A pesar de que recientemente nos hayamos llevado las manos a la cabeza con el ya célebre barco de Piolín, que un conflicto con territorios insurrectos dé pie a situaciones algo surrealistas no constituye ninguna novedad en España. Durante las últimas décadas del siglo XIX, y aprovechando la inestabilidad de la I República, se produjeron varias pequeñas rebeliones (denominadas cantones) por todo el país. El objetivo: la proclamación de una república federalista.
Y el cantón que más tardó en ser subyugado y el que más anécdotas produjo fue el de Cartagena.
Si hubiera que asignar a Cartagena un leit motiv, sin duda sería "Inexpugnable por tierra y por mar". Tanto es así, que Escipión recompensó con dos coronas en vez de una la conquista de Carthago Nova (aunque fuera con tal de no oír discutir a los dos militares que se disputaban tal honor). Los vestigios más antiguos del amurallamiento de la ciudad se remontan al siglo III a. C. y ya en el siglo XVIII, Carlos III con aire insigne mandó construir la última muralla de Cartagena para protegerla de posibles invasores.
Esta muralla, que rodeaba la totalidad del casco antiguo y llegaba hasta el castillo de Galeras, le vino muy bien a los cantonales, que en 1873 se liaban la manta a la cabeza e iniciaban en el propio castillo de Galeras a la rebelión cantonal. Tras avisar de su éxito con un cañonazo (todo se hacía mejor en el siglo XIX) los insurrectos izaron en el castillo la bandera cantonal (completamente roja) dando comienzo a la revuelta federalista.
Se dice que, al no encontrar ninguna bandera roja, enarbolaron en el castillo la bandera otomana. Poco después, el capitán general José Dueñas enviaría a Madrid un telegrama que rezaba: "El castillo de Galeras ha enarbolado bandera turca. LOL" (más o menos). Tras esto, la leyenda afirma que, para solucionarlo, uno de los insurrectos se abrió una brecha en el brazo para teñir la media luna blanca de sangre. ¿Habrá algo más romántico que una revolución?
Un manicomio político llamado I República
Lo que no es leyenda es que ese mismo año, el líder cantonalista Roque Barcía enviaba dos cartas, que, por lo que sea, no recibieron respuesta. La primera de ellas estaba dirigida al Presidente de los Estados Unidos, Ulysses S. Grant y otra al Presidente de España, que en aquel momento era Emilio Castelar. En ellas, Barcía solicitaba la anexión del cantón a los Estados Unidos. Y de ahí al cielo, claro.
Para los que estén flojos en historia, ahí va un breve resumen del contexto histórico en el que sucede todo esto. Pongamos más o menos medio siglo.
- 1814 - Se proclama rey Fernando VII después de un leve malentendido con los franceses.
- 1820 - Trienio liberal.
- 1823 - Fernando VII parte 2: ¡Ahora más absolutista!
- 1833 - Muerte de Fernando VII y fin de la década ominosa. Tanta paz lleva como descanso deja. Empieza a reinar Isabel II pero, como es menor, hay regencia de Mª Cristina de Borbón (la que te quiere gobernar).
- 1841 - Regencia de Espartero. Bombardeo de Barcelona.
- 1843 - Empieza a reinar de verdad Isabel II y a hacer cruising por todo Madrid. Se van produciendo varios follones hasta el follón gordo de La Gloriosa.
- 1868 - Revolución de La Gloriosa. Salen los Borbones, entra el gobierno provisional.
- 1871 - Reinado del italiano Amadeo de Saboya, que aguanta aproximadamente 3 minutos antes de pirarse porque él milagros no hace (no solo tenía que lidiar con las cortes, sino que tenía frentes abiertos en Cuba y con los carlistas).
- 1873 - I República.
En mitad de la I República, que tuvo cuatro (4) presidentes en once meses, se produjo la rebelión cantonal, en la que participó activamente el señor Barcía. Lo cierto es que Barcía ni siquiera era de Cartagena, sino de Isla Cristina, que cuando él nació (1821) formaba parte de Sevilla. Roque era un culo inquieto: había estudiado en Madrid, Montpellier y Roma, había dirigido el periódico El demócrata andaluz en Cádiz antes de tener que huir a Portugal y posteriormente había sido diputado por Badajoz (1869), Alicante (1871) y Castellón (1873).
Pero es en Cartagena donde se vino verdaderamente arriba siguiendo a líderes cantonalistas como Manuel Cárceles o Antonio Gálvez, Antonete.
Determinar brevemente por qué un levantamiento municipalista supuso el colapso de todo un sistema de gobierno es extremadamente difícil dada la complejidad del periodo que tratamos. Vamos a intentar resumirlo de forma concisa: El 11 de febrero de 1873 Amadeo de Saboya renunció al trono. En ese momento, se produjo un vacío de poder porque entre los que estaban pensando a quién le pasaban la patata caliente del trono, los que querían que volvieran los Borbones y los republicanos, se montó un follón de mucho cuidado.
Mientras, en Madrid y Barcelona la gente se echó a la calle pidiendo eso, la república. Se sucedían los dimes y diretes y al final el 11 de febrero se proclamó la república porque qué demonios, por qué no probar, o como dijo Castelar en las Cortes ese mismo día "Nadie trae la República; la trae una conspiración de la sociedad, de la Naturaleza, de la Historia. Saludémosla como el sol que se levanta".
Entró Estanislao Figueras como presidente del gobierno y básicamente lo que ocurrió es que se formó la gozadera. Los sectores más revolucionarios del Partido Republicano Democrático Federal querían poner en marcha ya la república federal y las reformas prometidas (como la suspensión del servicio militar obligatorio y la abolición de algunos impuestos) sin esperar a las cortes constituyentes, y el resto decían que no, Mari Carmen, que eso no podía ser.
En mayo se celebraron elecciones para formar cortes constituyentes, siendo las elecciones con más baja representación en la historia de España a pesar de haber bajado la edad mínima para votar. Esto se produjo, en parte, porque no se presentaron ni los monárquicos carlistas ni los alfonsinos, que adoptaron la sabia actitud de "siéntate en el umbral de tu puerta y verás el cadáver de tu enemigo pasar".
Tras las elecciones, por tanto, había mayoría republicana en el parlamento, aunque en realidad esta mayoría estaba dividida en tres facciones. Los más a la izquierda, (a los que llamaban "intransigentes") proponían establecer la república federal (por cantones) de abajo a arriba y sin esperar a la constitución. Los que podríamos denominar de centro estaban de acuerdo con la creación de una república federalista pero se consideraban legalistas, es decir, sostenían que había que esperar a la redacción de una constitución. Por último estaban los moderados, que aspiraban a crear una república unitaria más próxima a la de Francia.
Pues eso, la gozadera.
El gordo petate liado en Cartagena
Estuvieron varios días discutiendo hasta que Estanislao Figueras exclamó (en catalán): "Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones!", se fue a Atocha y cogió un tren a París. Aquí me voy a parar para dejar bien claro que esas comillas significan que esa frase la dijo literalmente. Hubo otra vez un vacío de gobierno y entre medias se presentó en el congreso un coronel de la guardia civil con un piquete diciendo que de ahí no salía nadie ni al aperitivo hasta que no eligieran presidente.
Eligieron a Pi y Margall (de la facción de centro), que intentó poner todo en orden teniendo en cuenta que tenía que lidiar con la creación de un estado, con los carlistas y con Cuba. Pero a los intransigentes se les inflaron las narices y abandonaron las cortes, no sin antes instar a la sublevación de los cantones para crear una república de abajo a arriba. Estas pequeñas rebeliones surgieron como setas por toda España, especialmente en el sur y el levante, pero fue sin lugar a dudas en Murcia donde se consiguió poner en jaque al gobierno central.
Lo cierto es que en apenas seis meses (de julio de 1873 a enero de 1874), al cantón de Cartagena le dio tiempo a liar un petate bastante gordo: acuñaron su propia moneda de 5 pesetas (el duro cantonal) con plata de las minas de Mazarrón, se reconoció la jornada de 8 horas, se derogó la pena de muerte y se legalizó el divorcio. El cantón, además, había sumado a la rebelión a gran parte de la flota militar española, que tenía base en el puerto de Cartagena.
Entre las fragatas rebeldes se encontraban la Victoria, la Tetuán o la Numancia, siendo esta última la primera fragata blindada en dar la vuelta al mundo. Al mando de estas embarcaciones, los cantonalistas se lanzaron a la expansión del cantón por el levante y Andalucía, hasta el punto que el gobierno de Madrid declaró en decreto del 20 de julio a la flota cantonalista (que era la suya propia) flota pirata, con la esperanza de que otros barcos se lanzaran a su captura. Ojito al documento.
No obstante, el gobierno central no podía con los cantonalistas atrincherados en Cartagena y decidió coger el trono por los cuernos. Así, se inicia un bombardeo incesante en diciembre de 1873, momento en el que Barcía decidió enviar la misiva que ha pasado a los anales del cachondeo histórico. La carta, fechada el 16 de diciembre de 1873, quince días antes del golpe de estado que traería de vuelta a los Borbones a España, se publicó en el Diario Oficial de Barcelona y se puede consultar hoy gracias a Proyecto Carmesí, iniciativa dedicada a la digitalización y difusión del patrimonio documental de la Región de Murcia.
Roque finaliza así su exposición:
Siendo víctima Cartagena de un atentado nunca visto contra el derecho de humanidad, hacemos saber al Gobierno centralista que, sí en el término de veinticuatro horas no se suspende el bombardeo, que está asesinando a un pueblo inocente en nuestros castillos, en nuestros baluartes, en nuestros buques, enarbolaremos la bandera angloamericana. Si el matar silenciosamente a la mujer y al niño se llama derecho; si está en esta barbarie el derecho patrio, Cartagena maldice a la patria. Elija el Gobierno de Madrid, de ser tratados como tigres o pediremos ser criaturas humanas en el seno de un pueblo libre, digno, trabajador y honrado.
A Barcía estas palabras no le sirvieron de nada porque para la entrada de 1874 el frágil equilibrio republicano se había roto y se produjo un golpe de estado que trajo de vuelta la monarquía.
De todas formas, se podría decir que se le iba la fuerza por la boca, porque a pesar de que el resto de líderes cantonales querían seguir resistiendo, el 11 de enero se aprobó en asamblea a propuesta de Roque la rendición de la ciudad. De hecho, es el único de los líderes cantonales que no huyó en la Numancia e incluso hizo la intentona de hacerse el encontradizo y decir que él solamente había sido un prisionero del cantón.
A pesar de todo, tuvo que huir a Francia, donde permaneció unos años. A su vuelta, se dedicó exclusivamente a trabajos literarios y lexicográficos, ya que su reputación como político estaba tan devaluada como el duro cantonal. Aun así a Roque le dio tiempo a un último logro, firmando junto a Eduardo Echegaray el primer diccionario general etimológico de la lengua española.
En resumen, partir de 1874 se sofocaron las revueltas, se inició el gobierno de Alfonso XII y en España no volvió a producirse ningún problema relacionado con la soberanía del territorio. Ejem.