Los arqueólogos e historiadores han proporcionado en los últimos tiempos una visión cada vez más informada del ajetreado mundo de los vikingos, eliminando esos clichés que los pintan como pueblo enloquecido y caprichoso excesivamente preocupado por las barbas y el derramamiento de sangre. En concreto, un enfoque para comprender la actividad vikinga ha sido estudiar los campamentos que establecieron a lo largo de las costas y ríos de Europa occidental, lo que les permitió sustituir sus barcos por un espacio fijo en tierra firme cuando el frío, la fatiga, el hambre u otras condiciones les obligaran a hacerlo.
A menudo llamados "campamentos de invierno" o longphuirt, hemos encontrado más de 100 de estos sitios en todo el archipiélago atlántico y el continente europeo sólo durante el siglo IX, y sus restos tangibles se han descubierto en lugares como Repton y Torksey, en Inglaterra, y Woodstown, en Irlanda. Más recientemente, también se han señalado posibles campamentos vikingos cerca de Zutphen en los Países Bajos, así como el Valle de Coquet en Northumbria.
Pero aunque estos campamentos se han analizado a menudo por sus funciones estratégicas más amplias, se ha dedicado mucho menos tiempo a la parte de su planificación y funcionamiento cotidiano. Una nueva investigación que ha entrelazado todas estas evidencias, nos revela ahora una imagen mucho más intrincada de la logística de los campamentos, desafiando la noción de que los vikingos se pasaban el tiempo esperando al invierno tras los muros junto a sus compañeros a la espera del saqueo.
Refugios seguros
No había dos campamentos vikingos iguales, y podían durar desde unas pocas horas hasta muchos meses o incluso años.
Establecidos en entornos hostiles, muchos utilizaron islas, humedales y otras posiciones de defensa orográfica natural en su beneficio. Otros se hicieron cargo de estructuras anteriormente hechas por otros hombres: en el continente, por ejemplo, el palacio carolingio de Nimega fue tomado por vikingos en 880, solo para que sus nuevos ocupantes lo incendiaran el año siguiente. Allá donde era necesario los vikingos también construyeron sus propias murallas, como puede verse en Repton, donde la iglesia abacial de St. Wystan parece haberse incorporado a un nuevo muro perimetral como una improvisada caseta de entrada.
Pero la protección contra los ataques sólo habría sido la mitad del trabajo, ya que para la sostenibilidad de esos campamentos habría sido igualmente importante una seguridad continua de cualquier almacén de alimentos local, de ganado y de aldeanos no combatientes.
Comida local
Como cualquier fuerza armada, los grupos vikingos necesitaban fuentes constantes y seguras de alimentos y agua para mantener viables sus campamentos. Por el miedo a que se avecinara del hambre y la desnutrición, diversificaron sus métodos de obtención de provisiones todo lo que pudieron. Además de cazar, pescar y buscar comida en los campamentos, hay evidencia de que ellos mismos cultivaban y cuidaban ganado.
Y sí, los vikingos también obtenían su comida por la violencia o la amenaza de la misma. Se vio a los que acamparon en las afueras de París en 885-886, por ejemplo, llevándose cosechas y rebaños, mientras que otros recibieron grandes cantidades de harina, ganado, vino y sidra como parte de los pagos de tributos regionales.
De regreso al campamento, esta comida habría tenido que prepararse para su consumo y almacenamiento. En consecuencia, se han recuperado piedras de molino, utilizadas para moler el grano y convertirlo en harina, en las bases vikingas tanto en Inglaterra como en Irlanda. Un campamento propuesto en Péran, en Bretaña, ha producido varios calderos de hierro y otros recipientes para cocinar. Los registros escritos también describen cómo los vikingos se deleitaban con carne y vino dentro de los confines de sus campamentos.
Ajetreo y bullicio
Más allá de las necesidades básicas de protección y alimento, los vikingos participaban en una amplia gama de actividades en los campamentos: construcción de refugios, establos y talleres; reparación de barcos; elaboración de armas, adornos y otros artículos... Para apoyar estos esfuerzos había un constante flujo de recursos, entre los que se incluyen la madera, la piedra y los metales (preciosos).
Es posible que sus campamentos no estuvieran completamente fuera del alcance de los forasteros, e incluso podrían haber sido puntos valiosos para el comercio. Los Anales de San Bertin del siglo IX, por ejemplo, describen cómo los vikingos buscaban "mantener un mercado" en una isla del río Loira (ahora Francia). Poco después, los Anales de Fulda también señalan que los soldados francos pusieron un pie dentro de un campamento vikingo en el río Mosa (ahora los Países Bajos) no para luchar, sino para comerciar. Se han encontrado rastros físicos de dicho comercio, incluidas monedas, lingotes de plata y pesos comerciales, en sitios como Torksey y Woodstown.
Además de ofrecer a los vikingos otra forma de obtener sus suministros, ocasiones como estas podrían haber permitido la recirculación de artículos anteriormente robados o conseguidos por la extorsión.
Un lugar para todo
En general, los campamentos vikingos no estaban en modo alguno inactivos o desorganizados, y funcionaban como puestos de mando, armerías, tesorerías, graneros, prisiones, talleres, mercados, puertos y hogares. Al albergar comunidades diversas y dinámicas de docenas, cientos o, en ocasiones, incluso miles de personas, algunos brindaron apoyo a grupos vikingos regionales mucho más allá del lapso de un solo invierno.
Mantener campamentos como estos en funcionamiento no habría sido poca cosa, con niveles de planificación y disciplina que no se asocian comúnmente con la actividad vikinga. Como resultado, el éxito de los campamentos proporciona una visión clave de un fenómeno vikingo más amplio que no fue ni arbitrario ni carente de rumbo cuando tocó tierra en Europa occidental.
Autores: Christian Cooijmans, becario postdoctoral de la Academia Británica, Universidad de Liverpool.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.