En minuto y medio de pura ignominia, un vídeo grabado por una aficionada y difundido por Diario de Mallorca muestra todas las vergüenzas del fútbol base: empujones, agresividad, puñetazos y una batalla campal final entre sollozos de menores, personas heridas desperdigadas sobre el terreno de juego y la policía tomando el campo.
El vídeo ha sido compartido este fin de semana en las cuatro esquinas de las redes sociales por su carácter visceral. Se trataba al fin y al cabo de un partido entre infantiles, chavales de no más de 13 años. Los orígenes de la pelea, en la que se ven involucrados padres, futbolistas y toda una serie de aficionados, se encuentran, al parecer, en una dura entrada realizada por un jugador a otro. Pero su subtexto es más profundo y entronca con un problema soterrado del fútbol español: la violencia desde la base.
El lugar de los hechos es Alaró, un municipio de Mallorca, y en él se enfrentaba el equipo local y el visitante, el Collerense. De categoría infantil, la tensión saltó por los aires tras, según se explica en Diario de Mallorca, la entrada de uno de los chavales a otro. Los dos equipos se enfrentaron, los padres optaron por saltar al terreno de juego y la trifulca escaló varios niveles hasta llegar a la vergonzosa batalla campal del vídeo.
En él, se observa el cuadro de los horrores habituales que cualquier jugador o padre que haya paseado por los terrenos de juego del fútbol base habrá contemplado alguna vez. Padres empujándose entre ellos, aficionados a la carrera, patadas voladoras, puñetazos a traición, grupos enzarzados en su espiral violenta, una mujer golpeada y tendida sobre el césped y hasta jugadores agarrando por el cuello a adultos.
Las imágenes impactan por lo general de la pelea: prácticamente ningún adulto varón es inmune a los golpes y a los puñetazos. Algunos golpean desde arriba a personas arrinconadas y agarradas por otras, otros sujetan por el cuello, otros se llevan un puñetazo cuando intentan separar y lo devuelven, y otros, mientras son separados, se siguen encarando de forma violenta con sus rivales, en un amasijo de golpes que espanta al resto.
La mujer que graba el vídeo, de hecho, alerta al inicio del problema y grita "qué vergüenza" durante el minuto subsiguiente. Un niño pequeño, no jugador, se ve envuelto en medio de la pelea y tiene que ser sacado por otra mujer a estirones, mientras grita "mamá" entre desesperados sollozos. Una señora mayor rompe a llorar mientras, al final, varias personas acuden a atender a lo que parece una mujer caída en el césped. Algunos jugadores levantan la mano en señal de desaprobación desde lo lejos. El campo es un solar.
Fútbol y violencia: un binomio más allá de los ultras
Lo único novedoso del acontecimiento es el vídeo y su carácter viral. Pero peleas así son la norma común también en categorías inferiores.
El fin de semana anterior otros dos colegiados baleares habían sufrido agresiones o bien por aficionados o bien por integrantes de alguno de los dos equipos. La búsqueda en Google de "agresión árbitro balear" devuelve cuatro resultados distintos durante los últimos tres meses sólo en los primeros cuatro resultados. Hace algunas semanas, un árbitro cayó inconsciente en Zaragoza cuando un jugador se abalanzó sobre él y le atestó un puñetazo en la cara, a los pocos minutos de haberse iniciado el partido.
¿El motivo? Varias decisiones arbitrales en contra de su equipo.
Aquel caso también fue grabado en vídeo y también recorrió los medios y las redes en forma de espanto para muchos testigos ocasionales. Sin embargo, no es difícil encontrar casos de agresiones o batallas campales en cualquier partido de las categorías más bajas de regional o incluso desde el fútbol base, donde muchos padres viven con auténtica pasión desmedida el desarrollo de la carrera de sus hijos.
El clima de extrema competitividad y el fermento moral del fútbol, un deporte donde en categorías inferiores es habitual escuchar máximas como "este es un deporte para pillos", donde está legitimado socialmente cargar con violencia verbal contra los desamparados árbitros, o donde la simulación y la agresividad cuentan con respaldo de jugadores, entrenadores, directivos y aficionados, a menudo resulta en escenas como la mallorquina. Es la otra cara de la moneda: la que sólo llega a los medios de comunicación como anécdota viral.
Sin embargo, es el sustrato que alimenta de forma remota y extrema la visceralidad entre aficiones o el clima de perpetuo enfrentamiento y hostilidad que reina en muchos medios dedicados al espectáculo deportivo. En el fútbol, la violencia no se reduce a grupos ultras que escenifican batallas campales con muertos incluidos, sino que vertebra de forma más o menos latente desde la base, y que estalla de forma puntual en partidos entre infantiles donde los padres pierden el control de la situación.
El vídeo de Mallorca es un retrato de la amarga realidad del fútbol base. Amarga y violenta.
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