Hace algunos meses hablábamos del rinoceronte africano blanco del norte, una subespecie de gran rinoceronte que cuenta con apenas tres miembros vivos y cuyo destino, si la ingeniería genética no lo evita, es la extinción temprana. El único macho, ajado y envejecido, no puede procrear con las restantes hembras. La historia reciente del planeta está plagada de casos similares. Pero no todos tienen un final oscuro y apesadumbrado. Algunas especies, como la tortuga gigante de la Española, miraron a los ojos de la extinción y pasaron de largo.
¿Cómo? En el caso de las tortugas que nos ocupan, una de las nueve subespecies aún existentes de tortugas gigantes de las Islas Galápagos, gracias a Diego. A mediados de los setenta los investigadores de las riquísimas y muy diversas islas del Pacífico se encontraron apenas a 13 miembros de la subespecie de turno. 11 de ellas eran hembras, y sólo dos de ellos machos. Posteriormente se encontró a un tercero. Entre ellos, destacó Diego: una tortuga que, gracias a un programa de reproducción, ha tenido 800 hijos.
Es esencialmente el salvador de su propia especie. En la actualidad restan alrededor de 860 tortugas viviendo en libertad, pero muy vigiladas, en la Española, una de las principales islas de las Galápagos. Las matemáticas son simples: Diego, por vía de la reproducción con las doce tortugas hembra originales y otras, ha conseguido que el número de parientes se multiplique por 80. Su amplia descendencia, además de un hecho singular, ha permitido que la subespecie de turno haya pervivido cuando parecía destinada a morir.
Tortugas en las galápagos: se necesitan más Diegos
El caso es relativamente excepcional. La particularidad de Diego reside en el desigual emparejamiento de su especie cuando fue hallada en estado crítico por biólogos y conservacionistas. Dos machos para una docena de hembras es una ecuación peligrosa y pone toda la presión de la supervivencia en apenas una pareja de ejemplares. Otras especies de tortuga gigante de las Galápagos, el gran grupo de tortugas tan excelso y dañado, tuvieron menos suerte, y se toparon con numerosísimos machos para muy pocas hembras.
Es el problema de la tortuga de la Isla de Santiago, Chelonoidis nigra darwini. Pese a que perviven alrededor de 1.100 de ellas, la proporción macho-hembra está muy desequilibrada, lo que pone en peligro su supervivencia. No necesitan un Diego, sino a una hembra que ejerza un rol similar. Es una tarea complicada: la sucesiva invasión de especies exógenas a las Galápagos (como los cerdos, los gatos, los perros y muy especialmente las ratas) generó un número de depredadores de huevos incontrolables y destructivos.
La especie de Diego, un héroe moderno bajo cualquier estándar que se precie, se enfrentó a idénticos problemas. Y a otros muchos generados de nuestra actividad en las islas: desde que fueran descubiertas, las tortugas gigantes resultaron muy atractivas para balleneros y otros cazadores. Originalmente se cree que existían 15 subespecies, de las cuales hoy aún quedan 9, todas ellas en estado vulnerable o en peligro de extinción.
¿Y no hay más casos como el de Diego? No registrados a este nivel, desde luego. La subespecie de Sierra Negra cuenta con alrededor de 700 ejemplares, y la de la Isla Pinzón con apenas 530. Esta última fue conducida a su práctica extinción a principios de siglo. Desde entonces se ha recuperado, lo que hace indicar que hay al menos un par de Diegos que han generado la suficiente descendencia como para evitar el fatal desenlace. Muchas especies han pervivido con ayuda: eran tan pocas que las parejas ni siquiera se encontraban.
Hay muchos otros Diegos salvando más especies
Otros no tuvieron tanta suerte. Es ya célebre la historia de Jorge el Solitario, una tortuga gigante de la Isla Pinta que era el único miembro de su subpespecie. Si hubiera contado con las seis hembras utilizadas en cautividad por Diego para reproducirse de forma extraordinaria quizá ahora no habría pasado a la historia como el último miembro de su familia.
En general, la historia de Diego es una historia de éxito. Los conservacionistas de todo el mundo luchan de forma permanente por preservar especies al borde de la desaparición (por causa humana, en general). En este post de Cracked, un trabajador del Species Survival Plan estadounidense explica los numerosos retos que reproducir a los animales conlleva: desde actitudes reacias de los machos o de las hembras hasta hostilidades abiertas entre ellos, pasando por sabotajes entre ejemplares o masturbaciones forzadas.
Mediante estos métodos y caros programas de conservación, numerosas especies han sido recuperadas de forma más o menos saludable. El ejemplo más reciente es el del oso panda gigante asiático: ha dejado de estar en peligro directo de extinción gracias a numerosos programas que, en cautividad, han fomentado su reproducción (extremadamente terca en ocasiones), complementados con programas que han restaurado su hábitat natural. Pero hay más: desde las ardillas voladoras estadounidenses hasta el lince ibérico.
Para su supervivencia definitiva, todos ellos necesitan unos cuantos Diegos que generen descendencia y que, al modo de Genghis Khan, supongan el ancestro primigenio de toda una estirpe de nuevos ejemplares que de continuidad a la especie. Para su desgracia, Diego sólo hay uno. Y su prolífica vida sexual ha sido una bendición.
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