Esta semana, los 193 países de Naciones Unidas le han declarado la guerra a... una bacteria. O mejor dicho, a las 'superbacterias' multiresistentes a los antibióticos. La imagen es extraña. De hecho, parece casi una broma con sus cascos azules atacando bichos microscópicos. Pero, en realidad, estamos hablando de "el mayor reto de la medicina moderna", un problema que se lleva cada año a más de 700.000 personas sin pegar un solo tiro.
No es cosa de broma. En el catálogo de enemigos de la humanidad, las superbacterias se encuentran en el Top 3 junto con el cambio climático y las canciones de Melendi. Un enemigo que puede acabar con la medicina moderna tal y como la conocemos y que se oculta donde menos podríamos sospechar, en los hospitales mismos.
Donde se esconden los monstruos
Alexander Fleming, al recibir el nobel por el descubrimiento de la penicilina, ya nos advirtió de que "el mal uso de los antibióticos, con dosis demasiado elevadas, podría hacer que los microbios se volviesen resistentes y revertir así sus beneficios". Era 1945, ni veinte años después del descubrimiento casual del primer antibiótico.
Las resistencias y su contraparte, las infecciones nosocomiales, llevan preocupando desde el descubrimiento de los antibióticos
Y así ha sido. La meticilina comenzó a comercializarse en 1960, las primeras resistencias se encontraron en 1962. El levofloxacino salió al mercado en 1996 y ese mismo año ya aparecieron los primeros casos de resistencia. En 2000, salió el linezolid y en un año ya teníamos resistencias. El mismo tiempo que pasó entre el lanzamiento de la daptomicina en 2003 y la aparición de la suya. Aunque nos gustaría que no fuera así y estamos intentando evitarlo, resistencias y antibióticos son fenómenos que van de la mano.
Y las infecciones nosocomiales son la consecuencia natural del crecimiento de las resistencias. La sanidad no es el lugar donde se usan más antibióticos (ese "honor" parece tenerlo la industria ganadera), pero sí es donde se trabaja con los más raros y potentes.
Poco a poco, y sin quererlo, hemos ido seleccionando y mejorando los mismos microorganismos que ahora nos preocupan
Es el lugar donde las bacterias (y otros organismos) multiresistentes acaban por desarrollarse y encontrar su "lugar en el mundo". Se calcula que hoy por hoy afectan a cerca del 10% de los pacientes hospitalizados en todo el mundo, aumentan la longitud de las estancias hospitalarias y complican el tratamiento (Burke, 2003).
Durante décadas, hemos seleccionado (involuntariamente) las cepas más resistentes de Klebsiella pneumoniae, Escherichia coli, Pseudomonas aeruginosa, Staphylococcu aureus, Candida albicans y Aspergillus spp.
Once mil
Hoy, solo durante el día de hoy, 11.000 europeos contraerán una infección sencillamente por estar en el Hospital. A lo largo del año, 37.000 de esas personas morirán por ello y más de cien mil morirán a consecuencia de un combo entre esas infecciones y las enfermedades que tenían previamente.
Las cifras hablan de cuatro millones infecciones en Europa y dos en Estados Unidos
En Estados Unidos, según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades, uno de cada 20 pacientes contrae una infección hospitalaria. Eso suman un total de dos millones y 23.000 muertes al año.
¿Cómo es posible que Europa, con su prestigioso sistema sanitario, tenga el doble de infecciones hospitalarias que EEUU? Como explica el microbiólogo Emilio Bouza, la incidencia que encontramos está muy relacionada con la intensidad de la búsqueda que hacemos. El mejor ejemplo de esto es España.
Una de cada tres infecciones no llegan a ser diagnosticas
En España existe un informe (el Estudio Epine) que desde hace más de 20 años analiza casi 300 hospitales y más de 55.000 pacientes. En 2015, el Epine situaba el porcentaje en 5,6. El mismo que el año pasado y un 3% menos que cuando empezó a medirse en 1990.
Pero es un estudio que se realiza analizando los datos que reúnen los propios hospitales. Cuando se realizó el primer estudio nacional sobre infradiagnóstico se descubrió que solo una de cada tres infecciones terminaba por ser diagnosticada. Es decir, un 15% de los pacientes hospitalizados en España pueden acabar contrayendo una enfermedad nosocomial.
El diablo está en los detalles
Los hospitales parecen sitios seguros, limpios, confiables. Es verdad que muchas veces pueden ser terroríficos, pero en cierta forma son el mejor lugar donde pasar miedo, el que más tranquilidad nos da. Y todo eso es verdad, pero son algo más: con esa cara de no haber roto un plato, es en los hospitales donde habitan los monstruos. Unos monstruos que cuestan a Europa más de 7000 millones de euros al año para combatir este tipo de infecciones.
Y es que controlar este tipo de enfermedades es un reto de primer orden. Cada cosa cuenta y a veces nos olvidamos de ello: el año pasado, un análisis microbiótico y químico realizado en una de las lavanderías sanitarias de Madrid puso en evidencia que las batas de los hospitales tenían hasta 80 colonias de bacterias aerobias mesofilas cuando el máximo permitido son tres. Las toallas de manos tenían hasta 15 tipos de bacterias, 12 las sábanas blancas y 10 los camisones de los enfermos. Casi nada.
No obstante, en la actualidad, la única medida de control es lavarse las manos y no llevar nada por debajo de los codos. Los trabajadores sanitarios que llevan relojes de pulsera o anillos tienen más bacterias que los que no usan nada y, por lo mismo, tienen mayor probabilidad de ir diseminándolas por ahí (Fagernes y Lingaas, 2011). El problema es que estas indicaciones solo las siguen el 40% de los profesionales sanitarios. Con suerte.
¿Qué debemos hacer? Tras la declaración de la ONU, podemos hacer lo que estamos haciendo: orientar nuestros esfuerzos a luchar contra los microorganismos que, ocultos en los hospitales y laboratorios, conspiran para acabar con la medicina. Y ojalá tengamos suerte.