"Lo bueno de que llevemos un tiempo con el titular 'cada día cierran dos librerías en España' es que al menos tienes tema de conversación con todo el mundo". Jónatan Sark, Alberto Patiño y Jorge Sexmero, socios en la recién abierta librería madrileña La Sombra, se ríen con humor de la situación del mundo del libro. Que llevó a que, sólo en 2014, más de 900 librerías echasen el cierre.
¿Cómo se toma la decisión y se afronta el reto de abrir una librería a día de hoy? ¿Cuál es el papel del librero en tiempos de Internet? ¿Cómo está el sector del libro en la actualidad? Hemos dejado que sean estos libreros, con una década de experiencia, los que nos cuenten su aventura:
Abrir una librería, hoy
Después de estar trabajando en otra librería durante años, nos planteamos qué sabemos hacer y para qué servimos. Y dijimos: somos libreros y se nos da bien. Tenemos un oficio, sabemos hacer una selección y tenemos un trato con el cliente con el que podemos competir con las grandes superficies. Que es la única ventaja de la pequeña librería. Sabemos que no nos vamos a hacer ricos.
Todavía hay un público fiel al libro, ya sea como objeto o como formato de lectura, que quiere tener libros. Pensamos que el formato digital puede convivir perfectamente con el papel y las editoriales también están trabajando en ese sentido, cuidando las ediciones y ofreciendo gran variedad de títulos. Y, aparte, creemos en la librería como difusor cultural. Sí, cierran muchas librerías, pero no nos damos por vencidos.
¿Cómo ha sido la evolución de las librerías en la última década?
Complicada, por no decir otras cosas. En medio de la crisis se publicaba que el libro era el que resistía, dentro de la cultura. Sigue siendo cierto: mira cuántas tiendas de música o cine quedan. Pero entonces fue cierto porque coincidió con un par de pelotazos importantes. El primero fue el de Stieg Larsson y la novela nórdica. La tercera entrega de Millenium fue una locura. Nunca hemos vendido tantos ejemplares: más de 300 el primer día.
Y la segunda baza fueron el álbum ilustrado infantil y la novela juvenil. Sobre todo como regalo. Ha servido para mover el recambio del público y para que la gente se acuerde que los libros infantiles son los que siempre están ahí. Suele haber un movimiento contínuo de libros que facilitan ese recambio: en los 90 estaba Pesadillas, diez años después tienes Harry Potter...
Aparte de que el libro ilustrado ha llegado a un punto en el que casi cada sello tiene sus ediciones trabajadas, y es de lo que más ha crecido. De tal manera que no sólo hemos tenido modas extrañas, como los libros de colorear para adultos, sino que el último libro de Pérez-Reverte, por ejemplo, no puede decirse que tenga ilustraciones de Fernando Vicente... Sino que lo correcto es afirmar que el último libro ilustrado de Fernando Vicente tiene textitos de Pérez-Reverte. ¡Porque te pones a leerlo y las ilustraciones deberían ser el motivo real para comprar el libro!
También estaba la ventaja de que no hubo rivales durante mucho tiempo. Con los años llegaron los dos rivales gordos: los lectores electrónicos, que en sí mismos no eran rivales -se han hundido todos menos el Kindle-, pero sí que han hecho que la gente se haya acostumbrado a leer libro electrónico, aunque sea en tablet o móvil. Volvemos a una cosa habitual: la versatilidad. El e-reader sólo vale para leer libros. Pero el móvil o la tablet hacen más cosas y se han comido el hueco.
Ten en cuenta que durante los primeros años de la crisis, subió mucho el libro de bolsillo, que también ayudaba a mantenernos a flote. Pero en el momento en el que tienes la opción -legal o ilegal- de los libros electrónicos, siempre es más barato, y lo que cabe en un cacharrito te da para meter 10 bibliotecas en donde caben dos líbros físicos. El libro de bolsillo pinchó y hoy está cuesta abajo y sin frenos.
La segunda parte es Amazon, claro, que ofrecía una facilidad para comprar online que no había antes. Una capacidad de comprar sin moverte que en España sólo conocía la gente que compraba en lengua extranjera. Y el resto... Comprar en España en webs españolas era incómodo, era más poner ruedas que ayudar a instaurar el hábito. Sin embargo, Amazon con el Kindle facilitó la compra del libro electrónico y también la compra del libro físico. Con lo que mucha gente cambió de hábitos, igual que los espectadores de cine: estoy en mi casa, quiero leerme un libro y no quiero ir a una librería.
¿Y el papel del librero?
Los libreros tenían que cambiar, y lo que pasaba en muchos sitios es que no había libreros, había dependientes. Cualquiera puede cobrar un libro, pero lo difícil es recomendar un libro, ser capaz de decir “si te gusta esto, entonces...”. Tanto para el propio cliente o para regalar. No hace falta tener un algoritmo -porque funcionan como funcionan- pero sí saber que tienes que recomendarle algo diferente, algo nuevo, dentro del mismo rango de gustos. Y eso no es tan fácil de predecir.
El librero te ofrece ese tipo de oficio. No hay una formación específica, no basta con leer mucho y con criterio, es puro oficio. Hay que tratar con las editoriales, con las distribuidoras, con las limitaciones de espacio y la selección que ofreces... Porque no estás sólo para vender libros, sino para recomendarlos, para saber si un cliente puede querer algo de editoriales pequeñitas, donde es más posible encontrar ese tipo de recomendaciones alternativas, y que tienen una variedad grandísima ahora mismo.
También hay que estar en las redes sociales, presente en todos los canales de tus clientes. Las librerías ahora tienen que ofrecer cosas externas al libro. No tanto atriles, marcapáginas metálicos, o toda la quincallería que ya hubo años antes, cuando empezaron a convertirse en ese clásico en retroceso: la papelería-librería donde lo mismo vendías a Pynchon que hacías fotocopias.
Ahora lo que se mueve es la oferta cultural. Hoy un librero tiene que organizar presentaciones, charlas, talleres para niños y adultos (de manualidades, escritura y lectura), un club del libro… Un poco de todo, que sirva para lo más difícil de todo: meter a gente en la librería. Y lo segundo más difícil: que compren. Se trata de buscar giros para meter más dinamización cultural en la librería.
¿Y la competencia de las grandes superficies?
No es nueva. Desde hace muchos años, la librería más grande de España ha sido El Corte Inglés. Y, cuando empezó a hablarse de que si los libros eran lo que iba a salvar el mercado cultural, alguien tomó nota: los supermercados. Que montaron sus secciones porque tenían cosas como Larsson, que aquello vendía aunque estuviese entre sartenes. Eso significó que los que más vendían eran los hipermercados y El Corte Inglés. Por eso, tú comparas la lista de más vendidos que te da el Gremio de Libreros y la que dan los medios y no tiene nada que ver. Ahora mismo suponemos que la mayor cadena será Amazon, donde cada ordenador y móvil es un punto de venta.
En la librería somos conscientes de que como pequeño comercio formas parte del tejido del barrio. Nosotros tenemos suerte de que en el Barrio de las Letras esa idea está muy presente. No sólo tienen el Mercado de las Ranas y otras actividades, sino que el sentido de comunidad está ahí. El bar de al lado sirve unos pinchos estupendos, y eso claro que se lo recomiendas a un cliente. Y a ellos, si les preguntan sus clientes al ver los libros que tienen, van a hablar de nosotros.
Eso incluye a otras librerías. Si nosotros no tenemos algo vamos a recomendarles una en la que tengan lo que busque. El Gremio tiene una página estupenda, Todos tus Libros, donde puedes rastrear un libro, o buscar la librería más cercana que lo tenga. Bien organizadas -y el trabajo del Gremio en ese sentido es muy bueno-, las pequeñas librerías tienen bastantes ventajas para el cliente. Aparte, obviamente, del trato.
¿Cómo es el lector actual? ¿Cómo se sabe qué recomendar?
Ahora mismo hay tres tipos principales de lectores. La gente que se ha incorporado con, digamos, "el moderneo" o el auge de la cultura pop; los lectores de toda la vida; y el lector de suplemento literario, en la mediana edad, que lee el Babelia todas las semanas y lo adopta como norma, con unos gustos muy específicos
Que ésa es otra cosa: saber lo que no tienes que proponer a tu lector. Por ejemplo, con la novela negra ahora mismo tienes propuestas que van desde variantes exóticas de Sherlock Holmes hasta espías soviéticos, propuestas paródicas, versiones de La Odisea, blaxploitation… Todo se engloba en "novela negra", pero no todos los lectores pueden disfrutar propuestas tan distintas, cada persona tiene sus gustos. Y, más importante, las cosas que le repelen. Y eso incluye a los propios libreros.
Tampoco puedes dar por conocidos a autores y libros. No puedes dar por hecho que tu lector conoce todo. Y así, partiendo del hecho de que no todo el mundo ha leído a Kant [risas], pasa lo mismo con la literatura: das por hecho que el lector conoce a Philip Roth porque lleva ahí toda la vida y... Lo mismo pasa con Joyce Carol Oates, que ha pasado por tantos sellos en castellano que no puedes darla por supuesta. Tienes que preguntar siempre al lector: ¿conoces esto, te gusta esto?
Aparte, cada librería es un mundo: en la que trabajamos durante casi una década estaba a 100 metros del Santiago Bernabeu. Podrías pensar que allí tenía más éxito el libro deportivo (que ahora está de moda). Pues bien: no vendíamos ni el Marca. No tenía nada que ver el lugar con lo que vendíamos. Y cada librero te dirá lo mismo.
El panorama actual de la edición en España
Vamos a poner un ejemplo: en octubre sale el Nobel, que es cuando todas las editoriales sacan el libro del que creen que puede ganar. ¿Qué pasa ahí? Que Murakami, que es el que le suena a la gente sale en formato "grande". Mientras que autores como Ngugi Wa Thiong'o, con una literatura espectacular, te los sacan en pequeñito. Por si acaso. Para eso ha quedado el bolsillo. Para eso y para clásicos, que aparte de los libros de regalo de Navidad o con ediciones de campanillas, no los puedes encontrar si no es en bolsillo o en restos de edición.
Y la edición en estos dos años ha bajado. Pero ha bajado desde una barbaridad: había 80.000 títulos al año, el último dato que tenía eran 77.000. Pero porque sacaban libros con lo que llamamos el truco de los espaguetis: sacaban todo lo que podían, los tiraban contra la pared y esperaban que alguno se pegase. Y el que quedaba tiraba de todos los demás, lo que pasa es que desde la crisis eso ya no es posible. Aunque un libro funcione no puede tirar de todo lo demás, si el catálogo es interminable.
Además, no hay espacio físico. Sobre todo porque todas las novedades se condensan en tres-cuatro grandes fechas: navidades, Feria del Libro, Día del Libro, más finales de verano. Te encontrabas con que llegaba la Feria del Libro y tenías 300 novedades, en algunos casos con 50 novedades el mismo día del mismo grupo editorial.
Así que es imposible leer todo lo que sale. Ni aunque nos dividamos la lectura entre todos. Pero ahí entran varios elementos: tu propio instinto lector, el agente comercial de la editorial y el lector de confianza. El buen comercial es el que te cuenta cuándo su editorial va a apostar por algo, el que te pregunta qué tipo de títulos venden más en tu librería. Es decir, que si tú vendes un título de novela romántica al año no insistirá con esos títulos, porque ambos sabemos que nos vamos a enterar cuando llegue el título gordo: un 50 Sombras de Grey, que es es un libro estupendo porque paga facturas.
Ahí tienes el problema de que el comercial cribe por ti, pero lo único que puedes hacer es estar encima de todo lo que se publica, porque necesitas una idea general. Y también influyen los lectores de confianza. Porque si tienes un buen cliente y le recomiendas algo, si le gusta o si no le gusta ya tienes un elemento de decisión para recomendarlo o no a otros clientes. Si yo [Sark], por ejemplo, no leo mucha novela histórica o chick-lit, pero dos de mis clientes de confianza sí, pues puedo hacerme esa idea general. No es necesario leer todo, y además es imposible.
El librero, ¿alternativa o complemento a Internet?
Amazon no es como Netflix, porque Netflix sabe lo que has hecho con la película o la serie, a qué ritmo la has visto, cuándo la has pausado. Amazon no sabe qué has hecho con el libro físico. Cómo mucho puede saber que has comprado el libro como regalo y, si haces el esfuerzo como cliente, puede tener la nota o reseña que has dejado. El librero, en ese sentido, te da más feedback.
El cliente te cuenta lo que ha leído, aunque no te lo haya comprado a ti, qué le ha parecido, si esa recomendación que hiciste merecía la pena o te lo devuelve diciendo que es infumable... Añade a eso que hace falta más filtro por lo que comentábamos antes: más de 75.000 libros al año. Y el librero sí te va a señalar este otro libro que posiblemente no lo vas a encontrar recomendado en el algoritmo.
Pero aparte, es que incluso algunas editoriales no tienen todavía cogido el punto a Internet: tienes editoriales que pueden publicar algo de Kurt Vonnegut y a la vez ir con la idea de que hay que publicar algo de un youtuber con 40 millones de seguidores. Que, bueno, es un libro.
¿Es necesaria la librería a día de hoy?
Para nosotros sí, claro. No se puede decir que sea necesaria porque no tiene contingente, pero es útil. La librería tiene un papel de dinamizador cultural. Es donde se mueven las pequeñas editoriales, se hace la labor de descubrimiento que no ofrecen los medios más grandes y se ofrece el punto de encuentro para crear una comunidad, que no deja de ser como un foro offline.
¿Qué es difícil? Por supuesto. ¿Que también pensamos que la pequeña librería cumple un espacio de difusión cultural que el resto de plataformas de venta no pueden ofrecer? Sin duda. La pequeña librería, a día de hoy, es un espacio muy distinto a la librería clásica. Pero el oficio sigue siendo principalmente el mismo: ayudar a que la gente disfrute de la lectura.
Por otro lado, nuestros clientes parecen pensar que sí: el día de la inauguración pasaron por aquí más de 100 personas y muchas no pudieron ni entrar. Es una buena señal de que el público todavía quiere librerías.
Fotos: Andre T.
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