LEGO, el fabricante danés con cuyas piezas han jugado cientos de millones de niños desde hace varias generaciones, ha decidido que es el momento de hacer sus productos más sostenibles. A partir de este año va a comercializar las primeras piezas hechas de plástico de origen orgánico, ni más ni menos que las figuras de árboles y otros objetos de apariencia botánica de su colección y que, según sus estimaciones, suponen entre el 1 y el 2% de su variedad de productos.
Las nuevas piezas vegetales estarán hechas de polietileno, un plástico basado en la caña de azúcar que, sin ser completamente biodegradable, sí tiene una durabilidad similar a las piezas actuales y una capacidad de reciclaje mucho más alta.
La medida forma parte de un plan más amplio por el que LEGO cambiará toda su producción. Sus clásicos bricks indestructibles están hechos desde 1963 de con un material llamado acrilonitrilo butadieno estireno o ABS, un plástico muy resistente que se elabora con combustibles fósiles. Es un material con un impacto medioambiental excesivamente alto para el tipo de producto que tienen que hacer.
Según los análisis de la compañía, cerca del 75% de la huella de carbono de LEGO proviene de la extracción y el refinamiento de este plástico. Como explicó el jefe de comunicaciones de Lego Group hace un par de años, “si observamos la huella de CO2 como una compañía, la mayor parte de nuestro impacto proviene de actividades offscreen, de eso que sucede antes de que recibamos cualquier material crudo en nuestra fábrica”.
Por todo esto y de cara a 2030 su idea es reemplazar todos los materiales actuales utilizando alternativas más ecológicas.
Pensar en la sostenibilidad de las piezas de LEGO y su impacto en nuestro ecosistema nos recuerda una anécdota de la compañía de hace un par de décadas. En 1997 un carguero con materiales de la compañía que surcaba las costas inglesas se hundió. Por el accidente, 62 containers que contenían más de 4 millones de piezas de LEGO (hechas todavía con plásticos dañinos) acabaron en el fondo del mar. De ahí que las playas de Perranporth, en la costa de Cornualles, arrimen cada tanto cientos de miles de dragones, espadas, flores, escobas, pulpos o submarinistas en miniatura.
Aunque los niños de la región entendemos que estarán encantados, varios expertos han intentado localizar el tesoro del barco en las profundidades sin éxito. La mayor parte de aquel lote habrá entrado así a engrosar las filas de todas esas miles de toneladas contaminantes que hemos arrojado al mar.
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