Sabemos desde hace muchas décadas que el exceso de ruido es perjudicial para nuestra salud. Sucede que su impacto es más difícil de cuantificar que otras formas de contaminación urbana, como la atmosférica, y que ocupa un lugar secundario en las preocupaciones diarias de las ciudades. Pero eso no lo convierte en menos pernicioso o importante. Nos afecta en el día a día y de formas más sutiles de las que solemos imaginar.
Menos concentrados. Un trabajo publicado el año pasado por un investigador de la Universidad de Chicago arroja algo de luz sobre el asunto. De media, un aumento de 10 decibelios en el ruido ambiental reduce nuestra productividad hasta un 5%. El estudio elaboró varios experimentos aleatorizados con trabajadores de Kenia para testar el impacto de la contaminación acústica en nuestro rendimiento laboral. En el camino descubrió que el ruido era crítico en nuestro trabajo...
Pero también que apenas lo percibíamos como tal, lo cual nos hace menos proclive a tomar medidas para mitigarlo.
Otros casos. La investigación compara el impacto que el ruido tiene en nuestra función cognitiva con otras externalidades negativas. Las temperaturas extremas, por ejemplo, reducen nuestra productividad en torno a un 1,3%; y la contaminación del aire un abanico de porcentajes variables entre el 0,35% y el 8%. La diferencia es que sí percibimos el calor atosigante como un problema para trabajar, al igual que la excesiva polución (en especial si trabajamos al aire libre).
Al ruido lo minusvaloramos.
Pensar mal. ¿Por qué nos afecta de forma especial el ruido? Podríamos pensar que porque dificulta la comunicación. Si hay una gigantesca máquina industrial de fondo las conversaciones con otros compañeros o superiores serán menos frecuentes o útiles. Dado que el estudio se centró en tareas y entornos donde la comunicación entre compañeros no era necesaria, la explicación más óptima para la pérdida de productividad es la "función cognitiva". Escrito de otro modo: pensamos peor (algo que la ciencia ha estudiado con frecuencia).
La función cognitiva abarca todo tipo de habilidades generales relacionadas con la gestión de tareas. Esto incluye nuestra capacidad para concentrarnos, para manipular información memorizada y para cambiar de tareas. Estas habilidades son críticas para muchos tipos de trabajo. Por ejemplo, un encargado de fábrica requiere un amplio rango de atenciones para asegurarse de que sus subordinados no cometan errores. Un taxista debe conducir al mismo tiempo que seguir las indicaciones de su pasajero. La ciencia ha demostrado cómo una función cognitiva fuerte está relacionada con mejores resultados en el mercado laboral, mejor salud física y un mayor éxito en la escuela.
Los problemas. Sucede que nos importa poco. El estudio describe varios experimentos en los que los trabajadores tienen la oportunidad de reducir o mitigar las fuentes de ruido en sus entornos laborales a cambio de un coste económico. La mayoría prefería quedarse el dinero, fuera cual fuera su remuneración, al no interpretar el exceso de ruido como un problema lo suficientemente grave. "El ruido es un problema importante que difícilmente será solucionado por la adaptación de los individuos", concluye el autor. Se necesitan soluciones estructurales.
Desigualdad, aumento. Como en tantas otras cuestiones, el ruido también es una cuestión de desigualdad. Los datos sobre contaminación acústica de las grandes ciudades del mundo son ilustrativos: a mayor PIB per cápita menor pérdida auditiva en todas las cohortes generacionales. Los ciudadanos de Delhi o Ciudad de México sufren más ruido y oyen peor que los de Zúrich o Nueva York a su misma edad. Un fenómeno replicado en los barrios pobres/ricos de las ciudades y extensible al trabajo.
En paralelo, sabemos que el ruido es un círculo vicioso. Si Delhi es hoy muy ruidosa es porque está viviendo un desarrollo económico sin precedentes en forma de más coches y más actividad económica. La policía india ha buscado mitigar el problema con soluciones imaginativas como los semáforos acústicos; la parisina, ha optado por radares de ruido. La base es la misma: millones de personas nos vemos afectadas a diario por ambientes acústicos por encima de los 55 decibelios.
Aunque no le demos tanta importancia.
Imagen: @chairulfajar_/Unsplash
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