Quince años después de la primera emisión de Gran Hermano, Channel 4 quiso replicar el éxito de su primer experimento sociológico televisado, pero llevando las cosas un poco más allá: un mundo sin pobreza, sin recesión, sin ciber-bullying o adultos en patinete prometían los rótulos de este programa cuya premisa era que 23 personas sobreviviesen aisladas y empezando de cero una pequeña civilización justo en las fechas en las que el mundo veía cómo daba comienzo el Brexit y se elegía a Trump como Presidente.
Ninguno de los miembros del equipo de Eden se enteró de estos cambios políticos hasta que regresó de su experiencia comunitaria en los campos de la península de Ardnamurchan, en Escocia, pero ellos también habían estado viviendo su propia constatación sobre el fracaso comunitario. Un sitio donde el infierno fueron tanto las condiciones de la vida desde cero como el propio contacto humano.
La idea del programa fue tan revolucionaria como errónea. Los veteranos técnicos y realizadores de realities que se apuntaron a este rodaje dijeron que no habían visto nada igual, que podrían acabar realizando el mejor proyecto de su vida o una recreación en vivo de El señor de las moscas.
Como ningún show se había atrevido hasta entonces a crear un aislamiento tan marcado y verídico (el plan era que los cámaras viviesen fuera del campamento y el único intercambio de objetos permitido con los internados eran baterías para los auriculares y cartas que mandaban a sus seres queridos sin derecho a recibir respuesta) intentaron reunir a un equipo perfecto. Esto consistió en seleccionar a un pescador, un carpintero, expertos en supervivencia, veterinarios, psicólogos de grupo… Así hasta 23 miembros que en menos de cuatro meses se convirtieron en 19.
Y los productores les hicieron pasar ocho meses más, sin decirles nada, en los que el programa se había dado por cancelado tras cuatro entregas que a nivel de audiencia no había alcanzado las expectativas de un show que había costado 55 millones de libras. No se lo dijeron a ellos, pero tampoco a los espectadores. De la noche a la mañana, en octubre de 2016, las redes sociales del programa dejaron de actualizar sus feeds. Se obvió la fecha de emisión del quinto capítulo. La falta de comunicación entre los de dentro y los de fuera era real.
¿Y qué hicieron durante esos ocho meses que pasaron entre que se emitió el último capítulo en Reino Unido y terminaron de cumplir con su contrato? Básicamente darle la razón a todos los que creen que un retorno a la vida tribal es el último error.
Después de que el conjunto renunciase a aceptar una segregación de las tareas por sexo, cinco hombres empezaron a vivir por su cuenta en una cabaña en la que se pasaban día y noche charlando y cazando ciervos. El veterinario empezó a creen que los demás iban a comerse en cualquier momento a todos sus animales, subió una colina y abandonó el grupo. Los más hambrientos hicieron una complicada maniobra de extorsión a la cadena por la que se ganaron provisiones mensuales de azúcar que emplearon para hacer moonshine y comérselo a puñados de puro hambre.
La gente perdió entre cinco y quince kilos en los primeros cuatro meses de programa. La depresión y la ansiedad eran moneda de cambio, y la violencia fue creciendo en intensidad y en falta de justificaciones. De 23 sólo diez sobrevivieron para contar la aventura completa.
La polémica que rodeaba al cancelación del programa forzó a que Channel 4 emitiera un comunicado justo antes de que los supervivientes volviesen a la sociedad general: "Eden era un experimento real y cuando empezamos a grabar no sabíamos cómo sería el resultado y cómo reaccionarían los participantes al estar aislados durante meses en una parte remota de las Islas Británicas. Esa es la razón por la que lo hicimos, y la historia de ese tiempo, con sus altibajos, se mostrará más adelante este año".
De ahí que la cadena aprovechase las miles de horas para finiquitar la versión extrema de Supervivientes que ahora ningún país se atreverá hacer. Una serie de miniepisodios se emitieron completando lo vivido durante el invierno, primavera y verano de 2016. Cuando los participantes vieron cómo la cadena había condensado su año de vida, cómo habían decidido orientar la narrativa y de qué partes habían prescindido, sintieron cómo los peores momentos de esas experiencias volvían a aflorar justo cuando empezaban a superarlo y afrontar el futuro.
Los participantes coincidían, Eden había resultado ser un absoluto desastre, la garantía de que nada nos ha preparado para empezar desde cero. A la Gran Bretaña sumida en el divorcio con Europa le llegaba, paradójicamente un profético mensaje del pasado que no escuchó hasta que ya era demasiado tarde: no es posible ya volver a un idílico modelo organizativo que tenemos internamente romantizado pero que en verdad no se ha vivido por ninguna de las personas que confortamos hoy en día la sociedad. Por malo que parezca, hay que asumir las estructuras actuales. Sólo con ellas podremos prevenir el caos.
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