Tim Hunt, Premio Nobel de Medicina de 2001, ha conseguido con su sexismo llevar a la actualidad mundial un problema que no estaba en la agenda de la Conferencia Mundial de Periodistas Científicos. El investigador ironizó en una charla sobre "laboratorios segregados por sexo", porque las mujeres "dan problemas a los hombres". Tres: "se enamoran de ti, tú de ellas y además lloran cuando criticas su trabajo"
Hunt puede que sea un Nobel del siglo XXI, pero Connie St. Louis -directora del Máster de Periodismo Científico de la Universidad de la Ciudad de Londres y que destapó el tema- acertaba al decir que actúa como un hombre victoriano. Hunt es sólo el último ejemplo de una tendencia que todavía sigue presente en la ciencia: el considerar a la mujer como algo inferior.
Es algo que queda de manifiesto al ver las disculpas emitidas tanto por Hunt como por la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, a la que pertenece. Hunt ha declarado hoy a la radio BBC4 que "pretendía soltar un chiste, pero". Y el "pero" es aún peor: como es algo que le ha pasado de verdad, según él, por tanto "es malo para la ciencia". Hunt avisó de que era un macho chauvinista antes de soltar sus bocabuzonadas en Corea. Otra excusa.
Y la Real Sociedad de Londres se ha "distanciado" a su manera, con una nota titulada "La ciencia necesita mujeres":
“Demasiados individuos con talento no desarrollan su potencial científico por motivos tales como el género y la Sociedad quiere corregir esto. Sir Tim Hunt se expresaba a título individual y sus comentarios no reflejan de ningún modo el punto de vista de la Real Sociedad”
Echamos a faltar algo ahí: una condena explícita a las palabras de Hunt. Un mero pescozón. Un "Sir Tim, eso que has dicho está mal". Para terminar de reírnos, ni Hunt ni su Sociedad han caído en el tono homófobo de sus palabras: las de aquellos que creen que sólo el amor heteronormativo es posible entre pipetas.
Sólo las mujeres lloran
En realidad, el caso ha servido para ilustrar una segunda problemática -la primera la sabemos de siempre: un científico genial puede ser un perfecto imbécil en lo social-: el menosprecio a las mujeres en la ciencia, un campo donde les resulta más difícil conseguir la igualdad de oportunidades.
Y no es una opinión: un estudio de 2012 de la Universidad de Yale ponía a prueba el argumento. ¿Cómo? Presentando más de un centenar de currículos idénticos para que los profesores los valorasen para un puesto de investigación en laboratorio. Perdón, no idénticos: exactos en el contenido, pero la mitad de los que pedían el puesto se llamaban John, y la otra mitad Jennifer.
Los resultados indicaban que a "John" no sólo se le valoraba mayoritariamente mejor que a "Jennifer", sino que se le ofrecía un salario inicial más elevado y más orientación profesional. Sin importar, en ningún caso, que el responsable de elegir fuese hombre o mujer: el prejuicio está tan arraigado que puede ir en contra del grupo al que se pertenece, como vimos hace tiempo.
Cuando, además, en la actualidad los resultados de los colegios norteamericanos muestran que las mujeres dominan en ciencias durante los primeros estadios educativos, pero que luego no se reflejan en su salto al mundo académico o profesional, como puso de manifiesto el New York Times.
Científicas en la sombra
Mientras Hunt se preocupa de que las científicas no puedan resistir sus encantos y luego le pongan la bata perdida de mocos arruinando los logros científicos del futuro, las mujeres científicas han tenido otras preocupaciones: que se reconozcan sus méritos. El caso más famoso es el de Rosalind Franklin, cuyo nombre casi siempre se omite cuando se habla del descubrimiento del ADN "de Watson y Crick", empezando por ellos mismos.
Los dos científicos se basaron en la investigación de Franklin para discernir la estructura del ADN. Investigación "robada" por Maurice Wilkins, que les pasó los datos sin el conocimiento de Franklin. Franklin murió de cáncer en 1958, cuatro años antes de que Wilkins, Watson y Crick recibiesen el Nobel. Sin enterarse nunca de un apaño "que la habría llenado de furia", según su hermana.
Franklin no es la única, como recoge este artículo de National Geographic (que también aclara otra polémica: no recibió el Nobel porque estaba muerta cuando se entregó, ese debate es hipotético). Pero incluso hoy, encontramos casos que son imposibles de encontrar si cambiamos los géneros.
Como el de una investigación de dos científicas rechazada por la revista científica PLOS One porque, entre otras muestras de machismo, se indicaba que "al menos debería haber un autor masculino para saber que los datos se han interpretado correctamente". Cuando Hunt monte su laboratorio de fornidos torsos peludos donde todo huela a gasolina y pólvora, seguro que llama a este tipo.
Imagen | BBC
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