A mediados de los noventa la epidemia del virus de la inmunodeficiencia humana había alcanzado un pico histórico: alrededor de tres millones y medio de personas contraían el virus anualmente. La tendencia representaba el punto culminante de una epidemia alarmante, a menudo poco comprendida y muy mediática. Durante los años previos, la información y la desinformación fueron la norma.
El VIH y su enfermedad asociada, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), sirvieron como rápido estigma para algunos grupos sociales. Los toxicómanos, por ejemplo. O los homosexuales. Los medios replicaron los clichés y, en ocasiones, interpretaron la epidemia como una cuestión moral, como un problema de comportamiento poco virtuoso por parte de determinados sujetos. Los heterosexuales sanos estaban a salvo. O, al menos, más a salvo que otras personas.
De aquel marco mental en torno al VIH hay muchas pruebas en los medios de comunicación, pero quizá ninguna tan evidente como la publicada por Cosmopolitan en su primer número de 1988. La revista es hoy una de las más importantes dentro del sector de las tendencias femeninas, y por aquel entonces contaba con un amplio espectro de público joven sobre el que ejercía una gran influencia. Ya fuera en cuestión de moda o de relaciones sexuales.
Así, en un texto titulado "Reevaluando las noticias sobre el SIDA: un médico te explica por qué puede que no estés en peligro", Cosmpolitan tiraba de fuentes y llegaba a una sorprendente conclusión: para una mujer era improbable, cuando no imposible, contraer el VIH teniendo sexo en la postura del misionero con un hombre infectado. El reportaje venía a confirmar algunas leyendas urbanas muy propagada por aquella época y que minimizaban o reducían hasta lo temerario las posibilidades de enfermar por SIDA entre parejas heterosexuales.
Tanto hoy como entonces la ciencia médica sabía que esto era falso: una pareja heterosexual puede contraer el VIH si una de las dos personas está infectada y no toman precauciones. Pero sólo entonces, en un clima de opinión público que trataba al SIDA con ojos morales, podía publicarse un artículo así. La revista causó una sensación inmediata y generó rápidas protestas por diversos grupos activistas homosexuales y asociaciones que luchaban contra el SIDA y el VIH.
¿Pero de dónde salió una idea tan rocambolesca, más allá del clima social de la época? Su autor era Robert E. Gould, un profesor clínico del New York Medical College y jefe de la sección de servicios adolescentes en el hospital Bellevue. De forma un tanto paradójica, Gould había luchado por excluir a la homosexualidad del listado de patologías psiquiátricas en Estados Unidos, y era un reconocido defensor de causas progresistas tanto durante la época de los Civil Rights como entonces.
En Cosmopolitan, sin embargo, Gould afirmaba cosas abiertamente erróneas. "No hay apenas riesgo de contraer el SIDA a través del sexo ordinario" entre un hombre y una mujer, lo que en lengua inglesa se conoce como "sexual intercourse". Gould radicaba su afirmación en sus charlas con reputados virólogos y en supuestos trabajos publicados sobre la materia. Para Gould, si la penetración se hacía de forma suave y lubricada, una penetración que no cause laceración, era virtualmente imposible contraer el virus.
De forma natural, esto apuntaba al colectivo homosexual, cuyo "sexual intercourse" es inexistente y cuyo sexo se practica vía anal, de mayor riesgo según Gould. Así, sus palabras refrendaban una cosmovisión más simple: si tienes sexo con un hombre en la postura del misionero, todo irá bien, no importa que no lleves preservativo, no importa que él sí haya contraído el VIH. Gould llegaba al punto de cuestionar a las mujeres infectadas, acusándolas de mentir en torno a la naturaleza de la práctica sexual que les causó el VIH (anal y no vaginal).
El VIH visto como problema moral, no médico
Lo singular de esta historia es que pese al efecto que estas ideas tendrían en la opinión pública, Gould no las promovía por una cuestión de puristanismo. Al contrario, para el médico era importante desdramatizar el riesgo que sufrían hombres y mujeres heterosexuales en torno al VIH de tal modo que pudieran disfrutar de nuevo del sexo sin estigmas ni miedos. Sus intenciones, por tanto, eran las de un liberador sexual que veía en el principio de los '70, en el derribo del tabú sexual, un ejemplo a continuar.
Los recelos, las precauciones, los temores, los frenos que la epidemia del VIH planteaban recogían al acto sexual, de nuevo, entre las sombras. Gould intentó derribar todo esto a su modo.
Fue un fracaso, claro. La reacción de la comunidad gay y de los colectivos que luchaban sobre el terreno contra el SIDA fue inmediata, provocando airados artículos y la producción de un documental de 30 minutos titulado "Doctors, Liars and Women: AIDS Activists Say NO to Cosmo". La pieza fue grabada por dos miembros de ACTUP, un colectivo neoyorquino dedicado a ayudar a las personas infectadas y a promover políticas de prevención y visibilización efectivas.
Lo cierto es que por aquel entonces la evidencia científica ya mostraba no sólo que el VIH no era un coto privado de los colectivos homosexuales o de los heroinómanos, sino que las mujeres también podían pasárselo a los hombres durante el intercambio de fluidos sexuales. Tales ideas fueron duramente rebatidas en medios de comunicación con piezas como la de Cosmopolitan, desinformando a una gran parte de la población y contribuyendo en negativo a detener la escalada de casos e infecciones.
No fue sólo Cosmopolitan, aunque su caso sí fue el más representativo. Durante los mismos años, The New York Times publicó diversas piezas editoriales y de opinión en las que se adscribía o daba pábulo a visiones "morales" sobre el SIDA minimizando el riesgo entre la población heterosexual y reduciendo sus efectos a la comunidad gay o a los toxicómanos. Todo aquello contrastaba con la evidencia disponible y con el aumento de casos de VIH en mujeres heterosexuales. Sin embargo, el discurso caló parcialmente, y generó un clima de opnión en torno a le enfermedad nocivo.
Hoy, el texto del Cosmopolitan es uno ejemplo citado a menudo en trabajos de investigación a la hora de evaluar los efectos de la opinión pública en el freno de una pandemia. Aquella fue la negación y la lectura moral de una enfermedad elevada al paroxismo. Años después, el pico de infecciones anuales descendería drásticamente y el VIH desaparecería de la primera plana de los periódicos. Hoy aquel clima social y mediático es un mero recuerdo: pero uno que debe servir para lecciones futuras.
Imagen | Steven Depolo/Flickr