo fenómeno multidimensional y multifactorial, es interesante señalar la existencia de una novedosa y creciente corriente de pensamiento.
Durante muchos años hemos tratado las dolencias emocionales como un ejercicio de superación individual (que el paciente vaya a terapia). Sin embargo, ahora algunos creen que, dado que el estrés, la ansiedad y la depresión están muy vinculadas a la realidad material de los ciudadanos, otro abordaje sería mejorar las condiciones económicas del conjunto de la sociedad para limitar el impacto del que es ahora mismo el causante de la mayoría de dolencias del mundo de forma directa o indirecta y 800.000 muertes al año.
Pese a lo interesante de la idea, se queda coja: divorcios, pérdida de seres queridos y contracción de otras enfermedades son algunas de las principales causas de la depresión mayor.
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