Cuando un director de cine sueco alimenta toda su cultura con cine de acción de serie B de los 80 y episodios grabados de Thundercats y las Tortugas Ninja, el resultado es Kung Fury. Se trata de la película de acción retro más loca en lo que llevamos de milenio, algo que ningún estudio habría aceptado filmar jamás.
¿O no? Sandberg llevó su idea a Kickstarter tras una vida de preparación (nosotros le imaginamos aprendiendo a hacer cine con un montaje de entrenamiento y una canción de Survivor de fondo) fijándose en sus predecesores: productores de fuelle infinito, japoneses que nutrían las consolas de Nintendo copiando todo y fenómenos recientes que buscan el meme antes que la crítica, como Sharknado.
Párate 30 minutos a ver llover
Ver llover hondonadas de guantazos, explosiones y frases-puñetazo, se entiende. David Sandberg ha destilado la esencia del VHS en un mediometraje de 30 minutos con un sólo propósito: ir más allá. Incluso de sí mismo. Porque este mediometraje de arriba (con subtítulos al castellano y todo, porque Internet es el amor) es sólo parte del plan.
Sandberg se ha plantado en Cannes con ese proyecto -financiado gracias a los internautas- para vender una idea todavía más ambiciosa: Kung Fury, La Película Comercial. La idea no es nueva: Kickstarter puede financiarte al 100% un una idea razonable, pero la mayor parte de los grandes proyectos (desde inventos como Occulus Rift a videojuegos de primera línea pasando por películas) lo que piden es dinero suficiente para poner en marcha un prototipo. Y para demostrar a los que tienen dinero serio que hay gente capaz de apoyar esa idea incluso cuando no existe fuera del ámbito platónico.
En ese sentido, el crowdfunding es un combo maravilloso: a Sandberg y su estudio Laser Unicorns le ha valido para convencer al hijo del presidente de Dreamworks para que se haga cargo de la parte comercial de la aventura. De ahí Cannes, el estreno del mediometraje y su llegada libre y gratuita a Internet: todo está pensado para que te imagines ese Youtube de ahí arriba en versión cabestra, en pantalla grande (aunque a lo mejor eso es soñar mucho) y con el triple de todo: más Hitler karateka, más teutonas con uzis y más efectos especiales.
Sandberg le devuelve la mirada a la Cannon
Pero esta forma de comercializar la película nos ha hecho soltar una lagrimita porque bebe de algo de los 80 mucho más importante: el estilo de la Cannon Films de Menahem Golan y Yoram Globus, la productora más inconcebible de los 80. La Cannon era una picadora de carne más que una productora de cine, que cogía todo lo que estuviese de moda -o lo hubiese estado o pudiese molar en aquel momento-, desde Charles Bronson al break dance o los ninjas o Indiana Jones o Chuck. Norris. Y soltaba a un director mal pagado con un presupuesto ínfimo para llevarlo a cabo.
Por una razón: los Go-Go Boys, como se conocía a los dos productores, ya habían vendido la película. En Cannes, en la parte mercantil del asunto donde se presentaban con un póster, un nombre, un título y prometían entregarla en un plazo. Y la mayor parte de las veces no tenían guión o una idea preconcebida. Un cine kamikaze y libre retratado a la perfección en un documental imprescindible: Electric Boogaloo, la Loca Historia de Cannon Films.
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Kung Fury bebe de eso, sí. Y de las películas de Arnie, Stallone y otras masas de músculos que ni siquiera necesitaban saber inglés para "actuar". Pero también de otra parte de la cultura de derribo que los Go-Go Boys sospecharon, pero que no supieron explotar durante su zeitgeist ochentero: cómics, videojuegos, juguetes. Artefactos de consumo que tenían la misma filosofía de bazar chino de la Cannon -y de Roger Corman antes-: copiarlo todo.
Por cada Commando o Terminator, los japoneses respondían con un juego. El protagonista de Metal Gear Solid se mostraba en su primera portada como un plagio de la imagen de Michael Biehn (y luego como el Snake Plissken de Kurt Russell). Si no tenían los derechos de Aliens, ni de Stallone, ni de Arnie, Konami sacaba Contra, que juntaba las tres cosas sin pagar un euro. Los ochenta consistieron en explotarse a sí mismos todo el rato. Es lo que mejor ha entendido Kung Fury.
Kung Fury no quiere ser una película, sino una amalgama, un tratado cultural de todo lo que te reventaba la cabeza en los 80, aunque fuera absurdo y sólo sirviese para vender juguetes. "Hitler karateka" no es un concepto más absurdo que "Tortuga Ninja Mutante", parte del mismo concepto que la mayor parte de la serie B y los videojuegos de los 80: tira cosas contra la pared, y coge lo que se queda. La diferencia es que Sandberg ha puesto pegamento de cariño a cada trocito.
Yo copiaba en EGB
Y el director es más listo de lo que parece: David Hasslehoff protagonizando un vídeo, cintas rojas en el pelo, un sueco que no sabe pelear protagonizando una peli de acción, cuatro duros... Kung Fury sigue el mismo camino que Far Cry 3: Blood Dragon, un exploit que convertía los juegos de tiros modernos en un remix de todo lo que fueron los 80: el neón, los sintetizadores, las frases horrendas, los guiones imposibles. Todo.
Pasado por el tamiz de los efectos visuales actuales y la cultura de memes, pero maquillado para que parezca que viene de una tele de tubo. Es el falseamiento definitivo de la memoria, tanto como recordar ahora tu primer beso.
Todo eso está diseñado para azuzar la nostalgia con la que los treintañeros abrasamos en Internet a los jóvenes. No es que seamos una generación diferente a las precedentes, es que tenemos un altavoz más grande.
Sandberg también ha buscado replicar una senda marcada por productoras como The Asylum (que se dedican a explotar cada fenómeno actual, con la ironía de que están parodiando RoboCop o Transformers: ¡cosas de hace 30 años!) o el fenómeno social Sharknado: ironía, sentido del humor y redes sociales como armas para construir un subproducto que pueda competir con otros subproductos hechos con más dinero.
Porque Sandberg, en el fondo, está haciendo lo mismo que los taquillazos de Michael Bay o Disney con Marvel y Star Wars: alimentarse del pasado, con mucho ruido de por medio, para que lo convirtamos todo en gifs y chistes de Twitter. Lo que sea, con tal de reconocer que no tenemos ideas, sino recuerdos.
Salvo Mad Max.
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