¿Qué tipo de figura se aparecería en tu imaginación si leyeras la palabra "melocotón"? Lo más probable es que ahora mismo estés pensando en una suerte de objeto redondo, ondulado, achatado. Lógico, por otro lado: llevas toda la vida asociando la palabra "melocotón" a un tipo de fruto redondeado, ondulado, achatado. En consecuencia, la sonoridad de melocotón, con sus múltiples "o" y su "c" intermedia se te antoja redonda, ondulada, achatada. Se supone que el lenguaje funciona así.
Ahora bien, ¿y si la relación entre determinadas palabras y las figuras que evocan nuestra mente no tenga relación ni con el alfabeto que empleamos ni con los objetos a los que define nuestro idioma? ¿Y si la sonoridad de "melocotón" evocara imágenes redondas en español, en húngaro, en japonés y en yoruba?
La anterior tesis se conoce como el efecto "bouba/kiki" y surge de un experimento muy sencillo elaborado por un psicólogo alemán, Wolfgang Köhler, en 1929. Durante su estancia en Tenerife, Köhler reunió a un número de participantes y les pidió que asociaran dos palabras sin ningún tipo de significado en español, "takete" y "baluba", a dos figuras distintas, una puntiaguda y otra más redondeada. Invariablemente, todos los implicados juntaron "takete" con la puntiaguda y "baluba" con la redondeada. Cualquiera de nosotros, hispanoparlantes, lo habría hecho.
El ejercicio de Köhler era interesante porque ni "takete" ni "baluba" tenían significado alguno en español. La asociación de imágenes se producía así o bien por la fonética o bien por las peculiaridades de nuestro alfabeto latino ("k" tiene una forma más puntiaguda que "b"). Desde entonces, múltiples investigadores han tratado de comprobar si el efecto, uno de los más llamativos de la lingüística, se daba también en otros idiomas y alfabetos. La respuesta es sí, aunque durante muchos años no existiera demasiado consenso sobre sus causas.
En 2001, un estudio replicó el experimento de Köhler entre estudiantes estadounidenses y hablantes de tamil, una de las mayores comunidades lingüísticas de la India. El 95% de los primeros y el 98% de los segundos asociaron "bouba" y "kiki" a las formas redondeadas y puntiagudas respectivamente. Lo interesante de aquel trabajo residía en el contraste: el inglés y el tamil son lenguas que guardan distancia entre sí (la una indoeuropea, la otra dravídica) y que utilizan alfabetos completamente distintos (la una el latino, la otra uno propio basado en la antigua escritura brahmi).
Aclarando el bouba/kiki
Otros trabajos han apuntalado la preponderancia del efecto analizando el comportamiento de niños muy pequeños, de entre cuatro meses y dos años; mientras que otros han hallado cierta correlación entre los atributos morales o cualitativos que atribuimos a "bouba" (más positivos) frente a "kiki" (más negativos, lo cual se extiende a nombres propios de sonoridad similar a una de las dos palabras, véase Molly vs. Kate).
Todo lo anterior nos lleva al estudio que quizá resuelva el enigma de "bouba/kiki" y su preponderancia dentro de todas las culturas humanas de una vez por todas. Publicado hace algunas semanas en el journal The Royal Society, el trabajo analiza las respuestas de miles de participantes pertenecientes a veinticinco comunidades lingüísticas de diez sistemas de escritura distintos. Su conclusión: "El fenómeno tiene sus raíces en una correspondencia intermodal, independiente de la ortografía". Es decir, casi todas las culturas humanas tienden a asociar "bouba" con figuras redondeadas y "kiki" con figuras puntiagudas al margen de su forma de cómo se trasladen las pseudo-palabras a un papel.
¿Y por qué? En gran medida por las pistas auditivas que dejan los fonemas. "Ambas palabras difieren en un número de aspectos fonéticos y fonológicos, deparando perfiles acústicos y articulativos marcadamente distintos", explican. La sonoridad de "bouba" y "kiki" es antagónica desde la formación de las vocales y las consonantes, tanto en términos de frecuencia, duración y articulación. Sabemos por otras investigaciones, por ejemplo, que las vocales redondas y las consonantes labiales se aparecen en nuestra mente con formas redondeadas, lo que influye en la percepción final, tan distante y tan marcada, de "bouba" respecto a "kiki".
De igual modo, la totalidad de cada palabra, su sonoridad completa, nos induce a un tipo de forma u otra. "Kiki", con su rápido intercambio de frecuencias altas ("i") y pausas abruptas (el sonido seco de la "k") se trasladaría al campo visual mediante figuras picudas, muy angulosas, denotativas de contrastes muy altos. "Bouba", con su frecuencia más estable y sonoridad más grave, evocaría una mayor sensación de suavidad y rotundidad, correlacionada a su vez con objetos redondeados. Es algo que podemos percibir al margen de la ortografía.
Como quiera que la sonoridad no lo explica todo, los usuarios del alfabeto romano (donde las letras de "kiki" resultan puntiagudas y muy marcadas frente a la redondez y suavidad de "bouba") puntuaron más alto en la correlación de "bouba/kiki" que otros, aunque sólo marginalmente. Como los autores recuerdan, la persistencia del efecto entre hablantes muy pequeños que aún no han tenido un contacto formal con el alfabeto y la escritura o su clara presencia entre hablantes de lenguas bantúes o sino-tibetanas, tan alejadas del indoeuropeo, prueban su existencia más allá del sesgo ortográfico.
Pese a que "bouba/kiki" no es igual de intenso entre todas las comunidades de hablantes, las excepciones, concluyen los autores, no ensombrecen la robustez estadística del efecto. "La importancia del fenómeno está modulada por el contexto lingüístico y cultural, pero hay una tendencia fuerte y universal en su correspondencia intermodal", añaden. Lo cual tiene importantes implicaciones a la hora de estudiar la evolución del lenguaje, de sus distintos idiomas:
Si el efecto "bouba/kiki" hubiera estado exclusivamente vinculado a algunos sistemas de escritura y sólo se observada en determinados grupos de lenguajes, no habría jugado ningún tipo de rol en los orígenes de la lengua hablada. Pero al demostrar que hay una fuerte correspondencia entre las señales vocales y las formas visuales al margen de los sistemas de escritura, "bouba/kiki" cobra relevancia para las teorías de la evolución del lenguaje. Sugiere que correspondencias así podrían haber servido para extender una iconicidad en los lenguajes hablados más allá de la onomatopeya.
Es decir, "bouba/kiki" ilustraría cómo determinados asociaciones intermodales nos habrían conducido a una mayor claridad y orden en la vocalización de aspectos como las formas, los tamaños, el tacto y los colores. Dicho de otro modo: que como otros estudios recientes sugieren, la forma en la que vocalizamos está íntimamente ligada a lo que queremos comunicar, un recurso primitivo en su origen que derivaría posteriormente en los miles y miles de lenguas y sistemas de escritura que utilizamos hoy en día. Pero que de algún modo tendrían un origen similar, ese "bouba/kiki", cuya presencia universal ha quedado ahora más evidenciada.
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