“El mayor escándalo de fraude en las admisiones universitarias que jamás haya sido procesado por el Departamento de Justicia”, anuncia el FBI en una rueda de prensa haciendo públicos los resultados de la Operación Varsity Blues. De momento van 50 procesados entre padres, empresarios y William Singer, un consejero de admisión universitario que sobornaba a entrenadores deportivos y seleccionadores de admisión para que permitiesen entrar a los hijos de los ricos. Todos ellos se enfrentarán a la justicia. Estados Unidos está ahora mismo conmocionado con el tema.
Su propio máster de Cifuentes: la noticia se ha viralizado por dos motivos. Primero, la fibra sensible que toca entre la mayoría de la población saber que el sistema universitario está corrupto y es injusto, beneficiando a los ricos (por cada estudiante que entraba con sobornos, quedaba fuera de selección alguien que tenía legítimamente mejores notas que él). Por el otro porque tres de los padres investigados son rostros famosos de Hollywood: Lori Loughlin (Padres forzosos), Felicity Huffman (Mujeres desesperadas, American Crime) y su marido William H. Macy (Fargo, Shameless).
Además de un fraude, un fraude cutre: se alega que al menos dos docenas de chavales entraron bajo alguna de las siguientes fórmulas: Singer, el consejero, habría recibido entre 250.000 y 400.000 dólares por estudiante a través de alguna de sus asociaciones benéficas. Los padres supuestamente decían a dónde querían que fueran a parar sus hijos y Singer movía parte de ese dinero al sistema de admisiones de cada institución.
Entonces modificaban las pruebas académicas de admisión (se les adelantaban las respuestas de los test, se enviaba a otro estudiante más capacitado en su lugar, etc.) o bien se hacían pasar por atletas para entrar al equipo universitario (hay ejemplos de admisión surrealista, con las caras de los chicos photoshopeadas encima de auténticos deportistas).
Las universidades implicadas son Yale (del prestigioso círculo de la Ivy League), Stanford (privada, la misma de Kennedy o Musk), la UCLA (pública, importantísima)., Georgetown (concertada), la Universidad de San Diego (pública), la Wake Forest (privada), la Universidad de Texas (privada) y la Universidad de California del Sur (privada).
Bailando sobre su tumba. Tras el shock inicial, la masa enfurecida digital ha hecho lo mejor que sabe hacer: reírse de los estudiantes del fraude. Las dos hijas de Lori Loughlin, influencers con millones de seguidores, entraron presuntamente por un soborno de 500.000 dólares haciéndose pasar por atletas de remo.
Sus cuentas de Instagram, especialmente la de Olivia, está llena de ofrendas para los internautas sanguinarios: cuando entró en la USC empezó a hacer contenido patrocinado de Amazon Prime, se grababa vídeos diciendo que las clases no le importaban lo más mínimo y que no se pensaba perder una fiesta e incluso tuiteó que las preparatorias de la uni (esas que nunca hizo, o no tuvo que esforzarse para ello) son “lo peor de los jamases”.
De la risa al llanto: muchos han señalado esta trama como la de unos padres millonarios obsesionados con que sus hijos tengan un título que no necesitan, ya que el dinero y los contactos (como se ve en el caso de las hijas de Loughlin) les garantizan un futuro prometedor. No es así el caso de la mayoría de estadounidenses.
Como sabemos, el precio de las matrículas les conduce a unas pesadas deudas financieras, pero es la única esperanza para muchos de garantizarse un seguro laboral. A día de hoy, un titulado cobra, de media, un 56% más que el que sólo tenga la titulación universitaria, y la precarización y desaparición de muchos trabajos no cualificados está poniendo en serio riesgo el futuro de estas personas.
Hay más razones para la indignación que la Operación Varsity Blues. Explica una columnista en The New York Times que, aunque siempre es despreciable que alguien se salte la ley, Estados Unidos ya tiene un sistema de discriminación universitario vigente y legal: los asesores de admisión universitaria.
Un sistema que nueve 840 millones de dólares al año, con personas que cobran 200 dólares por hora y un gasto medio por familia de 10.000 dólares (aunque llega a los 40.000) sólo para que los chicos se preparen para las pruebas de selección, aprendan a escribir la carta de solicitud correcta o incluso compren directamente cartas de recomendación a cambio de "donaciones". Entre un 10 y un 20% de los puestos en las instituciones más prestigiosas se reservan para admisiones personales, parte del motivo por el que es, en proporción, mucho más normal que entren a universidades de prestigio hijos de ricos que hijos de pobres.
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