“Íntegramente manuscritos, los códices eran realizados por los monjes, los únicos que de hecho accedían a ellos, además de contados hombres de la nobleza”. Es un fragmento de un texto publicado recientemente en El País Semanal contando la relevancia cultural de los famosos manuscritos ilustrados del medievo. En realidad, la literatura de divulgación y parte de la académica lleva décadas dando por buena esta teoría. Pero un nuevo descubrimiento acaba de dar un vuelco a esta creencia.
Como se recoge en un artículo de reciente publicación en la revista científica Science Advances, un grupo de investigadoras trabajando a las órdenes de una institución alemana han encontrado lapislázuli en la placa dental de una mujer que estaban analizando.
La anónima mujer, cuyos restos se encontraron en un modesto monasterio de Dalheim, zona rural alejada de los focos de actividad del período, debió morir entre los años 997 y 1162. El lapislázuli era uno de los caros y rarísimos pigmentos exportados desde Constantinopla y reservado entonces para los mejores escribas.
¿Qué hace una pintura azul en el sarro de una monja?
Las investigadoras descartaron dos de tres teorías. Se sabe que el lapislázuli se utilizó también para la elaboración de medicamentos, y también que los devotos besaban los manuscritos, como los famosos Libros de Horas, como manifestación de su fervor religioso. Pero estas dos prácticas no están acreditadas hasta tres siglos después de la vida de nuestro sujeto. La tercera explicación, y la más plausible, es que la mujer fuese una de las monjas dedicadas a la elaboración de manuscritos. Es decir, que existían.
Esto es importante porque a la industria del manuscrito ilustrado le debemos prácticamente toda nuestra cultura occidental. Fue el trabajo de estos miles de monjes los que se dedicaron durante casi un milenio a transcribir el legado cultural y filosófico de las civilizaciones griega y romana que conservaba la iglesia y que, en caso de no ser reescrito y traducido, se perdía para siempre por las terribles condiciones de conservación de los documentos antiguos. No sólo dedicaban su vida a compilar y traducir al latín, sino que también crearon todo un arte caligráfico e ilustrativo.
La invisibilización de género: las monjas no firmaban los manuscritos
Muchos de los manuscritos que nos han llegado no estaban firmados. Los que sí están firmados lo están en un amplísimo porcentaje por monjes, es decir, hombres. Las representaciones cotidianas del medievo raras veces ponían a las mujeres como escribas o redactoras, y los historiadores asumían que cuando aparecían esas mujeres, como la “Dama de la verdad”, eran mayormente representaciones alegóricas de las musas de los hombres, no personas reales.
Sí se ha podido constatar, por ejemplo, que durante el boom de la industria, entre los siglos XIII y XIV, la parte de pintura de este largo proceso de producción se llevaba a cabo por monjas, principalmente en París, pero se creía que el grueso de la creación de estos libros, desde los amanuenses hasta los encuadernadores, estaba reservada a los monjes.
Unas escribas en Sevilla por aquí, unos códices escritos en segunda persona del plural femenino por allá… Así hasta un total de 4.240 libros en los que se ha certificado la presencia de mujeres en alguna de sus fases de creación. El monasterio de Dalheim, donde se ha encontrado el cuerpo de esta monja, se quemó en el siglo XIV. Si sabemos ahora que ella se dedicaba a la escritura es por el pigmento de sus dientes, ya que la destrucción del centro eliminó cualquier rastro de libros que hubiesen podido certificar esta autoría.
"La historia de esta mujer podría haber quedado oculta para siempre sin el uso de estas técnicas. Me hace preguntarme cuántas otras de estas artistas podríamos encontrar en cementerios medievales", ha dicho Christina Warinner, la coautora de este estudio.
Ya se sospechaba que durante la producción de estos manuscritos de lujo los monjes subcontrataban a mujeres escribas, y la mujer de Dalheim confirma esta idea. Lo que difícilmente sabremos nunca es cuánto porcentaje de cada género se implicó en la elaboración de estas obras a las que tanto les debemos.
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