"Cazafortunas rompe con su novio pobre, y después se lamenta de su decisión" es la joya de la corona del emporio Dhar Mann (12 millones de seguidores). Tiene 38 millones de reproducciones en Youtube y otros tantos millones en canales segregados. Puedes predecir cómo va a evolucionar la historia con precisión quirúrgica desde el vigésimocuarto segundo del vídeo de casi 10 minutos y no te equivocarías en absolutamente nada.
Una desagradable y engreída mujer que “no tiene fe” en el negocio de su novio desprecia en repetidas ocasiones su falta de estatus antes de dejarle. Un año después, las tornas han cambiado: el negocio de John ha despegado, con lo que ahora es millonario, mientras que Bella se ha quedado en la estacada por su inutilidad. Pero, lo siento, chica, ahora John está pillado por una mujer que no estaba con él por su dinero y que sí creía en él. Dhar Mann aprovecha los últimos minutos para aparecer él mismo y repetir otra vez el mensaje: necesitas estar con aquellos que te quieran hasta en tu peor momento. El rótulo final de sus últimos vídeos afirma que Dhar Mann Studios no se dedican únicamente a contar historias, sino “a salvar vidas”.
El hermano Grimm de YouTube
Este creador de origen indio se considera a sí mismo como “cuentista contemporáneo”, en el sentido de contador de fábulas morales, filósofo de la #motivación e #inspiración. Su excepcional formato es, al mismo tiempo, algo novísimo y algo antiquísimo. Se parece tanto a las minitelenovelas del Tiktok indio como a los cortos educacionales estadounidenses de los años 50 donde las escuelas públicas enseñaban a los adolescentes los peligros de fumar marihuana.
Pueden detectarse muchos ingredientes de su fórmula: los titulares siempre han de ser estilo clickbait (“Profesora ACUSA A ESTUDIANTE de tomar DROGAS, se arrepiente al instante”), debe haber un mensaje universalmente reconocido y subrayado continuamente a lo largo del vídeo y sobre todo, lo más importante, debe haber una recompensa emocional muy fuerte al final, donde, tras varios minutos en los que el malvado se va saliendo con la suya, al final recibe su merecido, ya sea una cazafortunas engreída, una dependienta de tienda prejuiciosa o unos niños que se ríen de otro que tiene Síndrome de Down.
Lo más extraño de sus propuestas es que parecen vivir en un mundo pre irónico y donde la gente no actúa de forma normal, sino profundamente estereotipada. Es, si se nos permite, un universo como el de Lynch donde lo lynchiano nunca termina de aflorar, un producto en el que el espectador moderno está esperando que empiece el sketch de comedia en cualquier momento sin que esto suceda nunca porque está ante una obra incómodamente literal. O como diría la juventud hoy en día, "una fábrica de contenido cringe".
El nuevo T-series
Es posible que esa sea la clave de su éxito. Ahí donde los de T-Series encontraron una carencia en los medios modernos (padres agotados que prestan la Tablet a su bebé que acaba viendo cualquier cosa de dibujos suministrada por el algoritmo de recomendaciones de YouTube), Dhar Mann ha hecho lo mismo. Según él, la gente busca historias sencillas y felices, donde las fuerzas kármicas funcionan como una especie de cuarta ley de Newton. No disponemos de niveles de atención para más. Lo que de otra manera habría supuesto una subtrama de varios episodios en una serie, aquí se destila a su mínima esencia, con un nivel comprensible por individuos de 9 a 99 años y en un lenguaje visual que comprenderían incluso aquellos que no sepan inglés. En resumidas cuentas, el planeta entero.
Aunque puede leerse algún que otro mensaje jocoso y autoconsciente entre los comentarios de sus vídeos, de espectadores que apuntan a que el suyo es un visionado irónico, la mayoría de los que uno se cruza al analizarlos son honestos. Gente que desea encontrar maridos tan tiernos y sacrificados como John, tipos que recalcan la maltad de las Bellas de este mundo. "Lo más triste de todo es que la gente como esa mujer existe en el mundo real", "hay una chica en mi colegio que es igualita", etc. Así, aunque su creador considere que sus lecciones sociales ayuden a "salvar las vidas" de aquellos que no conocían esas enseñanzas, parece que el auténtico placer de sus piezas emana de cierto ajuste de cuentas que sienten los que ven sus vídeos al proyectarse en la pantalla y recordar algún angustioso punto de su vida pasada.
Cuenta en un reciente perfil The New York Times que este fracasado entrepreneur del mundo de la marihuana con acusaciones judiciales de fraude a sus espaldas ha conseguido en estos dos años de producción audiovisual montar un emporio posicionado ya como el 91º canal más influyente en YouTube. Al poco tiempo de arrancar se compró la que fue la mansión de Khloé Kardashian, 15.5 millones de dólares. El puñado de actores habituales de sus “películas” afirma que los reconocen y paran por la calle para pedir autógrafos. En esencia, otro de esos ejemplos de cardadores de lana del engagement que pasan desapercibidos en el terreno cultural, y cuya fórmula tiene opciones de ser copiada y adaptada a cada idioma del planeta tierra.
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