Por Iván Rivera.
La alarma social, ese mar de fondo que a veces desata la actualidad imperante, se ha concentrado estos días sobre el caso de @kira_95, llamada Cassandra Vera fuera de Twitter. Trece mensajes en esta red social, no más de 1820 caracteres entre letras, espacios y signos de puntuación, han servido para que la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional le anote una entrada permanente en su certificado de antecedentes.
Eso sin olvidarnos del año de prisión y los siete de inhabilitación absoluta: se ha dicho que no tendrá derecho a becas, pero la pena también conlleva no poder votar ni ser elegida para ningún cargo público, ni participar en oposiciones.
La reacción popular no ha defraudado a nadie. En un caso de manual de efecto Streisand el almirante y exjefe de gobierno Carrero Blanco, protagonista de los trece tuits de « "desprecio, deshonra, descrédito, burla y afrenta" —qué labia, la sentencia—, ha ascendido meteóricamente hasta la cumbre de los trending topics nacionales. Los chistes, antiguos y nuevos, corren como la pólvora por todas partes. Y hasta es posible que el punk-rock de Soak contemple un explosivo revival, quién sabe.
#YoSoyCassandra Carrero Blanco pic.twitter.com/40Aqj2Kurf
— IU Palencia (@IUPalencia) 29 de marzo de 2017
Sin embargo, las alusiones en clave de parodia a un supuesto episodio del programa espacial español esconden una curiosa historia detrás que no debería quedar oculta por el humo y los cascotes. Una historia real que relaciona a Carrero Blanco con la Luna.
Trozos de la luna como diplomacia internacional
A nadie se le escapa que Estados Unidos buscaba mucho más que un logro científico y tecnológico con el programa Apolo. La política en los tiempos de la carrera espacial que los enfrentó a la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría era un asunto de primer orden en la planificación de la NASA, y no solo contra sus adversarios del otro lado del Telón de Acero, sino también como herramienta de buena voluntad; eso que entonces denominaban soft power y que tan pasado de moda parece ahora.
Para cumplir estos fines, las misiones Apolo llevaron y trajeron de vuelta una variedad de objetos que, estancia en la luna mediante, adquirían valor como regalos diplomáticos. El Apolo 11, la primera misión en posarse sobre la superficie lunar, transportó por orden del entonces presidente Richard Nixon un total de 135 banderas de pequeño formato representando a todos los estados de los EE. UU. y a una buena parte de los países existentes en 1969. No a Corea del Norte ni a la RDA, pero sí a la Unión Soviética, por ejemplo.
Serían las primeras de unas mil, de las que se estima que seis serían españolas.
Pasaremos aquí por alto la curiosidad histórica de que los americanos llevaran una bandera soviética a la luna y nos centraremos en los sets lunares que montaron a la vuelta. Para dar más empaque al regalo, la NASA preparó muestras lunares de 50 miligramos cada una, las encapsuló en plástico y las colocó junto a la bandera de cada país en una placa encabezada con el siguiente texto (que traduzco):
Presentado al Pueblo de XXX por Richard Nixon, Presidente de los Estados Unidos de América.
La placa destinada a España llevaba la bandera oficial de la época con el escudo del águila de San Juan —el popular pollo—, y fue entregada a Franco en persona, según cuentan, en julio de 1973. También según las crónicas, el regalo le hizo mucha ilusión al Generalísimo, que procedió a llevárselo a su despacho en El Pardo. Tras su muerte en 1975 la placa quedó en manos de su única hija, Carmen Franco, hasta que "se extravió". En palabras de Francisco Franco, emprendedor, noble y nieto del Generalísimo:
Como mi madre es una mujer con muchas cosas en muchas casas, en algún traslado o al redecorar alguna habitación, al final debió extraviarse.
Sin ninguna relación con este relato, una muestra lunar de 200 miligramos traída a la Tierra por la sonda soviética luna 16 salió a subasta en 1993, alcanzando un precio un poco por encima de los 440.000 dólares. Cualquiera puede pasar por estrecheces y vender un trocito de luna que tengas por ahí perdido en un estante, cuánto más si eres ruso y estás en plena travesía del desierto capitalista. ¿Vendieron los Franco "su" pedazo de Luna? En la misma entrevista, el nieto del dictador rechazó categóricamente tal posibilidad, para afirmar justo después:
Si te dan algo y es tuyo, ¿por qué no lo vas a vender?
Algo que llevaba en su encabezamiento el texto "presentado al pueblo de España", con la firma de Nixon.
Carrero llegó a la luna, o la luna llegó a Carrero
Pero corramos un tupido velo sobre esta placa porque el mismo año de 1973, quizá previendo un poco cínicamente que la primera se perdería, EEUU nos hizo entrega de un segundo set de roca lunar con bandera. En este caso se trataba de un fragmento de la muestra de basalto catalogada con el número 70017 y recogida en la región de Taurus-Littrow por la tripulación del Apolo 17 apenas un año antes.
Esta nueva placa vino en la maleta de Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado, y fue entregada a Carrero Blanco durante la reunión que mantuvieron en Madrid el 19 de diciembre de 1973. Desgraciadamente, el entonces presidente del Gobierno —que lo era desde que Franco decidió concentrarse en sus responsabilidades como jefe del Estado— tuvo apenas un día para saborear la maravilla de contemplar a corta distancia una roca traída desde nuestro satélite.
Un poco antes de las nueve y media de la mañana del día siguiente, 20 de diciembre, encontró una aérea muerte en la calle Claudio Coello, en pleno centro de Madrid.
Kissinger y la CIA siempre han figurado de forma prominente —aunque mal documentada— en la historia oculta de la Transición. Nada parece demostrado, salvo que Kissinger entregó a Carrero Blanco una de aquellas placas con roca lunar y bandera un día antes de que falleciera. En favor del almirante y su familia cabe decir que el valioso regalo, también dirigido "al pueblo de España", no se perdió: está desde 2007 y por deseo de sus herederos en el Museo Naval de Madrid.
Allí podemos disfrutar de su contemplación, igual que en todas partes deberíamos poder gozar de un tesoro mucho más valioso: la libertad de expresión de la que, colectivamente, nos dotamos al finalizar el lamentable capítulo de la última dictadura española. Si ni la mala educación ni el mal gusto son delito, cómo puede serlo un chiste.