A la selva amazónica se la conoce como el pulmón del planeta y con buena razón: bajo sus árboles hay tanto carbono que estamos en la obligación de protegerla si queremos hacer algo en contra el calentamiento global. Sin embargo, para reducir las emisiones de CO₂ que se producen al destruir una selva tropical no solo tenemos que tener en cuenta la deforestación, sino también los incendios forestales naturales que se producen dentro de la selva.
En un nuevo estudio publicado en la revista Nature Communications, hablamos de cómo los incendios responsables son los responsables de una gran cantidad de las emisiones de carbono procedentes de la Amazonia brasileña. Durante los años de sequía, estos incendios pueden llegar a emitir cerca de mil millones de toneladas de CO₂, algo que supone el doble de la cantidad de emisiones carbono debidas a la deforestación de la Amazonia.
Los seres humanos estamos liberando inmensas cantidades de CO₂ a la atmósfera del planeta. Mientras que en los países desarrollados como EE.UU y Reino Unido la mayoría de las emisiones proceden de actividades industriales, en los países en desarrollo del trópico, como puede ser el caso de Brasil, la mayoría de las emisiones proceden de la tala y quema de los bosques.
Aunque la deforestación ya está considerada como un factor importante de las emisiones de carbono, los incendios forestales son una amenaza menos evidente pero igual de peligrosa. Para entender la gravedad del problema, hemos combinado los datos de satélite sobre el clima actual con los niveles de carbono en la atmósfera y la salud de los ecosistemas forestales. Según nuestra investigación, las emisiones de los incendios forestales en los bosques tropicales están en aumento aunque siguen sin ser tenidas en cuenta en las estimaciones de las emisiones nacionales.
Incendios forestales que no son naturales
Los incendios forestales en la Amazonia no son fenómenos naturales, sino que están causados por la combinación de las sequías y de las actividades humanas. Tanto el cambio climático antropogénico como la deforestación a nivel regional tienen que ver con el aumento de la intensidad y la frecuencia de las sequías en la Amazonia.
Esto crea un efecto dominó: los árboles tienen menos agua durante las sequías, lo que hace que crezcan menos y que puedan eliminar menos CO₂ de la atmósfera a través de la fotosíntesis. Los árboles pierden más hojas o incluso se acaban muriendo, lo que hace que haya en el suelo del bosque más madera y más hojas que pueden arder en los incendios sin una cubierta de ramas y hojas que mantenga la humedad del bosque, algo que normalmente sirve como barrera protectora natural contra los incendios.
Estos cambios se ven agravados por la "tala selectiva" de especies de árboles concretas que abren la capa protectora del bosque y hace que se seque el suelo y que las zonas limítrofes del bosque estén más secas que la parte interior. El resultado: los bosques tropicales que normalmente nunca sufren incendios empiezan a tenerlos.
Los incendios forestales resultantes han alcanzado un nivel preocupante y han quemado millones de hectáreas durante el reciente temporal de El Niño. Sin embargo, lo peor podría estar por llegar, puesto que es probable que se intensifiquen las sequías causadas por las inusuales temperaturas cálidas en el Océano Atlántico o en el Pacífico.
En lo que llevamos de siglo la Amazonia ya ha sufrido tres "sequías del siglo", en 2005, 2010 y 2015-2016. Si confiamos en lo que nos dice la ciencia sobre el clima y si no se toman acciones para predecir y evitar los próximos incendios, podemos contar con que las emisiones de carbono seguirán siendo altas aunque acabemos con la deforestación.
¿Un futuro ardiente?
Brasil es uno de los signatarios del acuerdo de París sobre el cambio climático y como tal se ha comprometido a reducir las emisiones en un 37% menos que los niveles de 2005 para el año 2025. La notable reducción de la tasa de deforestación durante la última década ha sido un buen comienzo, pero las políticas de deforestación no ayudan a reducir los incendios forestales y por eso no acaban de ser del todo eficaces a la hora de reducir las emisiones de carbono de la Amazonia.
Brasil ha hecho avances significativos a la hora de informar sobre las emisiones procedentes de la deforestación, pero lo que necesita hacer urgentemente es incorporar las pérdidas de CO₂ de los incendios forestales a sus estimaciones. Después de todo, se espera que las emisiones procedentes de estos incendios aumenten en el futuro debido a que cada vez las sequías son más extremas, a que aumenta la tala selectiva y a que se sigue utilizando el fuego para controlar los pastos o para eliminar las malas hierbas de las tierras agrícolas.
Teniendo en cuenta que el fuego es una parte esencial para la subsistencia de muchos campesinos, es fundamental implementar políticas que sean sostenibles y socialmente justas. Brasil debería comenzar dando marcha atrás a los recortes presupuestarios para la organización que se encarga de la supervisión de su único programa de prevención de incendios que existe en la actualidad.
También debería evitar la tala selectiva en aquellas regiones de mayor riesgo de sufrir incendios, así como asegurar que la gestión forestal siempre tiene en cuenta la prevención de incendios a largo plazo.
En resumen, estos hallazgos no son solamente críticos para los políticos brasileños a la hora de aumentar los esfuerzos para cuantificar y limitar de forma eficaz las emisiones de carbono de los incendios forestales en los próximos años, sino que también son importantes para otras naciones tropicales para que puedan tener en cuenta el posible impacto de los incendios provocados por las sequías a la hora de reducir las emisiones de carbono.
Estos nuevos hallazgos proporcionan información muy importante para que los gobiernos puedan prepararse a la hora de tomar acciones urgentes para mitigar el potencial aumento de las emisiones por incendios como respuesta a la intensificación de las sequías en los ecosistemas tropicales.
Autores: Luiz Aragão, Universidad de Exeter; Jos Barlow, Universidad de Lancaster; Liana Anderson, Universidad de Oxford.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.
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