Genio inspiracional y filósofo psicodélico, no hay semana en la que Elon Musk no se descubra ante el mundo con una nueva y aparente alocada idea. De su viabilidad ya no hay dudas, una vez el hombre ha logrado convertir a Tesla en un referente mundial y a sus pequeños pero consistentes avances con SpaceX.
Ayer, Musk compartió con el resto de la humanidad el nuevo avance de The Boring Company, su aburrida, aparentemente gris y novísima ideación. El objetivo explícito de la empresa es desarrollar toda una red de túneles de alta tecnología subterráneos que vuelquen el tráfico diario de las ciudades bajo tierra, de tal modo que la superficie quede liberada de las molestas carreteras y que, por fin, se terminen los atascos.
Musk alumbró tal concepto cuando disfrutaba de uno de los millones de atascos diarios que Los Ángeles, la ciudad más pro-coche y congestionada del planeta, le ofrecía. Harto de pasarse horas y horas eclaustrado en las cuatro paredes de su vehículo, Musk tuiteó que estaba dispuesto a tunelar hasta erradicar las congestiones. Y lo hizo.
Lo que siguió a la boutade fue, en realidad, un proyecto que tenía algo de real. Primero llegó el desarrollo de las tuneladoras, luego pomposas declaraciones en las que afirmaba tener ya el permiso de varias ciudades estadounidenses, más tarde maquetas, el inicio de las excavaciones, y finalmente una rampa elevadora que se traga los coches.
Este punto es clave para The Boring Company: según Musk, no se trata de replicar las autovías ya existentes sobre la superficie, sino que los túneles funcionaran al modo hyperloop, recogiendo a cada individuo en el subsuelo de su casa y llevándolo a su puesto de trabajo. Y dado que Musk parece ir en serio con su proyecto, es hora de tomarnos en serio a The Boring Company y hablar de ella como lo que es: un error histórico.
Soluciones viejas (e inútiles) a problemas viejos
Para entenderlo primero hay que recordar cómo hemos llegado hasta aquí.
Cuando tras la Segunda Guerra Mundial el boom del automóvil y el crecimiento económico generalizado permitió a la clase media acceder a un coche en propiedad, las ciudades se transformaron para adaptarse a la nueva e intensa demanda. Los bulevares retiraron a los tranvías y colocaron largas avenidas con cuatro carriles por dirección. Las calles se ensancharon y aparecieron los aparcamientos. La ciudad mutó.
Y lo hizo para lograr que todo el mundo pudiera circular con su coche por el centro o por la periferia. La idea era simple: más espacio implicaba menos restricciones al tráfico en forma de atascos y congestiones.
A corto plazo, fue un hito; a largo plazo, una condena. Las ciudades hoy se pelean con el automóvil no sólo porque sus emisiones son tóxicas y causan graves problemas a la salud de sus habitantes, sino también porque ocupan un espacio que, liberado, puede servir para muchos otros propósitos. La batalla contra el coche es en gran medida una batalla contra el espacio: implica recuperar las calzadas y pivotar la movilidad urbana hacia trenes o autobuses, mucho más eficientes moviendo a gente.
¿Qué propone Musk en su lugar? Despojada The Boring Company de la carisma de su creador y de sus fascinantes turbinas engulle-tierra, lo que tenemos es una M-30 elevada a su máxima expresión. Es decir, un proyecto faraónico que pretende levantar los cimientos de las grandes ciudades para trasladar el problema de la superficie al subsuelo.
The Boring Company no plantea soluciones audaces a los problemas de congestión y de movilidad generados por el imperio del automóvil. En su lugar, aplica la táctica del avestruz y entierra el problema bajo tierra. Pero la esencia misma del conflicto continuará ahí, dilapidará enormes recursos públicos y continuará perpetuando un modelo que, medio siglo largo después de su apogeo, es ineficiente en términos de movilidad.
Elon Musk no es mejor que Gallardón
¿Por qué? Primero porque un coche es bastante limitado desplazando a muchas personas. A lo sumo caben cinco, y el espacio que ocupa en la calzada es muy amplio y muy poco eficiente en comparación, por ejemplo, con el autobús. Mientras el segundo puede mover a unas ochenta personas utilizando un sólo vehículo, necesitaríamos dieciséis coches para hacer lo propio. Y eso genera congestiones.
"Ok, entonces eso lo podemos solucionar creando más carreteras". Hasta hace no demasiado tiempo, la respuesta natural al problema había consistido en esa idea. Los Ángeles, Madrid, París o Londres se llenaron de muy caros anillos que, a priori, aligeraban la carga de congestión de las grandes ciudades. Al ofrecer más espacio, la lógica dictaba que el tráfico se repartía de forma más eficiente, neutralizando los atascos.
El efecto fue exactamente el contrario. Siguiendo la Ley de Hierro de la Congestión, lo que el urbanismo del siglo XX logró fue inducir la demanda. Es decir, al crear más vías de acceso para el automóvil lograban que otros conductores que tradicionalmente utilizaban otros métodos de transporte cogieran sus coches. Como resultado, los nuevos y relucientes carriles también se congestionaron.
De forma paralela, las ciudades, como la mayor parte de las estadounidenses, marginaron otros modelos alternativos de movilidad como el tren o el autobús, capaces de mover a muchas más personas utilizando infraestructuras más modestas. Así, Los Ángeles o Nueva York, amén de Madrid o Ciudad de México, se encuentran con frecuencia con atascos enormes que frustran y ralentizan el ritmo de vida de sus habitantes.
La propuesta de Musk es vieja. Ya ha sido experimentada y no ha funcionado. Es una idea conservadora, por más que tenga un nombre catchy y se revista de "hyperloop".
Ahora bien, parece ir hacia adelante. Musk afirma que tiene "permiso gubernamental", aunque no especifica de qué gobierno, y ha explicado que ya hay ciudades interesadas. Los Ángeles, el origen del planteamiento de Musk cuando circulaba en un atasco, no se ha pronunciado públicamente. Es normal, por otro lado: The Boring Company necesitaría irremediablemente permiso municipal y, seguramente, mucho dinero.
El planteamiento de Musk, que obvia las posibles congestiones fruto de la natural competencia por un espacio siempre escaso, sí puede tener una vuelta de tuerca interesante: la tecnología tunerladora de The Boring Company (que cava y refuerza el túnel a un tiempo y que lo hace más rápido y más barato que otros modelos) puede servir para hacer más infraestructuras subterráneas... a utilizar por trenes o autobuses.
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