Periodista es, junto con la del juez, la profesión peor valorada por los españoles desde hace varios años. En estos últimos tiempos los norteamericanos han puntuado peor que nunca en su historia el grado de credibilidad que les trasmiten los medios. El periodismo no está pasando, a día de hoy, por su mejor momento. Y pese a todo seguimos consumiendo noticias y valiéndonos de la información de las que nos proveen para comprender y analizar la realidad.
¿Alguna vez has leído una noticia sobre un ámbito muy específico que controlas para sentir entonces cómo crecía en ti la indignación por las desinformaciones que en ella había recogidas? El ámbito no importa, tal vez es el desconocimiento acerca de la literatura iberoamericana que refleja el redactor al tratar esa noticia sobre la última novela de un escritor latino… O también puede ser un ejercicio periodístico por el cual se habla de los males de la industria alimenticia a día de hoy tirando de cerdos en lazaretos y mentiras sobre el efecto de los antibióticos.
Es algo que ha sucedido en innumerables ocasiones, a colación de un programa específico de Salvados o a raíz de datos desmentidos de forma errónea. En ocasiones, la falta de rigor tratando una información concreta provoca que la credibilidad de las noticias o los programas previos pierdan credibilidad. ¿Nos ha mentido también nuestro presentador de referencia cuando hablaba del sistema financiero o de la inmigración? Un conflicto que suele durar unos instantes, lo justo para olvidarnos de ello cuando se emita el próximo programa o se publique el siguiente reportaje.
Michael Crichton, escritor de best sellers y conocido por ser el ideólogo detrás de los universos de Parque Jurásico y Urgencias, tuvo un día hace muchas décadas una interesante conversación con un Premio Nobel de Física. Así lo explicó en la ponencia de 2002 "¿Por qué especulamos?":
Los medios ostentan una credibilidad totalmente inmerecida. Todos vosotros habéis experimentado eso que yo llamo el efecto amnésico Murray Gell-Mann. Lo llamo así, por cierto, porque si le daba al concepto el nombre de un famoso parecería más relevante e importante el descubrimiento. En pocas palabras, el efecto amnésico Gell-Mann funciona de la siguiente manera. Abres el periódico y lees un artículo sobre algún tema que conoces bien. En el caso de Murray, sobre física. En el mío, sobre el “show business”. Lees el artículo y ves que el periodista no comprende absolutamente nada ni de los hechos ni de los problemas de los que escribe. A menudo el artículo está tan equivocado que presenta la historia invirtiendo causa y efectos en el conflicto del que escribe. Yo las llamo las historias de “las calles mojadas provocan lluvias". Los periódicos están llenos de estas cosas. En cualquier caso, tras leer con exasperación o incluso diversión los múltiples errores de la nota, luego pasamos la página a asuntos nacionales o internacionales y leemos con renovado interés, como creyendo que el resto del periódico va a ser más preciso a la hora de hablar del conflicto palestino que sobre esa cosa que acababas de leer. Pasas la página y te olvidas de este hecho. Ese es el efecto amnésico Gell-Mann y yo señalaría que no funciona para otras áreas de la vida. En el día a día, si alguien exagera o te miente constantemente empezarás a desacreditar cualquier cosa nueva que te digan. En los juicios existe la doctrina legal de falsus en uno, falsus en ómnibus, que viene a decir mentiroso en una parte, mentiroso en todas. Pero algo ocurre que, cuando se trata de los medios de comunicación, y en contra de toda la evidencia, creemos que probablemente valga la pena informarse del resto de ámbitos cuando, de hecho, es casi seguro que no sea así. La única explicación posible que encuentro para nuestro comportamiento en estos casos es la amnesia.
La dificultad de pasar de página en la era Twitter
Hay algo interesante que señalar, en el contexto actual, sobre esta propuesta. En 2002, cuando se propuso esta idea, todavía no habíamos empezado a usar Internet como una fuente de noticias. El periódico y la televisión seguían siendo las grandes fuentes de autoridad. Ni intuíamos que iban a crearse redes sociales ni que estas iban a causar que, a menos de dos clicks y unos cuantos RTs de distancia, estuviésemos en una perpetua evaluación y crítica de medios donde siempre hay un experto (o alguien que se denomina como tal) refutando decenas, cientos de datos publicados cada día.
Es decir, que aunque aquella era la época en la que se publicaron escándalos como los de las armas de destrucción masiva que nunca existieron, era más fácil creer en el periodismo y dejarse llevar por el efecto Gell-Mann.
Todo esto, más que una crisis de los medios, parece más bien una cuestión de crisis de las instituciones informativas. Científicos, académicos, expertos o periodistas. Toda fuente de autoridad puede ser hoy cuestionable, como lo era antes, pero nunca teníamos tantas herramientas ni tanta facilidad para encontrar datos más precisos, para poner el acento constantemente en los errores publicados y mostrar la carencia de las personas que nos informan de interpretar correctamente la realidad.
Tal vez de ahí la mala reputación de la prensa actualmente. Por supuesto, también puede ser que, sin querer, haya hecho con estos datos mi propia versión de “calles mojadas provocan lluvias".
Imagen: Esther Vargas