Gritos, empujones, cientos de móviles alzados enfocando a un mismo punto: un guapísimo hombre escoltado por agentes de la policía española que sale de las puertas del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Ha llegado Can Yaman a España y las seguidoras de Erkenci Kus (Pájaro soñador) han querido trasmitirle en persona el cariño que cada tarde miles de mujeres le dedican a esta comedia romántica en Divinity. Es el culmen de la obsesión de nuestro país, como tantos otros, por la llamada telenovela turca.
La guerra otomana: empezó la partida Nova con Fatmagül, cuyo final, retransmitido en febrero de 2018, lo vio casi un millón de personas. En realidad, España iba tarde, pues los productos turcos ya estaban arrasando en Chile, Estados Unidos y otras decenas de países. Divinity apostó entonces por Kara Sevda cosechando buenísimos resultados, y ambas cadenas empezaron a abrir la veda: Madre, Sila, Suhän, venganza y amor o la mencionada Erkenci kus. Hay más programadas en la agenda, siendo especialmente notable Las mil y una noches, la joya de la corona de las telenovelas turcas.
El pasado mes de septiembre Nova y Divinity coparon un 2,4% y un 1,7% de cuota de pantalla respectivamente. Nova es así el canal temático más visto de todos, y Divinity no se le queda lejos. Hablamos de un share del orden de 600.000 espectadores cada tarde, siendo el prime time las 20.00. Hablamos de un fenómeno del orden de Pasión de Gavilanes, serie cuyo éxito local, por cierto, aprovecharon sus protagonistas para usar como trampolín para rodar después en productos españoles, motivo por el que algunos tildan la visita de Yaman de sondeo profesional.
Por qué triunfa la novela turca. Hay todo tipo de argumentos, a saber unos cuantos. Primero, que todo vuelve y la telenovela, tras el boom latino de hace unas décadas, está de vuelta. Segundo, una política cultural y fiscal que hizo que Turquía animase estas producciones como potencia industrial y también como promoción de su país y sus valores culturales (ha funcionado: ya son el segundo exportador audiovisual después de EE.UU). Tercero, una producción que, al tiempo que es barata, está mejor hecha, es exótica y es más entretenida que, pongamos, los famosos telefilmes nórdicos. Paradójicamente, muchas de las series turcas son remakes de productos coreanos, otro país bastante conservador que le da una gran importancia a los valores familiares.
Los analistas de televisión señalan el salto de calidad que se produce entre la telenovela latina y la turca gracias a la potenciación del rodaje en exteriores en uno de los países más bellos del mundo.
La tradicional honra: son numerosos los ejemplos de conductas retrógradas en cuanto a la libertad civil, de clase, de género y sexual de la que se hace gala en las tramas de estos seriales, pero si sólo quisiéramos quedarnos con un elemento de choque con respecto a nuestra cultura es la insistencia con el honor, que sigue moviendo a los matrimonios forzosos (premisa de base de muchas de sus historias), incluso a veces con menores de edad, o la justificación a la hora de cometer delitos de sangre por recuperar lo que se ha perdido. En este análisis muestran cómo la toma de decisiones de las mujeres sigue estando casi enteramente supeditada al hombre, cómo los lazos de sangre condiciona el apoyo a un niño, etc.
¿Y cómo se ve esto en su país? Cuentan como anécdota que se han dado caso de hombres, especialmente en las zonas rurales, que llegaron a arrancar las antenas de sus casas para que las mujeres no se corrompieran. Por ser realizadas por cadenas privadas con ansias por exportar sus productos (el boom coincide con la liberalización del sector), se ha acusado a estas novelas de occidentalizar. Los protagonistas, y especialmente las mujeres, tienen rasgos más blancos y caucásicos. Los villanos beben. Existen relaciones sexuales extramatrimoniales (todo un escándalo) y más.
Todopoderoso Erdogan: sin embargo, parece que esta influencia ha quedado si no eliminada sí al menos políticamente contrarrestada: la última tendencia en las producciones turcas es la exaltación del pasado, sobre todo del Imperio Otomano, su época de gloria y orgullo, con realizaciones más bélicas (para animar así a los jóvenes que tienen que reailzar el servicio militar). En una de ellas, Payitaht Abdülhamid o El último emperador, cuentan que la gente ve a su protagonista como un calco de Erdogan, un vehículo glorificador y propagandístico de un hombre sin miedo a enfrentarse a Occidente que sueña con un panarabismo con Turquía como eje central y con una querencia por el control obsesivo por el poder.
Foto: GAA.