A principios del siglo XIX el ser humano llevaba siglos experimentando con diversos procedimientos fotográficos primitivos. El más conocido es la cámara oscura: una herramienta antiquísima que fue clave para desarrollar la técnica pictórica occidental y el dominio de la perspectiva. Aquellas técnicas permitían reflejar una imagen externa en una superficie cualquiera. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XVIII cuando tal reflejo pudo plasmarse de forma permanente.
El hito corresponde a un aventurero francés llamado Joseph Nicéphore Niépce, cuyo heliógrafo de 1826 es reconocido universalmente como la primera fotografía de la historia. Niépce utilizó una plancha de peltre químicamente tratada con betún a la que expuso durante ocho horas: posteriormente, la bañó en disolvente de lavanda y aceite de petróleo blanco, lo que resultaba en una suerte de revelado primitivo que, de forma singular, inmortalizaba lo que la cámara había reflejado.
Al igual que Niépce, muchos otros experimentadores de la época andaban trasteando con herramientas que permitieran robar la luz y detenerla en una superficie dada. Uno de ellos era Louis Daguerre, cuyos intereses afines le llevaron a conocer a Niépce. Ambos intercambiaron conocimientos durante algunos años poco antes de que el primer fotógrafo de la historia falleciera en 1833. Fue entonces cuando Daguerre, célebremente, continuaría con sus investigaciones, culminadas en 1839 con la creación y divulgación del daguerrotipo.
La invención de Daguerre constituiría un hito revolucionario, en tanto que daría pie a la fotografía como ciencia, arte y técnica contemporánea. Durante más de tres décadas se convirtió en el instrumento estándar por el que la nobleza y la burguesía de la época, siempre interesada en captar su imagen e inmortalizarla para el resto de los tiempos, decidiría retratarse. La mayor parte de los daguerrotipos son primeros planos, seres humanos que miran fijamente (y seriamente) a cámara.
¿Pero cuál de ellos fue el primero? Lo cierto es que ninguno. Sabemos que Niépce había fotografiado escenas una década antes de que a Daguerre le llegara el éxito y la fama, pero también sabemos que en ninguna de ellas aparecía un ser humano. La primera imagen revelada de la historia, al fin y al cabo, es una tenue plancha de metal sobre la que se reflejan de forma borrosa las vistas de su estudio. Nadie posó durante ocho horas para Niépce.
El honor correspondería en esta ocasión a su discípulo putativo, Daguerre. Un año antes de anunciar su creación y obtener una fama internacional, el inventor francés estaba realizando las pertinentes pruebas previas a la presentación del modelo. De aquella pequeña y olvidada colección podemos rescatar dos ejemplos singulares por su temática y composición: una fotografía del estudio del propio Daguerre, al modo de bodegón barroco, y una inusual estampa del París de 1838.
Un paseo y un accidente
Por ahí es por donde podemos encontrar al que, posiblemente, sea el primer ser humano jamás fotografiado. Durante sus probatinas, Daguerre decidió enfocar el objetivo de su cámara hacia el Boulevard du Temple de París, visible desde la ventana de su estudio. Dado lo primitivo del invento, el francés debió exponer largamente la placa de cobre silverado sobre la que posteriormente revelaría la imagen reflejada. Diez minutos de ajetreo parisino, de ir y venir de carruajes y paseantes.
Al revelarla, la imagen devolvió una mirada estática del ajetreado París decimonónico. Los edificios y los elementos inmuebles de la decoración callejera se mostraron con gran definición, pero las personas que por allí circulaban no: cualquier exposición de diez minutos anula la presencia estática de quienes atraviesan la escena, y su figura queda reducida a un mero halo espectral. De modo que la fotografía ilustra un París ilusoriamente desierto. Excepto por una singular persona.
En la esquina inferior izquierda es posible identificar una silueta claramente humana: un hombre, a juzgar por los ropajes, con un pie apoyado sobre lo que aparenta ser una fuente. La anónima figura se convirtió por accidente en el primer ser humano en aparecer en una fotografía, aunque un análisis detallado y en alta definición del daguerrotipo original permite entrever a otros protagonistas humanos circulando por la imagen. ¿Pero por qué apareció él y se esfumaron todos los demás?
La respuesta típica señala a la fuente: no lo es tal, sino un puesto de abrillantado de calzado. Es posible que el hombre capturado por Daguerre se parara en la esquina del bulevar para que un faenoso chaval, interpretable desde el daguerrotipo original, le limpiara los zapatos. La circunstancia explicaría que hubiera permanecido más o menos quieto, sin apenas moverse, durante los diez minutos en los que se expuso la fotografía. Tal casualidad le permitió aparecer definido en la foto.
La identidad del hombre (o mujer, en caso de que lo fuera) sigue siendo un misterio, y el carácter espontáneo y casual de la imagen captada por el daguerrotipo hace imposible que la lleguemos a conocer.
Sin embargo, la obra de Daguerre ilustra otros aspectos interesantes de la vida parisina de 1839. Por ejemplo, la ordenación urbanística de la ciudad antes de que los planes de ensanchamiento y racionalización promovidos por Napoleón III décadas después cambiaran el aspecto de la urbe para siempre. El París del primer ser humano fotografiado es uno muy distinto, más medieval, más caótico en su planta y orden urbano, a la ciudad de las luces universalmente adorada.
La escena también es inusual: dados los altos tiempos de exposición, el daguerrotipo se utilizó primordialmente para componer cuadros estáticos, fundamentalmente retratos. No era común toparse con imágenes de grandes aglomeraciones urbanas y su ajetreado día a día: el tiempo que se requería para tomar la imagen lo impedía. De ahí su particular valor, al igual que el de otras escenas tempranas de multitudes o de paisajes frugales y en movimiento de la vida cotidiana.
La figura del ser humano en cuestión plantea otra pregunta: ¿es él el más antiguo jamás representado? Fue el primero, lo sabemos, pero quizá no el más vetusto. Puede que tal honor corresponda a Conrad Heyer, un oficial de la guerra de independencia estadounidense nacido en 1749 que fue inmortalizado por un daguerrotipo en 1852. Es posible que ningún otro hombre o mujer fotografiado a lo lago de la historia naciera en una fecha tan temprana, un tipo cuya magnética mirada se retrotraía a una época en la que la revolución industrial aún no se había dado.
Lo más importante, sin embargo, es que Daguerre estaba creando las primeras piezas artísticas jamás imaginadas en la fotografía. De forma autónoma, un aparato mecánico era capaz de captar el "aura" artística sin que mediara dibujo, pintura o grabado manual. Y en aquel proceso, fortuitas casualidades como la desaparición del ajetreo parisino resultaban en fotografías singularísimas. Y en hitos extraños: como el solitario hombre al que una cámara fotográfica miró por primera vez.