La anécdota forma parte ya de la historia tragicómica de España. Días antes de que Lehmann Brothers se declarara en bancarrota y desencadenara la mayor recesión de la historia moderna, José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno, declaraba ufano: "Estamos en la Champions League de la economía". Impulsada por un vigor económico sin parangón en Europa, España, tras años de remontada, se miraba ya de tú a tú a las economías de Italia y Francia, sólo superada por Alemania.
Nada más lejos de la realidad.
El dato. No sólo no ha logrado España superar a Italia en términos de riqueza relativa (aunque es una cuestión discutible en función del parámetro que midamos) sino que se ha visto adelantada en el camino por otras economías más dinámicas y prósperas. Lo cuenta El País en este interesante reportaje: tanto la OCDE como el FMI atribuyen ya un mayor PIB per cápita a la República Checa (31.669€) que a España (31.649€). El sorpasso se habría producido en 2019, para consolidarse en 2020.
El contexto. La diferencia es marginal pero muy ilustrativa de la dispar suerte que han corrido sendos países durante las últimas décadas. En 1990, tras la caída del muro, República Checa era un tercio más pobre que España. A finales de la pasada década la desigualdad persistía, en parte por el buen hacer de la economía española. Por aquel entonces su riqueza relativa se situaba un 103% sobre la media europea, mientras que la checa aún quedaba un 86% por debajo. Italia asomaba en el horizonte y las perspectivas eran de crecimiento, no de crash.
¿Qué ha pasado? La crisis. Ha pasado la crisis. España resultó ser un gigante con pies de barro. Es cierto que durante los últimos años algunos informes del FMI han situado el PIB per cápita nacional por encima del italiano, pero esto no se habría debido tanto al buen hacer de España como al estancamiento italiano. En lo sustancial, ambas economías han perdido posiciones respecto a 2008: hoy están un 91% y 96% por debajo de la media comunitaria, lejos del 103% y 107% de entonces.
Europa del Este, entre tanto, se ha aprovechado de dos factores: una amortiguación más rápida de la crisis de 2008, menos estructural para sus finanzas; y su proximidad a Alemania.
Dame fábricas. La última gran expansión de la Unión Europea tuvo un gran beneficiario: Alemania. La industria germana externalizó gran parte de su producción a países satélites, baratos y hambrientos de puestos de trabajo. Polonia, Eslovaquia o Hungría se han quedado con buena parte de la producción deslocalizada de España y otros países occidentales desde su entrada en la Unión Europea. Todos ellos han recudido el desempleo a niveles residuales. A cambio de su industria, Alemania los ha convertido en mercados cautivos para sus amplias manufacturas.
Ventajas, problemas. La relación de interdependencia (el grupo de Visegrado es ya el primer socio comercial de Alemania) sólo es peligrosa cuando a la economía germana le va mal. Pero durante los últimos años le ha ido bien. Tan bien que España no ha sido capaz de reducir la eterna brecha que le separa de su riqueza (seguimos siendo un 25% más pobres, igual que en 1997). En República Checa o Polonia esto se ha traducido en un músculo productivo menos dependiente de los vaivenes financieros (el 37% de sus puestos de trabajo son industriales).
Hay cola. El buen hacer de Chequia no está exento de riesgos (envejecimiento y un viejo sospechoso: burbuja inmobiliaria), pero le ha funcionado (gracias en parte a su histórica posición dentro del continente; siempre fue un país industrialmente poderoso). Nada de lo que España o Italia puedan presumir tras una década perdida. Por detrás esperan otros países muy dinámicos: Eslovenia, Estonia o incluso Lituania, todos ellos aún lejos de España, pero en dinámicas ascendentes (sus éxitos no tienen demasiada relación con el checo, no obstante).
Si algo revela la dinámica es la oportunidad perdida de España. Ya no es the-next-big-thing de Europa, como sí lo fue antaño. Hoy ese sitio, PIB per cápita mediante, le corresponde a Chequia.
Imagen: Skoda