En el asedio de los nazis a Leningrado, los civiles pasaron tanta hambre que se comieron todos los animales de la ciudad
Las ratas y ratones se apoderaron de la zona, por lo que tuvo que intervenir la Michipatrulla
La Segunda Guerra Mundial está repleta de conflictos enormes que han sido retratados en numerosas ocasiones. Bien en la gran pantalla, en la pequeña o en videojuegos, conocemos al dedillo operaciones como el desembarco de Normandía, Market Garden, la batalla de Stalingrado o la toma de Berlín. Hay otras historias más pequeñas que también resultan épicas y fueron determinantes para ganar la guerra.
Y una de ellas estuvo protagonizada por gatos: los de la División Maullido.
Operación Barbarroja. Para conocer la historia de este peculiar grupo de soldados felinos debemos viajar al frente oriental de Europa en la Segunda Guerra Mundial. En junio de 1941, Hitler puso en marcha el Generalplan Ost, una estrategia para conquistar la Unión Soviética, utilizar a los rusos como mano de obra esclava para volver a levantar el país y, posteriormente, repoblarlo con alemanes. Querían, en definitiva, ampliar el espacio vital de Alemania, que era otro de los sueños del Tercer Reich.
Pese a los tratados de no agresión firmados entre los países, Hitler y el resto del Alto Mando Alemán estaban planificando la invasión y se estima que Alemania envió al Frente Oriental más de 3,8 millones de hombres, así como miles de tanques, aviones y artillería. El Führer quería 'desbolchevizar' el país y, para eso, había que acabar con las dos ciudades con el nombre de las dos figuras más relevantes del comunismo: Leningrado y Stalingrado.
Leningrado. La de Stalingrado fue una batalla feroz, una extremadamente sangrienta. Los nazis y sus aliados perdieron más de 880.000 hombres. Los soviéticos más de 1,4 millones. Hemos visto esta batalla en películas y videojuegos, como 'Call of Duty 2'. Pero la de Leningrado fue peor, al menos en lo que a duración se refiere. El conflicto en Stalingrado duró 200 días, pero lo de Leningrado fue un asedio que se prolongó durante casi dos años y medio.
Desastre. Spoiler: Hitler no llegó a tomar Leningrado gracias a la resistencia soviética, pero el recuento fue brutal. Más de un millón de soviéticos murieron durante el asedio o las evacuaciones. Es una cifra escalofriante y los que no morían por las balas, caían debido a enfermedades, al frío o… al hambre.
El primer invierno del sitio fue de los peores vividos en la ciudad. Temperaturas de -30 grados centígrados provocaron numerosas muertes por frío, pero además tenían hambre. Las autoridades racionaron la comida con 500 gramos diarios para obreros, 300 para niños y 250 gramos para no trabajadores. Era una cantidad ridícula, pero como el asedio se prolongaba, se redujo la cantidad aún más, lo que llevó a las familias a esconder sus muertos en el sótano para poder utilizar sus cartillas de racionamiento y aumentar la dosis de comida diaria.
Es por eso que la población usaba lo que sea para alimentarse, haciendo sopa con elementos como restos de árboles (no los de Navidad que ahora se comen los belgas) o tripas de animales en descomposición. Los silos habían sido bombardeados y el grano tenía moho, pero aun así se mezclaba con serrín para hacer pan. En definitiva, comían lo que tenían a su alcance.
Mascotas y vecinos para comer. Y eso incluía animales, pero también a otras personas. La población de ratas, gatos y perros menguó rápidamente debido a que estaban convirtiéndose en el plato principal, pero también hubo quien recurrió al canibalismo, hasta el punto de que hubo quien fue descubierto matando a vecinos para vender grasa y carne humana como alimento.
Guerra psicológica. Como en cualquier conflicto, la propaganda era una constante y, pese a las condiciones aberrantes del interior de la ciudad, los rusos utilizaron altavoces para simular que había vida, con música de conciertos o sonidos de vehículos, como si todo fuera normal.
Los nazis sabían que no era cierto debido a que tenían espías y sabían que las líneas de suministro estaban cortadas, por lo que también jugaron a esta guerra psicológica. ¿Cómo? Montando cocinas en el perímetro de la ciudad para que el olor de los alimentos cocinados desesperara a los habitantes de Leningrado.
Nazis y ratas. Al final, el ecosistema que se regulaba solo, se derrumbó. No había gatos ni perros porque habían sido convertidos en sopa (pese algunos intentos por evitar que se los comieran), por lo que animales más escurridizos como ratas y ratones se volvieron, junto a los nazis, un enemigo más. Aparte de las enfermedades que podían transmitir a los habitantes de la ciudad, que era su menor preocupación a esas alturas, los ratones podían comerse el escaso grano que quedara, o cualquier otro alimento. Y por ahí no iban a pasar.
Camarada Michinov. Y ahora entramos en la parte de la historia que tiene algo de leyenda y de realidad. El corredor con suministros era controlado por el ejército, ya que lo principal era no perder la ciudad, pero se cuenta que el Servicio Sanitario Estatal encontró el modo de llenar un tren con gatos siberianos y mandarlo a la ciudad. El objetivo era claro: acabar con los roedores, que se reproducían rápidamente, alimentándose de los cadáveres congelados en las calles y de los escasos alimentos de la población y las tropas.
Así, en 1944, llegaron vagones con unos 5.000 gatos que fueron liberados tanto en la ciudad como en el museo Hermitage. Popularmente, a estos gatos se los conoce como la ‘División Maullido’, que tampoco lo pasaron demasiado bien durante su viaje de Yaroslavl a Leningrado: los tuvieron sin comer durante días para que llegaran voraces a la ciudad sitiada.
Elisey, Vasilisa y muchos más. Rápidamente, los gatos controlaron la población de roedores, lo que permitió que, junto con la expulsión de los nazis, la población pudiera poco a poco rehacer sus vidas y reconstruir la ciudad. Hoy, en Rusia, hay varias estatuas que conmemoran esos hechos. Un ejemplo son las varias columnas con 12 esculturas de gatos en bronce y pintura dorada que se encuentran en la Plaza de los Gatos Siberianos de Tiumén, una de las ciudades que más gatos envió a Leningrado.
Se pueden ver en Google Maps, al igual que las estatuas de Elisey y Vasilisa que se encuentran en el imponente edificio Elisayev en San Petersburgo (antiguamente, Leningrado). Aquí, puedes verlas una frente a la otra, con Elisey parado vigilando la calle y Vasilisa paseando por una cornisa. Volviendo a los gatos del museo, el Hermitage tenía gatos en su sótano que se encargaban de cazar ratones para que no se comieran las obras literarias, pero con la hambruna, desaparecieron. Con la División Maullido, esos gatos volvieron, y el sótano mantiene una viva colonia de felinos en la actualidad.
Tanto los habitantes del Hermitage como las estatuas son un recuerdo de esos oscuros tiempos, de cómo ayudaron a salvar la ciudad y cuando decíamos que había tanto leyenda como realidad, es porque los documentos oficiales de la operación son bastante opacos. Supongo que porque estaban a otras cosas, como defender su tierra. Lo que sí hay son historias de gente que afirma que sus gatos son descendientes de aquellos que desembarcaron en Leningrado.
Imágenes | Artem Svetlov, Paul Arps, ewwl, RIA Novosti archive (2)
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