¿Deberían los estados occidentales, liberales y democráticos, regular o legalizar el matrimonio polígamo del mismo modo que están regularizando y legalizando el matrimonio homosexual? La pregunta ha surgido en Estados Unidos de forma casi inmediata a la aprobación por parte del Tribunal Supremo de éste último, y el debate ha traspasado la barrera de lo minoritario para insertarse en la agenda pública del país. Y la respuesta a la pregunta no está nada clara.
Porque posiblemente no la haya. Al contrario que en lo relativo a los derechos LGBT, aceptados comúnmente por la mayor parte de la población y con un indudable bagaje moral, la poligamia es una rareza social que plantea preguntas éticas de distinta índole. La respuesta a todas ellas es siempre incierta y poco clara, y hay buenos argumentos tanto para creer que sí, que la poligamia debería estar protegida y amparada por el estado, como para opinar lo contrario. Veamos por qué.
La poligamia: un problema de desigualdad
Pese a que la cuestión de los matrimonios polígamos llevaba cierto tiempo siendo debatida en algunos sectores mediáticos norteamericanos, no fue hasta que la Corte Suprema aprobó a finales de junio el matrimonio homosexual en todo el país cuando surgió como un debate insoslayable. El culpable, posiblemente, sea uno de los jueces que se opuso a la normalización de los derechos LGBT en EEUU, John Roberts, quien estableció un paralelismo entre éstos y los de los polígamos.
Para Roberts, es simple: al admitir en el marco legal nacional la existencia de una forma de matrimonio ajena a la tradición del país (y de las sociedades occidentales), se abre la puerta de forma necesaria a toda forma de matrimonio. Entre ellas, naturalmente, la poligamia. ¿Bajo qué argumentos es posible oponerse, desde un punto de vista legal y moral, a un derecho extendido a las parejas homosexuales que no deben tener los matrimonios polígamos, hoy ilegales?
Bajo muchos y muy diferentes. En The Economist, Stephen Macedo, profesor de Políticas en la Universidad de Princeton y experto en la materia, rastrea las consecuencias sociales y antropológicas derivadas de la poligamia, y sus consecuencias inherentemente negativas para las sociedades modernas. Lo hace a través de extensa bibliografía, incluyendo este cuidado y profundo trabajo judicial cuyas conclusiones son idéndicas: la poligamia causa un daño sustancial a la sociedad.
¿En base a qué? Macedo centra su discurso en la desigualdad: la poligamia es o ha sido históricamente común entre las clases sociales altas. Dado que la abrumadora mayoría de matrimonios polígamos incluyen a un hombre y a varias mujeres (y no a una mujer y a varios hombres, algo muy excepcional y raro), los primeros deben tener cuantiosas sumas de dinero para sostener a su extensa familia. Pero las relaciones en una sociedad son un juego de suma cero.
De modo que cuando un hombre de clase alta se casa con tres mujeres dada su capacidad económica, hay tres hombres más pobres que tienen menos oportunidades de encontrar pareja. No sólo eso, sino que también hay menos posibilidades de que la sociedad evolucione y crezca, dado que el patriarca no estará tan centrado en invertir su dinero en la educación de sus hijos, en su progreso, como en obtener más mujeres como símbolo de ostentación y poder social.
La monogamia, opina Jonathan Rauch en Politico, habría democratizado el matrimonio, ofreciendo un acceso justo a todos los hombres y mujeres a tal institución
La monogamia, opina Jonathan Rauch en Politico, habría democratizado el matrimonio, ofreciendo un acceso justo a todos los hombres y mujeres y eliminando de raíz una construcción social desigual y nociva para los intereses conjuntos de la sociedad. Es más: la monogamia es parte intrínseca de la construcción del estado liberal, como muestra que hoy en día casi todos los países que legalizan la poligamia tienden a ser poco garantes de los derechos humanos, autoritarios y violentos.
Ambos subrayan las mismas ideas: los matrimonios polígamos tienden a suprimir la libertad de acción de la mujer y a provocar celos y disputas internas familiares tanto entre las mujeres como entre los hijos, dado que todos ellos han de luchar por la atención y la preferencia del marido en cuestión. La poligamia excluye a los hombres más pobres de una institución básica dentro de la sociedad, expulsándolos hacia la marginalización y, en última instancia, el crimen o la violencia.
Para Rauch, derechos LGBT y poligamia no son debates iguales ni deben ser tenidos en la misma consideración, dado que responden a realidades diferentes. Macedo también afirma que no hay una significativa porción de la sociedad a favor de esta idea, siquiera de debatirla, y su legalización no respondería a una realidad del día a día de Estados Unidos.
Y sin embargo, es una cuestión de derechos
Bien, es obvio que la poligamia ha tenido un carácter retrógado y desigual a lo largo de la historia de la humanidad, ¿pero, y qué? Si hay un argumento en defensa del matrimonio polígamo con estatus legal dentro de la ordenación jurídica de los países occidentales es el de la reforma: también el matrimonio monógamo fue una institución heteropatriarcal y nociva para las mujeres, pero se ha logrado hacerlo inclusivo, igual y de mutuo acuerdo. ¿Por qué la poligamía no podría cambiar?
Es uno de los principales argumentos de Fredrik deBoer, también en Politico:
Después de todo, los matrimonios tradicionales también fomentan el abuso. Los matrimonios tradicionales son frecuentemente patriarcales. Los matrimonios tradicionales implican con frecuencia feas dinámicas de género y de poder (...) Hemos logrado la igualdad matrimonial al mismo tiempo que hemos luchado por más iguales, más feministas matrimonios heterosexuales, dando por hecho de que es una institución que merece la pena mejorar, preservar. Si vamos a prohibir matrimonios porque algunos son lugares de sexismo y abuso, entonces deberíamos empezar por el antiguo, pasado de moda modelo de un-hombre-y-una-mujer. Si la poligamia tiende a estar relacionada con tradiciones religiosas que parecen alienantes o regresivas, es porque forma parte de la propia ilegalidad que debería marcharse con ello. Legaliza los matrimonios grupales y descubrirás cómo la conexión con el abuso desaparece.
DeBoer opina que el poliamor es una realidad, y que, como tal, al igual que el amor entre dos hombres o dos mujeres, debería tener un reconocimiento legal. El matrimonio polígamo, su institución formal, serviría para ofrecer protección y reconocimiento a aquellas personas que deseen formalizar su unión de tal modo. De otro modo, como sucede en la actualidad, son condenados a la invisibilidad, el ostracismo y la ilegalidad. Un entorno ideal para fomentar actitudes, en efecto, nocivas.
En el fondo, al igual que la defensa de su legalización realizada en este otro artículo de The Economist, se trata de una cuestión de consenso: si tres personas desean embarcarse en un matrimonio polígamo, ¿por qué nadie debería impedírselo? Es cierto que a lo largo de la historia ha sido una institución de implicaciones y consecuencias negativas, pero estamos en pleno siglo XXI y las formas sociales han evolucionado y cambiado. Al final, es otra cuestión de derechos.
El problema es relativamente importante. En Estados Unidos hay un número residual de matrimonios polígamos, aunque dada su condición ilegal (pero no perseguida de facto por la ley ni por la administración pública) es imposible saberlo con exactitud. Los mormones más fundamentalistas (una secta cristiana que en su origen permitía y fomentaba la poligamia, radicada en Utah y parte de Idaho) y los musulmanes inmigrantes son los únicos que la practican.
Hace dos años, en Slate, Jillian Keenan incluso se atrevió a defender la idea del matrimonio polígamo desde un punto de vista feminista. Para ella, defender su ilegalidad por las consecuencias negativas que puede tener en la mujer es una forma de machismo paternalista que soslaya por completo el derecho a decidir de toda mujer. "Como mujeres, podemos tomar nuestras propias decisiones. Si una quiere casarse con un hombre con otras tres mujeres, es su maldita elección".
Keenan introduce además otro matiz importante: si bien se argumenta que la poligamia choca con la percepción tradicional del matrimonio monógamo en las sociedades occidentales, ¿qué queda de ese matrimonio, en realidad? Para millones de niños, las familias monógamas con un padre o una madre no son lo más común: el divorcio, las segundas nupcias o los padres de alquiler son realidades comunes. El matrimonio polígamo no supondría más amenaza a esa institución que las otras.
En el fondo del debate, todos los defensores de la legalidad del matrimonio polígamo subrayan lo mismo: según ellos, no hay apenas diferencia entre aquellos que se oponían (y se oponen) al matrimonio homosexual y aquellos que se oponen a la regulación del matrimonio polígamo desde un punto de vista legal. Posturas que copian argumentos (no tradicional, falta de apoyo social, no adecuado al marco jurídico, etcétera) en distintos campos.
Inmigración y la situación en España
España fue el tercer país del mundo en normalizar el matrimonio homosexual, diez años atrás, pero el debate en torno a los derechos LGBT no vino aparejado de un debate paralelo, como sí está sucediendo en Estados Unidos, en relación a la poligamia. Porque al contrario que allí, el matrimonio polígamo ha sido inexistente y ajeno a las vidas diarias de los españoles desde los tiempos de la Hispania romana. Hasta el siglo XXI, sin embargo, con la llegada de la inmigración.
Como puerta de entrada de miles de africanos al continente europeo, España es uno de los países de Europa con mayor volumen de inmigrantes viviendo dentro de sus fronteras. Muchos de esos inmigrantes provienen de países musulmanes donde la poligamia no sólo es común a nivel social y se ha mantenido como una institución normalizada a lo largo de la historia, sino que también es legal y está regulada por el estado. ¿Hasta qué punto es la poligamia algo normal en nuestro país?
Antes que nada, conviene comprender el rol de la poligamia dentro del islam y sus implicaciones. Para ello, hemos hablado con la Unión de Comunidades Islámicas de España.
Tal y como nos cuentan, los orígenes de la poligamia dentro del islam se remontan a una época donde la escasez de hombres, especialmente dados los numerosos conflictos bélicos, era amplia. Como respuesta, se articuló una institución que permitiera a las mujeres contraer matrimonio (en una sociedad donde era esencial) y no quedar ni marginadas ni desprotegidas. La poligamia surge, pues, como respuesta a una necesidad derivada del mayor número de mujeres respecto a los hombres.
Pese a que hoy otras religiones han eliminado la poligamia, su práctica ha existido en casi todas las sociedades antiguas, aunque es el islam la religión que la ha mantenido con mayor fuerza. Pese a todo, no es lo más común: "La práctica totalidad de la población musulmana mundial tiene una práctica monógama, quedando amparada canónicamente la excepción de la posibilidad de tener coesposas, hasta un máximo de cuatro. Aunque las excepciones más comunes son de biginia, siendo prácticamente inexistentes, o muy escasos y no significativos, los casos de tres o cuatro coesposas".
Tanto desde el punto de vista legal como religioso, todas las coesposas deben ser tratadas "con escrupulosa equidad" por parte del marido, del mismo modo que los hijos
Tanto desde el punto de vista legal como religioso, todas las coesposas deben ser tratadas "con escrupulosa equidad" por parte del marido, del mismo modo que los hijos. A nivel práctico las implicaciones son diferentes, sin embargo. En países como Irán han surgido fuertes polémicas a raíz de la aprobación de leyes que permiten "esposas temporales". La poligamia deriva de forma frecuente en la subordinación de las mujeres al hombre, pese al marco teórico que las protege.
Porque, tal y como explican desde la Unión de Comunidades Islámicas, la mayor parte de los países han legislado para asegurar la protección de los actores implicados en el matrimonio polígamo, preservando la equidad y asegurando la falta de prejuicios, además del "mutuo consentimiento expreso de todas las partes". Sucede así en Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Bangladesh, Pakistán, Indonesia o Somalia. También en países africanos no mayoritariamente musulmanes como Nigeria.
¿Qué hay de España? No en vano, la mayor parte de inmigración musulmana en nuestro país proviene de alguno de estos países, como es el caso de Marruecos. No es muy común, nos cuentan, del mismo modo que no es común en general en las sociedades musulmanas: "Representan una excepción muy minoritaria con un muy pequeño número de matrimonios con dos coesposas". Son, en sus palabras, "una rareza de libre elección que debemos respetar".
Lo cierto es que la legislación española no lo contempla de tal modo. Al igual que sucede en el resto de países occidentales, la poligamia es ilegal y está perseguida y penada por el estado. El Código Penal sólo permite el matrimonio monógamo, y la jurisprudencia del Tribunal Supremo no concede la nacionalidad española a aquellos solicitantes que tengan coesposas, de modo que no obtienen los mismos derechos que aquellos cuyas formas matrimoniales son monógamas.
Dadas las circunstancias, es improbable que el debate sobre la legalización de los matrimonios polígamos en España surja o llegue a buen puerto. Al fin y al cabo, ni es cuestión de interés social ni afecta a la inmensa mayoría de los españoles. Y, además, la cuestión es espinosa, al entremezclarse con el fenómeno de la inmigración, todo ello sin mencionar las cuestiones morales relatadas más arriba. Y sin embargo, merece la pena preguntárselo: ¿debería ser la poligamia un derecho?
Imagen | Keoni Cabral
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