Paseas tranquilamente por las empinadas laderas del Matterhorn y te topas con una bota vetusta, roída y adosada a un misterioso pie. Levantas la mirada y se despliegan frente a ti dos cadáveres descongelados y descompuestos. Enhorabuena: acabas de toparte con otra macabra consecuencia del calentamiento global.
Ha sucedido en Suiza esta semana y lleva sucediendo un puñado de años: transeúntes, trabajadores de estaciones de esquí o aficionados al deporte montañés se han topado con un buen número de cadáveres descongelados que llevaban allí décadas, en algunos casos tantas que su muerte se remontaba a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Es el caso de Marcelin y Francine Dumoulin, dos granjeros antaño asentados en el francoparlante cantón de Valais que una mañana del agosto de 1942 salieron de paseo por el monte para no volver nunca más. Sus cuerpos jamás se hallaron tras aquel día en busca de sus vacas, con objeto de ordeñarlas. Ahora, 75 años después, el progresivo descongelamiento del glaciar Tsanfleuron ha descubierto su triste final.
La de los Dumoulin es una historia singular por el testimonio de sus hijos, ya ancianos. Según la prensa local, una de sus siete hijas ha mostrado un profundo alivio ante el descubrimiento de sus cadáveres, notificado por un anónimo trabajador de la estación de esquí de Glacier 300 mientras inspeccionaba de forma rutinaria las instalaciones. Según parece, la pareja se cayó por una grieta y permaneció congelada en ella hasta hoy.
Al drama personal del matrimonio hay que sumar que, gracias al efecto del hielo, sus cuerpos apenas se han transformado y se conservan en relativo buen estado, al igual que un puñado de pertenencias personales que ahora servirán a sus hijos para celebrar el funeral adeudado, una losa que ha pesado en los familiares de ambos durante más de siete décadas. Todo ello, eso sí, previo análisis forense para confirmar su identidad.
Cuando se va el hielo aparecen los muertos
El ejemplo del matrimonio Dumoulin es el último de una breve pero impactante lista de hallazgos similares que entronca directamente con el retroceso irremediable de los glaciares suizos. Como pudimos observar en su momento, los glaciares ancestrales de las montañas más recónditas de la Tierra también se están derritiendo. Y en su retroceso están mostrando al mundo al historia congelada, robada, a centenares de personas.
En 2012, por ejemplo, dos montañeros británicos que recorrían el glaciar del Aletsch, también en el suizo cantón de Valois, descubrieron restos humanos (huesos) y varias botas, ropajes y equipamiento de montaña en mitad de su camino.
Lo hicieron en junio, cuando el calor veraniego apretaba y en plena recesión del hielo del glaciar, y su hallazgo sirvió para descubrir el extravío de tres hermanos que, en función de las pruebas de ADN y de la procedencia de los objetos encontrados, se habían extraviado en la montaña nada menos que en 1926. Casi 90 años después, sus restos mortales eran descubiertos y con ellos su fatal destino.
Los tres habían nacido en el propio cantón, por lo que la policía pudo descubrir su identidad: los hermanos Ebener, Johann, Cletus y Fidelis, el más mayor nacido en 1895 y el más pequeño en 1903. Dado que las desapariciones en alta montaña son muy habituales, la vetusta policía cantonal de Valois contaba con un registro de extravíos ya desde entonces, y pudieron tacharlos de la lista y proceder a su enterramiento.
Tres años después otro grupo de montañeros se topó con nuevos restos mortales en otro glaciar, el del Matterhorn, también en Valais (la reincidencia no es casual: es allí donde se encuentran los Alpes peninos, los más altos y agrestes de la cordillera). En aquella ocasión se trataba de dos montañeros japoneses perdidos en 1970 a 2.800 metros de altura, Michio Oikawa y Masayuki Kobayashi.
Un año antes, en 2014, los restos de otro montañero fueron descubiertos casi en la cima del Matterhorn, de más de 4.000 metros de altitud. Se trataba de Jonathan Conville, cuya desaparición databa de 1979. También en 2014 el cadáver de otro explorador checo perdido en 1974 fue recuperado. Y en 2016, los restos de un esquiador alemán extraviado desde 1963 fueron encontrados descongelados en el Morteratsch.
El listado es largo, casi tanto como el de desapariciones acumuladas en los abruptos Alpes a lo largo del siglo XX. Lo singular ahora, sin embargo, es lo que la recuperación de los cadáveres dice del estado del clima en Europa: vivimos días calientes, tan calientes que glaciares que habían sido capaces de congelar durante décadas los restos de personas desaparecidas se están evaporando para siempre.
El del Morteratsch, por ejemplo, ha retrocedido aproximadamente dos kilómetros desde mediados del siglo XIX, cuando su volumen comenzó a ser datado. También en los Alpes, el del Mont Blanc ha perdido más de un kilómetro durante los últimos cien años. Es la tónica general. Y estudios realizados en glaciares como el Sforzellina muestran que el retroceso ha sido más intenso en los últimos diez años que en las décadas precedentes.
Lo cual concuerda con el progresivo aumento de las temperaturas a lo largo de todo el globo, en una tendencia que podría transformar la Tierra para siempre.
Tal es la dramática situación en los glaciares alpinos que un grupo de científicos suizos trató de poner en marcha esta primavera este otro alocado plan para salvar el hielo del Ártico, también en franca regresión: la idea consistía en rellenar con nieve y hielo generados de forma artificial los grandes glaciares del país. Se trataba de una posición experimental, y quizá inútil ante el calentamiento global continuado y sin aparente solución de continuidad.
Hasta que esta llegue, si es que llega, los glaciares seguirán muriendo. Y mostrando a su paso más cadáveres antaño perdidos.
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