En las postimetrías de una semana dedicada al Día Internacional de la Mujer en la que miles de mujeres de todo el mundo han salido a las calles a protestar por sus derechos, Twitter se ha lanzado en brazos de un hilo revelador sobre la realidad del sexismo en los entornos laborales. El protagonista es un hombre haciéndose pasar por una compañera de trabajo. Y su hallazgo, la cruda realidad diaria de muchas trabajadoras.
La historia la narra Martin R. Schneider, un tuitero estadounidense, y la protagonizan tanto él como su antigua compañera de trabajo y amiga @NickyKnacks. Y comienza del modo más sencillo y trivial imaginable: un jefe protesta ante la aparente lentitud y menor capacidad de trabajo de ella, Nicole. Mientras Schneider aparentaba lidiar mejor con los clientes, su compañera tardaba demasiado en resolver solicitudes pendientes y sacar adelante su trabajo.
So here's a little story of the time @nickyknacks taught me how impossible it is for professional women to get the respect they deserve:
— Martin R. Schneider (@SchneidRemarks) 9 de marzo de 2017
Siendo su supervisor, Schneider creía que hacía más rápido su trabajo dada su mayor experiencia y poco más. Hasta aquí todo normal, una historia común. El superior de ambos encargó a Schneider que controlara y monitorizara el método de trabajo de Nicky y el tiempo que dedicaba a cada cliente, de cara a analizar si estaba siendo productiva o si simplemente estaba perdiendo el tiempo.
Un error que reveló un problema profundo
Un día, Schneider comenzó un largo intercambio de correos con un cliente que estaba siendo especialmente molesto. Respondía a los correos con vehemencia y con poca educación, afirmaba que su modelo de funcionamiento eran los típicos dentro de la industria del entretenimiento (Schneider, que conocía bien el sector, afirma que no lo eran) y que era incapaz de comprener, en tono condescendiente, lo que trataba de explicarle.
Harto de la situación y presto a pasar por encima del problema, Schneider cayó en la cuenta de que había firmado los correos como su compañera. Es decir, que el cliente creía que era Nicole quien estaba al otro lado de la pantalla. Cuando Schneider reveló su verdadera identidad, las cosas, afirma, fueron mucho más sencillas: "Una mejora inmediata. Un recibimiento positivo, me agradeció las sugerencias, respondió con rapidez. Se convirtió en un cliente modelo", todo lo contrario que había sido hasta ese momento.
Anyway I was getting sick of his shit when I noticed something.
— Martin R. Schneider (@SchneidRemarks) 9 de marzo de 2017
Thanks to our shared inbox, I'd been signing all communications as "Nicole"
Schneider había tratado de igual modo al cliente, de modo que lo único que había cambiado era su género. Ante un hombre, el cliente colaboraba. Ante la identidad de una mujer, planteaba más obstáculos y problemas.
Inquieto por la cuestión, Schneider negoció con su amiga el intercambio de sus identidades durante dos semanas. A lo largo de ellas, ambos firmarían a la inversa los correos: Nicole sería Martin y Martin sería Nicole, una prueba motivada por Schneider para comprobar si realmente la situación se debía a un caso excepcional o si había un sexismo latente en las dinámicas de trabajo de la empresa y de los clientes.
Como mujer, la peor semana de tu vida
"Tíos, apestó", explica en Twitter. Durante dos semanas, Schneider vivió "un infierno". Todo lo que planteaba o preguntaba era cuestionado por los clientes, la mayor parte de ellos hombres al otro lado del correo electrónico. "Clientes con los que podría haber lidiado durmiendo eran condescendientes. Uno de ellos llegó a preguntar si estaba soltero". Por su parte, Nicole tuvo la semana más productiva de su viuda.
We did an experiment: For two weeks we switched names. I signed all client emails as Nicole. She signed as me.
— Martin R. Schneider (@SchneidRemarks) 9 de marzo de 2017
Folks. It fucking sucked.
Para Schneider, la moraleja era clara: si su compañera trabajaba de forma más lenta y era cuestionada por su jefe no se debía a sus peores aptitudes profesionales, sino a que tenía que invertir más tiempo en conseguir que sus ideas y su trabajo fuera convincentes de cara a los clientes, en lograr que respetaran su opinión profesional. El cambio de roles y de identidades había invertido la situación. La única diferencia en las dinámicas de trabajo era quién firmaba cada correo. Sólo se trataba del género de Nicole.
"No era mejor en mi trabajo de lo que era ella, simplemente tenía una ventaja invisible", confiesa en Twiiter.
Consciente de ello, habló con su jefe y trató de explicarle el motivo por el que Nicole parecía más lenta trabajando. No le creyó demasiado, y volvieron a trabajar de forma normal, con la excepción de que Schneider desistió de juzgar las habilidades laborales de su compañera. Con el paso del tiempo, ambos abandonaron sus empresas.
I wasn't any better at the job than she was, I just had this invisible advantage.
— Martin R. Schneider (@SchneidRemarks) 9 de marzo de 2017
¿Por qué nos referimos en el titular a "el sexismo oculto"? No es oculto para las miles de mujeres que lo perciben a diario, como Nicole, pero sí para los hombres. Schneider cayó en la cuenta de que aquello invitaba a la cólera, pero que para Nicole simplemente era el pan de cada día. Lo que para un hombre resultaba en una revelación chocante, para la mujer sólo era lo habitual. Simplemente era una parte más del trabajo.
La hsitoria ha ganado la atención de diversos medios y acumula 7.000 retuits en Twitter, algo notable dado que se trata de un hilo largo. En las postimetrías del Día Internacional de la Mujer, es un relato sobre las ventajas y los privilegios del hombre, amén de la condescendencia con la que la mujer aún tiene que lidiar en su puesto de trabajo, necesario. Si estás interesado en la versión de la misma historia de Nicole, la cuenta ella misma aquí (en inglés).