Buenas noticias: hay más tigres que antes. El último censo global, desvelado hoy por The World Wildlife Fund (WWF) y Global Tiger Forum muestra que el número de felinos repartidos por todo el planeta pasó de 3.200 en 2010 a alrededor de 3.800 cinco años más tarde. Se trata de un hecho excepcional: el tigre ha sido uno de los animales más perseguidos por el ser humano durante el último siglo, pero uno de los pocos cuya población, en última instancia, se está recuperando. Desde WWF creen que esto puede deberse a nuestra mejorada capacidad para localizarlos, pero en cualquier caso es positivo.
Por arrojar algo de contexto histórico: en 1900, la población mundial de tigres superaba los 100.000 ejemplares. Su retroceso ha sido dramático, tanto por el crecimiento de la actividad humana en las áreas que antaño ocupó como por su alto valor peletero. Es una especie aún en peligro de extinción y protegida en muchos países. Como señalan en WWF: "La tendencia es positiva y demuestra que podemos salvar a especies y a sus hábitats cuando los gobiernos, las comunidades locales y los conservacionistas trabajan juntos".
En todo caso, las cifras, por buenas, no ocultan que el trabajo de conservación y protección del tigre es muy desigual. En la India sí se está trabajando de forma muy activa (la mayor parte de la población global se da en el país), pero en Indonesia la especie local continúa en retroceso, por no mencionar la extinción reciente del gigante felino en países del entorno como Camboya. En esta última nación el gobierno ya ha declarado que tiene la intención de reintroducirlo. El último tigre en libretad camboyano fue avistado en 2007.
Para el caso del tigre, existe una parcial concienciación global para salvarlo. Este mismo mes se reúnen en Delhi trece países distintos donde aún perviven poblaciones del felino, en aras de mejorar y profundizar políticas para frenar su declive. Su objetivo será actualizar el plan establecido en 2010, que aspira a duplicar la población de tigres antes de 2022. Es un objetivo muy ambicioso, en el que se han embarcado de forma conjunta a Bangladesh, Bután, China, Camboya, India, Indonesia, Laos, Malasia, Nepal, Rusia, Tailandia y Vietnam. Hay motivos para ser optimistas: pese al crecimiento económico de todos ellos, aún les sobran bosques para que los tigres se reproduzcan y vivan.
De Chernóbil a Nepal: historias de éxito
El tigre se une, de este modo, a la escueta pero reseñable lista de animales salvajes que el ser humano, por acción o por omisión, ha logrado recuperar. Lo vimos hace unos meses a colación de Chernóbil: la ausencia de seres humanos en la zona de la catástrofe ha permitido que muchas especies, algunas de ellas en peligro antes de la aciaga noche de 1984 que voló por los aires el reactor 4 de la central nuclear, florezcan. Es un ejemplo de cómo la presencia del ser humano es altamente perjudicial para el crecimiento o el mantenimiento de las especies, pero también de que pueden recuperarse.
En otros lugares, como en Nepal, no ha sido necesaria una catástrofe natural para que algunas especies animales en peligro se multipliquen. Allí, las políticas de conservación promovidas por el gobierno han sido muy buenas, permitiendo que tanto la población de tigres como la de rinocerontes se duplique durante los últimos años (y que la de otros grandes mamíferos, como los elefantes, también crezcan de forma significativa). Su eficiencia ha sido tal que la política ha muerto de éxito: había tantos nuevos animales salvajes que los ataques se multiplicaron, provocando que las autoridades corten su crecimiento.
En Estados Unidos, uno de los ejemplos de éxito más recientes es el del manatí. La especie entró en peligro de extinción a mediados del siglo pasado, cuando la alta actividad de embarcaciones en la costa de Florida provocó un número altísimo de ejemplares muertos, además de una alteración grave de su hábitat. Los programas de protección y de conservación del gobierno estadounidense han permitido que hoy se cuenten más de 6.300 sólo en Florida, frente a los 1.200 de 1991. Ahora dejará de engrosar la lista de en peligro de extinción.
Precisamente Estados Unidos tiene cierta historia de recuperación de especies severamente mermadas, y una de las más célebres afecta a su ave nacional, el águila calva, de icónica estampa atacando a Donald Trump en una de sus recientes entrevistas. El majestuoso animal se contaba por centenares de miles a principios del siglo XX en toda América del Norte (medio millón de ejemplares, según algunos cálculos), pero pereció de forma dramática durante las décadas subsiguientes, quedando reducido a menos de mil ejemplares a mediados de la centuria. ¿Qué había pasado para semejante declive?
Además de la caza, que fue prohibida por el gobierno estadounidense en pleno declive del número de águilas calvas, la utilización del dicloro difenil tricloroetano (DDT) como pesticida en todo el orbe occidental. El compuesto químico no era mortal para los adultos, pero sí impedía su reproducción por la vía de la esterilización. La posterior prohibición de la utilización del agente químico en todo el país, unido a otras políticas paralelas para proteger y fomentar el crecimiento de la especie, han permitido recuperar de forma ostensible a la población de águilas calvas. Hace años que está fuera de peligro.
En España, además de los esfuerzos por reintroducir al oso (con moderado éxito en el Pirineo catalán), el quebrantahuesos es un buen ejemplo de políticas exitosas de conservación. Se ha logrado reintroducir en los Picos de Europa, donde había desaparecido, y se ha logrado que su declive se haya frenado en los Pirineos, donde se encuentra la totalidad de la población reproductora. Es una de las aves más emblemáticas del país, pese a encontrarse en otros puntos de Europa (y una de nuestras propuestas para animal nacional). En cualquier caso, queda muchísimo trabajo por delante: otros esfuerzos como el del lince no están siendo tan exitosos, con el subsiguiente riesgo de desaparición.
Imagen | Tambako The Jaguar
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