Era la segunda mitad de los 70. El programa Apollo había llegado a su fin, pero los científicos estadounidenses de la órbita de la NASA seguían encontrando nuevos debates sobre el futuro del hombre en el espacio exterior. Le había tocado el turno a una posible deserción de la Tierra, planear las formas en las que la humanidad sobreviviría lejos de casa.
En el verano de 1977, en el simposio "Asentamientos Espaciales: Un Estudio de Diseño” distintos expertos se reunieron para desarrollar teorías sobre la mejor utilización de nuestros recursos más allá de nuestro planeta en estaciones autosuficientes.
Fue allí donde se habló de las teorías toroidales de John D. Bernal en los 30, retomadas después en los 60 por Darrell Romick, y que consistían en discos de quinientos metros de diámetro y 82 pisos de altura en cuyo interior podrían asentarse hasta 20.000 colonos. Conoces estos diseños porque son, justamente, los que han pasado a la ficción en 2001: Odisea en el Espacio.
Sin embargo es la teoría del Cilindro de O’Neill lo más cercano a un plano veraz de lo que sería una estación humana en el futuro. Un cilindro de 32 km de longitud y 6,4 de radio “aparcado” próximo a una estrella y girando constantemente a una revolución por minuto para que la cara interna gire a una gravedad similar a la de la Tierra.
Debe ser así porque según disminuye la distancia al eje longitudinal del cilindro (el radio se va acercando a cero), también va disminuyendo la gravedad. Para equilibrar los problemas de momento angular inherente a la rotación, plantamos dos cilindros girando a la vez con un sentido de rotación opuesto.
El efecto sería muy alucinante para ojos terrícolas, ya que el horizonte no es mínimamente curvo, como aquí, sino completamente circular. Como vimos en Elysium o en Interstellar, los habitantes vivirían en un mundo donde no hay arriba y abajo, donde en lo alto no hay más que otros vecinos que, por su gravedad, no “caen” sobre ti.
Funcionen o no estas teorías, nos siguen quedando los maravillosos diseños que elaboró entonces Don Davis y que forman parte del acervo libre de derechos de la NASA. Es innegable que son asombrosos e inspiradores: nos sirven lo mismo para soñar con otras realidades que para embellecer nuestro escritorio.
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