Las mascarillas han llegado a nuestras vidas para quizá no salir jamás. Todos los gobiernos recomiendan su uso una vez salgamos del confinamiento. Pese a que su efectividad ha sido discutida, se trata de un instrumento de bajo coste que puede reducir potencialmente un riesgo enorme. De ahí su repentina ubicuidad, una a la que Occidente no estaba acostumbrado.
A corto plazo, la fiebre puede llegar incluso a las vacas. Aunque por motivos muy diferentes.
El metano. Una leyenda urbana ha sido repetida durante años: "Los pedos de las vacas son uno de los mayores responsables del calentamiento global". La frase, como tal, es falsa. Aunque esconde parte de verdad. Por un lado, el sector ganadero es el responsable del 14% de los gases que contribuyen al efecto invernadero. En ese proceso, los aires de las vacas representan un 39% del total. Un porcentaje significativo.
Ahora bien. Dos grandes peros: no emiten dióxido de carbono sino metano; y no se trata de flatulencias sino de eructos. El 95% de sus gases, fruto inevitable de sus complejos sistemas digestivos, proviene de su boca y nariz. Es aquí donde entran las mascarillas: ¿y si hubiera una forma de filtrar ese metano, de limitar su impacto?
La respuesta. La ofrece Zelp, una empresa fundada en 2017 y dedicada a la fabricación de mascarillas para ganado. Como cuenta este reportaje de Bloomberg, su producto, en pruebas, aún no cuenta con el beneplácito de la investigación científica. En esencia, sus mascarillas absorben el metano y lo sintetizan en CO2 (un gas menos potente amplificando el efecto invernadero) mediante pequeñas baterías solares.
¿Funciona? La ciencia aún no se ha pronunciado. En cualquier caso, algunos conglomerados del sector, como ABP, ya han aceptado probarlas. Idealmente, las mascarillas costarían unos 40€ la unidad y podrían incorporar un acelerómetro y un sensor GPS para monitorizar al animal y controlar su nivel de estrés. Las mascarillas, en versión beta, aún no son del todo cómodas.
Incentivos. ¿Qué llevaría a un ganadero a invertir en algo así? Algunos estados se han propuesto reducir sus emisiones, entre ellas las de metano. Futuras regulaciones podrían dirigirse al sector agropecuario (hay más de 1.000 millones de vacas en todo el mundo) y podrían penalizar a las empresas menos sostenibles (por ejemplo, mediante impuestos a la carne).
La industria alimentaria, cabe remarcarlo, no es la del automóvil ni la del azúcar. La Unión Europea ha intentado regular específicamente las emisiones de metano de las granjas, pero se ha topado con una gran oposición política. Países como Dinamarca o Suecia han tanteado gravar el consumo de carne sin éxito, ante fuertes resistencias.
Cifras. A grandes rasgos, el impacto de la agricultura, pesca y otros usos de la Tierra en el efecto invernadero podría ascender al 25% del total. En este proceso la carne tiene un papel fundamental. Las explotaciones ganaderas representan el 27% del uso global de la tierra, y el consumo de carne, no el de lejanía, es el principal factor que explica la huella alimental de cualquier dieta.
*Imagen: Kirsty Megan/Flickr
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