El reciente caso de difteria en un niño de Olot (Girona) volvió a poner de manifiesto algo evidente: hay miles de personas en España cuya visión del mundo difiere notablemente de la ofrecida por los estándares convencionales de la ciencia. Algunas de estas creencias son ingenuas e inofensivas. Otras, como la decisión de no vacunar a un menor, no. La cuestión es, dentro de la esfera pública, ¿cómo afrontar un debate cuyas posturas parecen condenadas a no entenderse?
Una de las respuestas que tradicionalmente se ha ofrecido a las creencias de dudoso rigor científico es el escepticismo, bajo cuyo paraguas han tenido cabida históricamente diversos pensadores, divulgadores, científicos o periodistas con ánimo de combatir las numerosas pseudociencias y supercherías presentes en la sociedad occidental. De un modo más o menos agresivo, el movimiento escéptico ha sido la respuesta natural a la difusión de teorías de escasa base empírica.
La proliferación de las redes sociales durante los últimos años ha permitido dos cosas. Por un lado, que cualquier persona lea o sepa de una teoría de la conspiración a golpe de clic. Por otro, que el activismo y la presencia en el debate público de divulgadores y escépticos sea mayor. De modo que, a raíz de casos como el contagio de una enfermedad erradicada a consecuencia de la no vacunación, es natural que el debate se encone y que, en consecuencia, surjan preguntas sobre su naturaleza.
Modular el tono del creyente al charlatán
¿Cuál es la postura idónea a la hora de combatir las creencias pseudocientíficas o las teorías de la conspiración? ¿Conviene adoptar un tono más beligerante y agresivo, radicado en los fundamentos empíricos de la ciencia, o es preferible buscar vías negociadoras? Hay opiniones para todos los gustos, pero una opción siempre resulta especialmente polémica: la ridiculización. ¿Es buena idea que pongamos en evidencia a los magufos? Más importante: ¿es efectivo?
El debate es bastante complicado. "Depende del contertulio", responde Luis Alfonso Gámez, periodista, conductor de la serie Escépticos y autor del blog Magonia. "Yo diferencio entre el creyente y aquel que vive de ello. En el asunto de las vacunas, por un lado, estarían los padres que no vacunan a sus hijos y, por el otro, los charlatanes, como Andrew Wakefield y los practicantes de la llamada medicina ambiental, que hacen negocio de la antivacunación", añade.
No es lo mismo dialogar con aquellos que creen que con aquellos que difunden activamente creencias pseudocientíficas. "Con los primeros, abogo por la misma táctica que con los creyentes en el espiritismo, la homeopatía y cosas así: intentar explicarles lo que de verdad pasa, no tratándoles como tontos, sino como gente confundida, y tratar de atraerlos hacia la racionalidad. Con los segundos, creo que hay que ser inflexible y, si el debate es público, dejarlos en evidencia", explica.
La idea, razona Gámez, es sencilla: no se trata tanto de "vencer al contrincante" como de poner de manifiesto en el ámbito público que sus creencias son un "sinsentido". O lo que es lo mismo, frenar el impacto que la difusión de su mensaje pueda tener en el gran público. El punto de origen de todo este debate se encuentra en lo complejo de, en general, combatir teorías de conspiración.
Es difícil hacer cambiar de opinión a alguien que está muy convencido de algo. Y que, para más inri, refuerza su postura al sentirse atacado. "Lo que dicen los estudios que se han hecho sobre el tema es que se trata de una misión casi imposible. De hecho, cuando atacas las creencias irracionales, éstas se refuerzan. A todos, incluso a los que nos creemos muy racionales, nos cuesta mucho dejar de estar equivocados", argumenta Antonio Martínez Ron, periodista, autor del blog Fogonazos y colaborador en diversos medios y programas, como Órbita Laika.
Combatir una creencia es muy complicado
¿Por qué sucede esto? En términos genéricos, tendemos a buscar la información que confirma nuestra percepción previa. Como explicó en Xataka en su día Guido Corradi, psicólogo experimental y miembro de Rasgo Latente, se llama sesgo de confirmación, y es una herramienta muy poderosa. Las pseudociencias suelen ser creencias firmemente asentadas, relacionadas a un estilo de vida y con un fuerte poso ideológico. En consecuencia, se defienden con energía.
"En mi opinión, la lucha debe ser la de hacer campaña positiva (en vez de decir que las vacunas no son peligrosas, decir que son seguras)", opina Guido Corradi
A partir de aquí, divergen las interpretaciones sobre cómo enfocar el debate. "En mi opinión, la lucha debe ser la de hacer campaña positiva (en vez de decir que las vacunas no son peligrosas, decir que son seguras)", opina Guido Corradi. Para él, la clave no es acudir al pequeño porcentaje que ya está firmemente convencido, sino a aquellos cuya postura es más dudosa. Y utilizar las mismas armas que los charlatantes. Comunicación: exposición emocional o poner ejemplos reales de vacunas que han salvado vidas. "Aprendemos poco de los datos y mucho de las historias", añade.
Combatirlas directamente puede ser contraproducente. "¿Hay que luchar contra ellos? La respuesta puede sorprender: quizá no", argumenta. Un acercamiento de confrontación a aquel que, por ejemplo, cree que las vacunas son peligrosas, puede provocar que aquellos cuya posición no es firme y oscila entre la creencia y el escepticismo se decante a favor de lo primero. Desde este punto de vista, desarrollar un vínculo de confianza entre la vacunación y el padre dubitativo es más relevante. Más información en este post de Rasgo Latente.
Para Martínez Ron, sin embargo, es importante poner de manifiesto que determinadas creencias, como las antivacunas, son peligrosas: "Cuando te diriges a un público ya convencido (como sucede en redes sociales) determinados mensajes contribuyen a crear un clima de rechazo social a determinadas actitudes que a menudo ha sido muy útil. En el tema de las vacunas, sin culpabilizar a los padres, es necesario hacer ver que se trata de una actitud temeraria y peligrosa para todos".
Ridiculizar, ¿a quién o qué exactamente?
¿Eso implica ridiculizar? Sí, pero no a las personas, explica Martínez Ron, sino a las ideas. "En mi opinión existe un malentendido generalizado sobre el papel del divulgador. ¿En qué momento hemos interiorizado que su papel es convencer a la gente? Ni que fuéramos curas". Para él, el punto ideal es una mezcla de ambas estrategias: tanto un discurso beligerante con las pseudociencias como, al mismo tiempo, posturas que opten por la negociación.
Una postura parecida mantiene Gámez. Antes que tratar de poner en evidencia a los creyentes, la idea es acudir a la fuente de autoridad de la pseudociencia en cuestión y, ahí sí, utilizar tantas armas retóricas como sean necesarias para manifestar lo vacío de sus fundamentos. Al fin y al cabo, está en juego ganarse o no a la opinión pública, a los indecisos. Así lo explica él:
Así, por ejemplo, si estamos hablando de homeopatía y mi oponente defiende la memoria mágica del agua, podría decir que entonces la homeopatía es innecesario porque con beber un vaso de agua del grifo ya estoy tomando un "preparado homeopático" de casi todo. O, por qué no, puedo tomarme delante de las cámaras 40 somníferos homeopáticos: cualquier espectador se dará cuenta de que, si no me pasa, es que no son nada.
La intensidad mayor o menor que pueda adoptar el escéptico o el divulgador también dependerá de la firmeza de las creencias. En este sentido, la pregunta es obligatoria: ¿creemos cada vez más los españoles en pseudociencias, supercherías y teorías de la conspiración? "Lo que dicen las encuestas, como la que hace la FECYT periódicamente, es que la percepción de la ciencia está mejorando. Hay motivos para ser optimistas, pero no debemos bajar la guardia", responde Martínez Ron.
Lo cierto es que, como explica Gámez, siempre ha habido y siempre habrá creencias irracionales. "En la España de los años 70 eran los ovnis y la parapsicología; hoy son las medicinas alternativas, la antivacunación, la quimiofobia y la histeria electromagnética. Posiblemente, siempre haya una parte de la población entregada a alguna creencia irracional, pero no por eso debemos rendirnos".
El papel de los medios en el debate
Naturalmente, en un debate cuyos objetivos son los de convencer y cambiar algunas creencias de parte de la población, tan orientado al gran público, el papel de los medios de comunicación es muy relevante. Ahora bien, no está exento de dudas e incertidumbres. ¿Los medios deberían dar igual espacio e importancia a las pseudociencias y a las teorías con base empírica? ¿Deben tomar una postura neutral y equilibrada o, por el contrario, mostrarse beligerantes y agresivos?
"La clave es que equidistancia no es lo mismo que objetividad. Muchas veces en 'debates' entre ciencia y magias se dota de carácter discutible científicamente... a la magia, y no", señala Corradi. Hay un riesgo, y es el de dar legitimidad a las propuestas insolventes desde cualquier punto de vista racional o científico. "No ha lugar a la equidistancia cuando hablamos de ciencia y pseudociencia", escribió hace cuatro años Luis Alfonso Gámez:
Los periodistas no podemos no mojarnos cuando alguien dice que puede levitar, que las vacunas son peligrosas o que el VIH no es el causante del sida (...) Cada vez que los periodistas no hacemos algo así, cada vez que no ponemos en evidencia la estupidez, cada vez que nos lavamos las manos ante afirmaciones extraordinarias y manifiestamente falsas, cada vez que nos situamos por encima del bien y del mal como árbitros de un equilibrado combate racional entre escépticos y pseudocientíficos, estamos incumpliendo un principio básico de la profesión, el de ofrecer una información veraz, y traicionando la confianza del público.
Martínez Ron coincide con ambos: los medios deben ofrecer información veraz y no caer en la falsa equidistancia. "Como dice el pediatra Carlos González, a ningún medio se le ocurriría entrevistar a una persona que está a favor de consumir alcohol durante el embarazo y a otro que está en contra para ver las dos opciones. Los periodistas tenemos una responsabilidad social y nuestra actitud en estos temas puede hacer mucho daño". Y esto, opina, es aplicable al resto de pseudociencias.
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