Cuando PELIGRO debería significar únicamente eso
La DANA en la provincia de Valencia, qué duda cabe, cogió por sorpresa a muchísima gente: en un coche o saliendo de un garaje, por ejemplo, pero también mientras hacían vida “normal” como pasear al perro o acudir a unos grandes almacenes. De ahí el debate sobre si el sistema de alerta hizo su trabajo, o de si debiera haberse lanzado cinco, seis o siete horas antes. Es posible que bajo ese escenario utópico esas escenas “cotidianas” hubieran sido menos, pero también es igualmente factible pensar que no, porque no existe cultura de la emergencia.
Si no lo veo no existe. Tiene sentido: aquello que no te ha pasado no se puede temer, no existe ese botón de alerta en el cerebro porque no has tenido la experiencia física o visual en primera persona para recordarla como “peligro”. En realidad, es un fenómeno que se ha estudiado desde diversas ramas, como veremos a continuación.
La percepción del riesgo, la habituación, y la gestión de las alertas son factores clave para entender por qué las personas tienden a minimizar la gravedad de una situación de emergencia... hasta que el peligro es inminente.
Psicología de percepción del riesgo. Los estudios muestran que las personas tienden a subestimar los peligros que no forman parte de sus experiencias cotidianas. Este efecto es especialmente notable en regiones donde los desastres naturales, como inundaciones extremas, terremotos o tsunamis, ocurren con poca frecuencia.
Según investigaciones de gente como Paul Slovic, psicólogo pionero de Cambridge en el estudio de la percepción del riesgo, los individuos perciben el mismo en función de la familiaridad y la experiencia previa con el evento. Es decir, si una sitaución es rara o poco experimentada en nuestra vida cotidiana, no se considera tan peligrosa.
Efecto de habituación y normalización. Otra vez, en países sin cultura de emergencia, también se observa el fenómeno de la habituación, donde las personas se vuelven menos sensibles a las advertencias repetitivas o a fenómenos meteorológicos menores. Esto genera una normalización del riesgo, que lleva a asumir que las alertas, especialmente si son frecuentes y de baja magnitud, no requieren una acción inmediata.
De esto hablaba un estudio de Mileti y Sorensen (1990) que sugiere que la gente responde menos a las alertas si ha experimentado alertas anteriores que no culminaron en desastres significativos. Esta situación genera una falsa sensación de seguridad, disminuyendo la probabilidad de que las personas reaccionen a una alerta seria como una DANA.
El sesgo de optimismo. Aquí hablamos de una tendencia a creer que las cosas malas le suceden a los demás, y no a uno mismo. Este sesgo lleva a las personas a minimizar el riesgo personal incluso ante alertas serias, como las advertencias de inundaciones. Esta creencia de "a mí no me va a pasar" es particularmente potente en enclaves donde los desastres son menos frecuentes o los sistemas de alerta temprana no han sido efectivos en el pasado.
A este respecto, el estudio de Weinstein (1989) mostró que el sesgo de optimismo es de lo más común en escenarios de desastres. En casos de inundaciones, este sesgo puede hacer que los ciudadanos subestimen la gravedad de las advertencias meteorológicas y no tomen precauciones inmediatas.
La “confianza” en las alertas. La última de las patas a tratar en investigaciones sobre la percepción del riesgo. La forma en que se emiten las alertas también influye significativamente en la respuesta de la gente. Y sí, en países sin una cultura de emergencia, las alertas pueden percibirse como mensajes impersonales o incluso distantes, lo que reduce su efectividad.
Además, la falta de campañas educativas sobre cómo responder a las alertas contribuye a que las personas no las tomen en serio, o no en su justa medida. La confianza en las autoridades que emiten las alertas también es crucial: si las personas no confían en la precisión de la información, es probable que no respondan de forma adecuada.
En este sentido, el estudio de Fischhoff (1995) argumentaba que la comunicación de riesgos debe ser clara, específica y contextualizada. Las alertas ambiguas o con información técnica que no se traducen en acciones concretas suelen ser ignoradas. Esto es frecuente en situaciones de alerta en España, donde la gente a menudo no entiende cómo pueden afectarlos a nivel personal.
Estrategias exitosas. Como vemos, hay un común denominador en la falta de “cultura de la emergencia” en espacios como España y los estudios sociológicos al respecto: esa falta de “experiencias”. Por eso es interesante fijarse en aquellos países que sí han desarrollado esta cultura de manera más arraigada, implementando estrategias y políticas que fortalecen su resiliencia ante emergencias. Lugares, en definitiva, donde una alerta pone realmente "en alerta" a la sociedad.
De hecho, en muchas zonas vulnerables a eventos extremos, como inundaciones o terremotos, se recomienda contar con una especie de "mochila de emergencia" de 72 horas que debe incluir elementos esenciales, desde documentos importantes en una bolsa impermeable hasta alimentos no perecederos, agua, linterna, radio, ropa de abrigo, botiquín o un silbato. Además, se aconseja adaptar la mochila a necesidades específicas si hay niños o personas mayores.
Pero hay mucho más, por supuesto.
El caso de Japón. La nación es una de las más reconocidas por su avanzada cultura de prevención y gestión de desastres, resultado, por supuesto, de su exposición frecuente a terremotos, tsunamis y tifones. La educación en prevención de desastres se integra desde la educación primaria, con simulacros regulares y programas educativos específicos. Además, el país cuenta con infraestructuras diseñadas para resistir sismos y sistemas de alerta temprana extremadamente desarrollados.
Por ejemplo, Japón tiene uno de los códigos de construcción más estrictos del mundo. Los edificios nuevos deben cumplir con normas de construcción antisísmica, incorporando tecnologías como amortiguadores de vibración y sistemas de suspensión, y su Agencia Meteorológica administra un sistema de alerta temprana que emite advertencias segundos antes de, por ejemplo, un sismo, utilizando una red de sensores distribuidos en todo el país.
El caso de Estados Unidos. Allí, los desastres como el huracán Katrina en 2005 revelaron las debilidades en la preparación ante catástrofes naturales, lo que generó cambios significativos en las políticas de emergencia. La FEMA (Agencia Federal para el Manejo de Emergencias) ha sido fundamental en estos cambios con programas como "Ready", que educa a las familias sobre cómo prepararse para emergencias. También organiza campañas de preparación para huracanes, incendios forestales y terremotos, proporcionando recursos educativos accesibles en la red.
No solo eso. La FEMA también administra el Sistema de Alerta de Emergencia (EAS) y el sistema Wireless Emergency Alerts (WEA), los cuales envían notificaciones de emergencia a dispositivos móviles, y realiza con frecuencia simulacros nacionales, como el ejercicio anual de preparación ante terremotos en California, "The Great California ShakeOut", involucrando a millones de participantes para reforzar esa cultura de la preparación.
Y el caso de Chile. Desde el terremoto de 1960 en Valdivia (magnitud de 9,5), la nación ha revisado y fortalecido sus códigos de construcción para mejorar la resistencia de los edificios. Las normativas chilenas ahora están entre las más avanzadas de sudamérica en términos de resistencia sísmica. Además, la Oficina Nacional de Emergencia (ONEMI) coordina la preparación y respuesta ante desastres y realiza campañas de concienciación y simulacros como el "Gran Simulacro Nacional", involucrando a colegios y empresas en simulaciones anuales.,
A este respecto, los programas incluyen educación comunitaria, donde se desarrollan programas de capacitación para comunidades vulnerables, instruyéndolas sobre cómo reaccionar en caso de sismo y tsunami. ONEMI también distribuye kits de emergencia a familias en áreas de alto riesgo.
El caso de Viena. El último de los casos lo contamos ayer. No hay otra ciudad tan preparada para la DANA como la ciudad europea gracias a un sistema de defensa diseñado para soportar una "inundación de 5.000 años". Este sistema se construyó después de graves inundaciones históricas y comprende principalmente la Isla del Danubio y el canal Nuevo Danubio, estructuras creadas en los años 70 que desvían el agua y protegen la ciudad.
De hecho, durante las recientes lluvias extremas en Europa, Viena soportó sin daños significativos mientras que otras ciudades quedaron gravemente afectadas. Aparte de sus infraestructuras, la ciudad realiza simulacros regulares y utiliza un sistema de predicción altamente preciso para alertar y proteger a los ciudadanos. En su caso, la inversión constante y la planificación anticipada han convertido a la urbe en un modelo de resiliencia ante inundaciones y un ejemplo a seguir.
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