Enhorabuena, cínicos del mundo. A fecha de enero de 2021 vamos ganando este relato.
“El dinero no da la felicidad”
Podemos marcar el origen de este debate sociológico en 1974, cuando el economista Richard Easterlin le presentó al mundo la “paradoja de la felicidad”: según sus estudios, aunque los ricos estadounidenses eran en promedio más felices que los pobres, la felicidad neta del país apenas había subido frente a todo lo que había aumentado la economía desde la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo sucedía desde su punto de vista en los análisis de otros países, tanto desarrollados como subdesarrollados.
En aquel momento, a partir de los ingresos por persona de 15.000 dólares anuales, la felicidad reportada por los individuos no mejoraba demasiado, según el experto. Esa cuantía era el punto de saturación, habiéndose movido hoy a otro jalón monetario, el estudio de 2010 de los reputados Daniel Kahneman y Angus Deaton que afirmaron que a partir de los 75.000 dólares al año el incremento de tu felicidad (desligándolo de cualquier otra circunstancia personal del individuo que pudiese influir) es marginal (postdata: otros estudios de 2018 ya decían que ahora es "a partir de 95.000 dólares al año").
Con los años las ciencias del bienestar subjetivo han ido distinguiendo dos maneras de analizar esta cuestión. Los académicos al estilo Easterlin se centraban mucho en la felicidad “cognitiva”, es decir: "en general, ¿cómo de satisfecho estás con tu vida?”. Pero hay otra manera de mirar la felicidad, analizando la dimensión “afectiva”: que los encuestados vayan marcando los niveles de satisfacción o ausencia de problemas varias veces en el curso de un día o un mes.
El dinero sí da la felicidad
Así llegamos al artículo de reciente publicación de Matthew Killingsworth, investigador principal de la Penn's Wharton School (y ponente de entornos tipo TED Talks) realizado con 1.7 millones de comentarios de 33.000 individuos estadounidense en edad de trabajar. Todos esos datos provienen de un sistema de trackeo en app por el cual en momentos esporádicos del día del sujeto se le pedía que reportase sus emociones con una variedad de doce categorías (asustado, estresado, inspirado, orgulloso) y una escala de 1 a 5 en cada una de ellas.
Haciendo un promedio de bienestar, la conclusión es que no sólo incrementaba el nivel de felicidad del sujeto a partir de las ganancias de 75.000 dólares anuales, sino que el incremento de esta felicidad seguía siendo progresivo con cada dólar extra ganado a partir de esa cantidad sin que se atisbase un límite de crecimiento de esa felicidad. O dicho de otra forma, aunque cuando nos pregunten “cómo de feliz eres en tu vida” en general tendamos a indicar un máximo de bienestar a partir de cierta economía personal, nuestro día a día está lleno de momentos mucho más felices a más dinero tengamos.
Son resultados similares a los alcanzados por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS) británica, que en 2016 presentó un estudio en base a las respuestas de encuestas masivas a individuos sobre el bienestar personal conducidas entre 2011 y 2012. Se les preguntó por su grado de satisfacción, estima, felicidad y ansiedad en la vida. Aunque la gente tendía a puntuarse alto en la lista, había también un claro patrón de mejores notas a medida que aumentaba la riqueza del sujeto sin encontrar techo a este crecimiento. Como anécdota, notaron que un factor de influencia es que la satisfacción vital crecía a mayor nivel de renta financiera neta y no por la posesión de bienes. Esto podría ir ligado a otras hipótesis anteriores de otros académicos: es más feliz el rico hecho a sí mismo que el que lo ha heredado.
Pese a todo, no se trata de un debate zanjado
Se siguen publicando estudios que apoyan el aplanamiento de la felicidad una vez cubiertas las necesidades, como uno muy importante de la revista Nature de 2018 en base a encuestas a 1.7 millones de personas de un centenar de países del mundo, aunque con amplia diversidad de resultados según la localización (ojo, aquí el método es distinto, más próximo al modelo Easterlin que al Killingsworth).
Por ejemplo, otro de los axiomas que se van afianzando es el de que, en los países desarrollados, la llegada de la satisfacción vital se ralentiza en cuanto al poder adquisitivo alcanzado que frente a países menos desarrollados (es decir, que necesitamos más sobre la media poblacional para adquirir el mismo grado de felicidad). Algo que tampoco se le ha escapado a nadie es que el estudio de Killingsworth está elaborado sólo con población estadounidense, y que en ese país el paso del tiempo ha fijado que ese supuesto bienestar económico ha ido empeorando: “ahora hay una relación más profunda entre el dinero y la felicidad" que en décadas atrás.
Podía ser que el dinero tenga cada vez más capacidad para comprar la felicidad, o bien que, en sociedades cada vez más desiguales, el dinero sea por sí mismo cada vez una fuente más importante de estabilidad para el individuo en detrimento de lo que podían serlo en otras sociedades la salud, la familia o el amor. Ahora, si quieres ser más feliz en tu vida, aquí reunimos las opiniones de 14 de los mayores expertos sobre el tema en la Tierra.
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