Del mismo modo que Wuhan quedó asociada irremediablemente al origen de la pandemia, una remota región sudafricana ha quedado vinculada a ómicron para siempre: Gauteng. Fue allí donde se monitorizó, que no circuló, la variante por primera vez. La provincia opera ahora como un grupo de control mundial para conocer el impacto y la gravedad de ómicron, una suerte de espejo sobre lo que nos depara el futuro a corto plazo. También Sudáfrica en agregado.
¿Y qué dicen sus datos?
Un decalaje. A priori, algunas buenas noticias. Los contagios se han disparado tal y como ya sucediera en olas precedentes. Sudáfrica registra hoy 448 casos por cada 100.000 habitantes durante los últimos catorce días, cifras similares a las de agosto y enero, los dos últimos picos de transmisión. Al contrario que entonces, las muertes no han aumentado en la misma proporción. Se han mantenido planas, siguiendo la tendencia de las semanas y los meses previos, antes de que llegara ómicron.
Un gráfico ilustrativo.
¿Qué significa? Es pronto para saberlo. La curva de fallecidos siempre escala con algunas semanas de retraso respecto a la de contagios, como por otro lado es lógico (a lo que podemos sumar un retraso por parte de las autoridades sudafricanas para incorporar los fallecidos a las series). Tampoco podemos atribuir la contención de la mortandad a las vacunas: Sudáfrica sólo ha inmunizado por completo al 26% de su población y sólo ha administrado al menos una dosis a poco más del 30%.
No son porcentajes tan robustos como para explicar los menores ingresos hospitalarios y las pocas muertes.
Más inmunidad, menos gravedad. Dos hipótesis: o bien la población sudafricana ha alcanzado cierto grado de inmunidad natural (ha sido uno de los países más golpeados por la epidemia durante el último año) o bien ómicron es más transmisible pero menos grave que otras variantes. Esta última es una tesis aún por comprobar. Sí sabemos que se trata de una variante extremadamente transmisible, más que delta, tal y como ha explicado el CDC europeo; pero no tenemos evidencias suficientes como para afirmar que es menos grave.
El debate. Diversos expertos se han mostrado cautos antes de catalogar a ómicron como una variante "más débil". Coinciden en lo temprano de la ola y en los riesgos absolutos, no relativos, de ómicron como un problema global (la gran mayoría de la humanidad sigue sin estar vacunada). Pero sí tenemos algunos datos que también pueden invitar al optimismo: en España sabemos que la sexta ola ha causado hoy menos ingresos hospitalarios, UCI y menos fallecidos que el resto de olas a su misma altura.
Los contagios están en el mismo punto que la segunda ola, por ejemplo, pero los fallecimientos se mantienen relativamente planos.
¿Efecto vacuna? Para el caso español y europeo, es plausible pensar que la vacuna está jugando un papel relevante en la mitigación de casos graves. Lo vimos hace algunos días: el porcentaje de población vacunada que termina ingresada en la UCI es mínimo, frente a una tasa mucho mayor para los no vacunados (hasta siete veces más). Pese a todo, ómicron es tan transmisible que el riesgo de saturación de la Atención Primaria (ya colapsada) o de las UCIs (aún no) es real. Lo que obliga a la cautela.
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