Cuentan los entendidos que no ha existido un Mundial como el de 1970, por calidad, emoción, colorido y variedad de propuestas futbolísticas. El torneo que terminó de consagrar a Pelé ofreció la tensión entre el fútbol clásico y el que estaba naciendo. Todo ello deparó momentos vibrantes, entre los que destacan dos goles que nunca existieron y la parada más memorable que se recuerda.
El de México está considerado el primer Mundial de la modernidad. En él se estrenaron las tarjetas y los dos cambios por equipo. La señal televisiva fue emitida en color por primera vez, aunque no muchos pudieran disfrutar de ello. También contó México con el primer balón oficial de la historia de la Copa del Mundo, el Adidas Telstar, con sus 32 celdas y su llamativo contraste en blanco y negro. El marketing se abría paso: Pelé se ataba sus botas Puma antes del saque inicial como ingeniosa estrategia publicitaria. Adidas 1 - Puma 1.
México 1970: el canto del cisne de Pelé
En México jugó su último Mundial Pelé, pero a punto estuvo de no hacerlo. El 10 brasileño pudo perderse la cita por discrepancias con el seleccionador João Saldanha, que declaró que Pelé se estaba quedando ciego a causa de la miopía, además de sufrir una lesión en la cadera. Saldanha dudaba incluso si convocar a la estrella brasileña para el torneo.
El problema se solucionó como se arreglan siempre estas cosas: Joao Havelange, presidente entonces de la Confederación Brasileña y años después mandamás de la FIFA, despidió a Saldanha. No obstante, el de Pelé no era el único frente abierto del seleccionador: se dice que el activismo político de Saldanha no era del agrado de la dictadura militar y la disputa con Pelé fue la coartada perfecta para apartarlo del puesto.
A poco más de dos meses del inicio del Mundial, Mario Zagallo fue nombrado responsable de la Canarinha. El nuevo seleccionador, que había sido compañero de Pelé en las victorias de mundialistas de 1958 y 1962, no tuvo dudas y entregó al ídolo del Santos el liderazgo de la selección. Si estaba medio ciego o tenía la cadera averiada, no se notó demasiado durante el torneo.
Aquel Brasil pasó a la historia como epítome del jogo bonito, la apoteosis de una selección que se convirtió en medida patrón del fútbol arte para las generaciones venideras. La delantera de los cinco dieces se sigue recitando de carrerilla: Jairzinho, Gerson, Tostão, Pelé y Rivelino.
El no gol del siglo (1ª parte): tres segundos de magia
Brasil empezó el torneo jugando contra Checoslovaquia en el Estadio Jalisco de Guadalajara, donde Pelé intentó una maniobra nunca vista antes. Mientra conducía la pelota en su propio campo, dentro del círculo central, levantó la cabeza y observó que Ivo Viktor, el guardameta de la selección checoslovaca, estaba adelantado. Pelé había visto vídeos de Viktor y conocía su tendencia a alejarse del arco cuando el balón andaba lejos de su área.
En una rápida resolución, golpeó la pelota buscando el gol directo, desde una distancia de unos 60 metros. El cuero dibujó un globo perfecto hacia la portería. Durante los tres segundos de vuelo, todo el estadio siguió la trayectoria, aguardando el desenlace como en una película de Hitchcock, mientras el portero checoslovaco retrocedía a trompicones. El balón pasó muy cerca del poste izquierdo, pero se perdió fuera.
Aunque la pelota no entró, la escena fue tan impactante que aún hay quien afirma que ese gol existió. Muchos jugadores han intentado la jugada después, algunos con éxito, y hoy no supone ninguna novedad, pero en 1970 la tentativa de Pelé fue revolucionaria.
Zagallo tenía su propio punto de vista sobre la jugada: “Esa acción contra Checoslovaquia fue su manera de responder a Saldanha, su manera de mostrar que a su vista no le pasaba nada”.
La parada de la historia: un vuelo inverosímil
La siguiente cita del equipo brasileño lo enfrentaba a Inglaterra. El partido reunía a los dos últimos campeones del mundo, las dos selecciones que aparecían en todas las apuestas. Era una confrontación de estilos: la disciplina inglesa contra la creatividad de Brasil. “Magia contra método”, tituló el diario Daily Express.
A los diez minutos de partido, Jairzinho condujo por la banda derecha un contraataque, ganando la espalda del lateral Cooper y alcanzando la línea de fondo. Gordon Banks, el portero inglés, dio un paso adelante para cubrir a Tostão, que buscaba el remate en el primer palo. Pero Jairzinho centró al segundo, donde Pelé apareció desmarcado. Con Banks descolocado, Pelé saltó para cabecear la pelota a bocajarro. Todo sucedió a una velocidad endiablada. Nadie se explica aún cómo esa jugada no terminó en gol.
Pelé cabeceó la bola hacia abajo, con la intención de que botara en el césped y saliera despedida hacia la red: un cabezazo canónico. Recuperando la posición con una estirada llena de agilidad y reflejos, Banks atinó a rozar el balón con la punta su manopla derecha sobre la misma línea de gol.
El leve contacto fue suficiente para desviar hacia arriba ligeramente la trayectoria de la pelota, que pasó por encima del larguero, rozándolo. “Después del cabezazo, empecé a saltar para celebrar el gol”, afirmó Pelé, el primer sorprendido por la increíble parada. “Entonces me volví y no me podía creer que no hubiera entrado”.
Ni siquiera Banks se creía lo que acababa de suceder: “Escuché gritar ‘gol’ a Pelé después del cabezazo, seguido de un tremendo, casi ensordecedor rugido. Aunque yo había llegado a tocar el balón, daba por hecho que había sido gol. Entonces me di cuenta de que la multitud en realidad me aclamaba a mí”.
Por su dificultad y espectacularidad, la de Banks pasó a la historia conocida como "la parada del siglo”. El portero que ganó la única Copa del Mundo que posee Inglaterra ha pasado a la historia por una parada improductiva: Inglaterra perdió el partido por 1-0.
El no gol del siglo (2ª parte): ser un dios completo
Brasil e Inglaterra superaron la primera fase y tuvieron desigual suerte en los cruces. Los ingleses se encontraron en cuartos de final con Alemania. Aquejado de una extraña intoxicación alimentaria después de beber una cerveza, Banks no pudo jugar ese partido e Inglaterra perdió por 3-2, con una actuación discreta del suplente Bonetti.
Brasil, por su parte, superó a Perú en cuartos y se cruzó con Uruguay en semifinales, en un partido con sabor a venganza. Aunque habían pasado ya 20 años, y Brasil había ganado dos Mundiales entre medias, el Maracanazo continuaba siendo un recuerdo lacerante para la torcida brasileña. Brasil se cobró finalmente la revancha, pero antes dejó Pelé otro recuerdo excepcional.
La jugada la empieza Tostão, controlando el cuero en el centro del campo, ligeramente escorado a la izquierda. Pelé arranca por el carril central y su compañero le envía un pase en profundidad, dejando solo al ídolo brasileño en un mano a mano con el guardameta uruguayo, Ladislao Mazurkiewicz. En la corona del área se encuentran los tres: el portero, el delantero y la pelota. La ventaja es para Pelé, que puede intentar el remate a puerta o el control. Durante una décima de segundo, el tiempo parece congelarse, y entonces sucede lo que nadie espera.
Como en un truco de ilusionismo, la pelota desaparece durante un instante. Cuando la volvemos a ver, ha pasado de largo entre el delantero y el portero, como si atravesara la materia. La bola sigue su camino por un lado y Pelé rodea por el otro a un estupefacto Mazurkiewicz. El delantero corre a reencontrarse con el esférico, que se va escorando cada vez más hacia la derecha. Cuando lo alcanza, Pelé golpea a puerta vacía y la pelota pasa rozando el poste, perdiéndose por la línea de fondo.
Sin tocar el balón, con una finta imperceptible, Pelé acababa de ejecutar el más sorprendente regate nunca visto, una escena que sirvió de inspiración a Sergio Rodrigues en su novela El regate: “Pero de repente estamos en 1970, el pase es de Tostão y, aquí está la clave, Pelé ya es Pelé. Está harto de saber que es un mito, un semidiós, ¿qué puede perder si intenta ser un dios completo? Por eso no hace lo correcto, hace lo sublime. Cambia el camino trillado del gol, del gol seguro que había hecho tantas veces, por el incierto que, como veremos, jamás haría”.
Brasil se impuso a Uruguay (3-1) y se encontró en la final con Italia, cuya defensa hombre a hombre quedó desmantelada por la movilidad de los cinco dieces. A Tarcisio Burgnich le tocó la quimérica tarea de intentar sujetar a Pelé: "Antes del partido, me dije a mí mismo: 'Es de carne y hueso, como todo el mundo'. Pero estaba equivocado". El equipo sudamericano terminó ganando con holgura: 4-1.
Pelé ganó su tercera Copa del Mundo y Brasil se quedó en propiedad con la Copa Jules Rimet. Los brasileños se fueron de México con 19 goles a favor y 7 en contra: todo un festín ofensivo. Pelé marcó cuatro, pero los que realmente pasaron a la historia fueron los que se quedaron en el limbo. Así de caprichosa es la memoria colectiva.
"Lo difícil, lo extraordinario, no es marcar mil goles, como Pelé; es marcar un gol como Pelé", manifestó el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade, admirador confeso del jugador. Lo que no dijo es que quizás aún más difícil sea fallar un gol como Pelé.