La marihuana ha ganado peso en la actualidad. Tanto en la actualidad, donde nunca lo perdió, como en la política. Durante el último año dos agrupaciones parlamentarias, Más País y ERC, presentaron sendas propuestas de ley para regularizar su cultivo y consumo más allá del uso medicinal. La iniciativa de Errejón gozó de especial popularidad, si bien Unidas Podemos ya había tanteado reformas similares en el pasado. Más allá de las reacciones encontradas, el proceso quedó en un punto muerto.
¿Pero y si se avanzara?
Un factor: el crimen. Hace algunos años abordamos el ángulo económico de la regularización en este artículo. Hoy es turno de la criminalidad, el otro gran problema asociado al consumo de estupefacientes. Desde que Nixon declarara "la guerra contra las drogas" hace ya cincuenta años, la sombra de la violencia ha distorsionado el debate político en torno a la legalización. La marihuana y otras sustancias se asocian a niveles de criminalidad peligrosos para la sociedad. La respuesta de todos los países siempre ha sido la misma: desterrarlo de lo legal hasta hacerlo inexistente.
El problema. Sólo se corrió un tupido velo sobre un problema que nunca dejó de existir. El peaje lo pagaron los países pobres productores (México y Colombia, dos de los estados más peligrosos del mundo aún hoy) y las comunidades más afectadas por el narcotráfico, ya fuera en los barrios depauperados de Baltimore o Chicago... O en la frontera entre Estados Unidos y México. Es aquí donde la violencia ha sido más intensa durante ´décadas, y donde entra este estudio que nos ocupa hoy.
A la baja. Publicado en 2019, el trabajo aprovechaba la reciente ola regularizadora de Estados Unidos (tanto medicinal como recreativa) para comparar la violencia fronteriza antes y después de las legalizaciones. El resultado era claro: la creación de un mercado legal de marihuana generó una competencia antaño inexistente para el narcotráfico, lo que deprimió su rentabilidad. Al descender el tráfico de México hacia Estados Unidos la violencia asociada a su actividad también se desplomó. Aquellos municipios o condados más próximos a la frontera se beneficiaron más.
La lógica. Al aflorar desde el subsuelo, el negocio de la marihuana se sometió a distintas regulaciones (controles de calidad, distribución supervisada, proveedores transparentes, impuestos). Esto disparó su precio... Pero también mejoró sus calidades y redujo el riesgo para productores y vendedores. La gente prefirió ir a la tienda de la esquina que acudir a la esquina del barrio más peligroso de Denver, Colorado (donde más de 200.000 personas trabajan ya para el sector).
La demanda de sustancias importadas desde México (menos frescas, más peligrosas) cayó. El negocio ilícito empequeñeció.
En cifras. Hoy sabemos que los estados fronterizos que legalizaron la marihuana tan sólo para uso medicinal redujeron su índice de criminalidad entre un 7% (Arizona) y un 15% (California) entre 1994 y 2012. Lo que es aún más interesante: los estados limítrofes mexicanos, donde la sustancia no es legal y donde operan los principales cárteles del mundo, también se beneficiaron de un 13% menos de crímenes violentos. Los asesinatos relacionados con el tráfico se hundieron un 41%, y el efecto fue más acusado entre los pueblos a un radio de 350 kilómetros de la frontera.
En palabras de los autores:
En vez de invertir en caras políticas de represión y castigo, los políticos deberían centrarse en introducir políticas que reduzcan la rentabilidad del tráfico de drogas. A este respecto, legalizar o descriminalizar la producción de sustancias ilícitas puede ser una herramienta importante, porque parece improbable que las organizaciones criminales, cuya forma de cumplir con sus contratos pasa por la violencia, puedan competir con agentes que cumplen con sus contratos dentro del sistema judicial.
El avance. Dicho de otro modo, una vez aparece el Estado no existe un ecosistema que pueda competir contra él. Algunos países, como Estados Unidos o Canadá, se han dado cuenta de esto durante la última década. Europa todavía no. España podría ser el primer gran país de la UE que regulariza el consumo de cannabis recreativo, con todo lo que ello implica. Otros como Colombia, centrada ahora en la exportación de flor de cannabis, también parecen haberlo entendido.
Todo esto pasa por un cambio de paradigma: legalizar el consumo no genera más violencia. Genera menos.
Imagen: Axel Schmidt/Reuters
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