El verdadero problema de las elecciones de Estados Unidos es que Obama no se puede volver a presentar

¿Qué porcentaje de su posible victoria debería descontar Hillary Clinton a los Obama? La pregunta ha sobrevolado los medios desde que el matrimonio, saliente de la Casa Blanca, entrara en campaña. De forma intensa. Los discursos de Michelle y de Barack han sido algunos de los elementos más destacados de los anuncios de Clinton en todo el país. Defienden su legado, pero también a Clinton.

La situación es inédita en la historia reciente de las campañas presidenciales. Pocos presidentes se han inmerso en una campaña electoral en favor de un candidato como Barack Obama. Se lo puede permitir: en el día de las elecciones que pondrán fin a su mandato como presidente, Obama deja el despacho oval con una tasa de aprobación del 56%. Es muy superior a la que tanto Clinton como Trump, dos candidatos muy desprestigiados en todo el electorado, ofrecen. Es un presidente querido. ¿Tan querido como para repetir?

Quizá sea el auténtico problema para parte del electorado estadounidense: Obama no puede repetir, no puede presentarse a un tercer mandato tras la reforma constitucional que, hija de cuatro victorias consecutivas de Franklin D. Roosevelt, limitó el tiempo hábil de un presidente a ocho años.

Los discursos que pueden ganar otra presidencia

¿Qué pasaría si, en un hipotético universo paralelo, Obama se presentara a sus terceras elecciones? Quizá ganara. Ayer, en un mitin en New Hampshire de cierre de campaña, volvió a demostrar por qué podría ser un candidato superior a Clinton, su sucesora en el partido demócrata. Veinte minutos de apasionada defensa de su legado y de ataques ingeniosos a Donald Trump, y su cierre clásico de campaña: la célebre historia del "fire up, ready to go" que culminó su histórico último discurso en Virginia, en la campaña de 2008.

Obama ha contado esa historia millones de veces, siempre al cierre de sus campañas, y siempre le ha funcionado.

Este año, tanto él como su esposa podrían volver a ganar unas elecciones para una candidata muy poco popular, pero no para ellos. Al discurso de ayer, Obama suma este impresionante spot en el que introduce la idea clave de su papel en campaña: "Mi progreso está en la papeleta, aunque yo no. Go vote!":

También de forma reciente, Obama ha eclipsado a Clinton cuando trató con respeto y con educación a un seguidor de Trump que irrumpió en uno de sus mítines. Al grito de: "Don't boo, vote!":

Casi todas sus actuaciones, dada su natural retórica y carisma, se han saldado con vídeos virales, miles de noticias compartidas y un claro impulso de imagen a una campaña, la de Clinton, necesitada de ello.

La estelar irrupción de Michelle Obama

En ocasiones anteriores, ha sido Michelle Obama la que ha acaparado la atención de los medios. Su discurso en la convención demócrata eclipsó tanto la de su marido como la de Hillary Clinton, una oradora discreta y una candidata poco empática. En aquella intervención, recordó que se levantaba cada mañana en una casa construida por esclavos negros y que décadas de progreso les habían traído hasta ese punto, revertiendo el "Make America great again" de Trump en un "los Estados Unidos ya son grandes".

Poco después, a cuenta del escándalo de Trump y sus abusos sexuales, Michelle Obama volvió a ofrecer un discurso emblemático en el que se mostraba incrédula, como muchas otras ciudadanas, de que un hombre que hablaba en esos términos sobre las mujeres pudiera acceder a la Casa Blanca.

Desde que comenzara el cara a cara entre Trump y Clinton, es recurrente encontrar artículos en prensa que "echan de menos a Barack Obama". O este de David Brooks en The New York Times, de febrero, titulado literalmente "I Miss Barack Obama". En él se resaltan algunas de las virtudes que han hecho de Obama un presidente popular: sobrio, decente y digno. Al margen de sus inclinaciones políticas, Obama y Michelle gozan de un momento dulce y cuentan con la aprobación del votante estadounidense.

En estas elecciones no hay ningún Barack Obama. El verdadero problema es, quizá, ese: muchos votantes decidirán su voto a la contra, y no a favor. Ningún candidato levanta pasiones. Lo hace, irónicamente, quien no puede serlo.

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Imagen | Pablo Martinez Monsivais/AP Photo

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